11 de febrero 2023 - 00:00

Chat GPT y la oportunidad de repensar la educación

¿cómo puede el sistema educativo vigente, tan acostumbrado a sus prácticas de control sobre el alumno, salir airoso cuando éste tiene a su disposición un recurso de Inteligencia Artificial?

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Hace pocos días atrás, uno de los grupos de Whatsapp de docentes de una de las universidades que integro se alborotó repentinamente. El silencio propio del período estival se vio interrumpido cuando uno de mis colegas consultó a los demás: “¿Con esto de CHAT GPT cómo evitamos el plagio?"

Para quienes no estén en tema (lo disruptivo y vertiginoso de la tecnología lanzada bien permite no estarlo), CHAT GPT es una especie de robot basado en inteligencia artificial, cuyos algoritmos le permiten aprender de la interacción continua con humanos y bases de datos y así resolver una infinidad de cuestiones como si estuviéramos frente a una fuente de sabiduría sin límites. De este modo, la IA (inteligencia artificial) abarca múltiples temas e incluso hasta tareas que pueden ir desde la física, la matemática o la literatura a la programación, en segundos y a disposición de quien la consulta.

Desde ya que no faltan quienes advierten que la precisión de las respuestas (al menos por el momento) no es absoluta, y que de algún modo lo que la IA ejecuta es “nada más que” una especie de compilación instantánea, suficientemente coherente, de todo aquello que “conoce” a partir de su enorme (y sobre todo evolutiva) base de datos. Y es que justamente este carácter “evolutivo”, es lo que convierte al fenómeno en algo tan inusitado, como alentador y terrorífico: mientras yo escribo esta nota y mientras usted se encuentre leyéndola, lo mismo que cuando ambos estemos durmiendo, el robot no habrá detenido ni un instante su ciclo de aprendizaje a escala mundial.

Dado todo lo anterior, la pregunta de mi colega resultó tan obvia como la reacción de los demás: ¿cómo puede el sistema educativo vigente, tan acostumbrado a sus prácticas de control sobre el alumno, salir airoso cuando éste tiene a su disposición un recurso de este tipo? A partir del interrogante surgieron varias propuestas, desde la aplicación de otras inteligencias artificiales capaces de detectar “la huella” de CHAT GPT, a la vuelta a ensayos y trabajos escritos a mano, entre otras.

A decir verdad, la discusión en este mismo grupo ya se había suscitado a comienzo de la pandemia de Covid-19. En aquél momento y como respuesta a un problema semejante (¿cómo controlar estudiantes cuando estudian cien por cien desde su hogar?), publiqué una nota que sugería pasar “de la vigilancia de alumnos a la construcción de una sociedad empoderada”. Desde ya, no tuvo ningún efecto. Como suele decirme un amigo también dedicado a temas de educación y epistemología, “el núcleo duro se resiste aun cuando comienza a ser refutado”, en clara alusión a las conclusiones que Thomas Kuhn supo compartir en su afamado libro, “La estructura de las revoluciones científicas”.

Sí, el sistema educativo sabe que no va a ganar esta batalla pero sigue sin plantearse realmente el problema, como quién intenta década tras década, de una forma cada día más absurda y grotesca, esconder un elefante bajo una alfombra absolutamente derruida. Y ese elefante, a esta altura, ya tiene un nombre definido en forma de obvia pregunta: ¿Por qué hay que controlar a un alumno que no quiere aprender? O reformulada, pero en su sentido más esencial: ¿por qué un alumno no quiere aprender?

Sé que lo que planteo en estas pocas líneas puede resultar algo chocante, sobre todo, porque es justamente lo que todos hemos vivido desde que pisamos por primera vez las aulas del sistema educativo. De hecho, hemos asumido como una constante universal que haya que obligar a los niños a ir al colegio, que ya dentro de éstos haya que someterlos a múltiples prácticas antinaturales (como permanecer horas y horas sentados sin poder moverse) y que incluso cuando ya siquiera son niños y alcanzan el nivel universitario, haya que seguir controlando que no se copien, otrora con un machete hoy día con CHAT GPT.

Pero volvamos a la pregunta: ¿por qué sucede esto? ¿Por qué alguien que está aprendiendo algo que le resulta (o resultará) útil intentaría copiarse? ¿Por qué alguien que disfruta de lo que aprende debería ser obligado a ir a determinada institución?

Sí, como se irá dando cuenta querido lector, en las preguntas (nada inocentes) está el comienzo de las respuestas. Pero son preguntas demasiado incómodas, como el elefante.

En los últimos años he seguido el fenómeno de los video juegos cooperativos en línea (esports), los cuales incluso llegan a pagar millones de dólares en premios a jóvenes de distintas latitudes del mundo que forman equipos para jugarlos. Muchas veces lo que se destaca de este fenómeno es el dinero al alcance y las horas de práctica, pero poco se dice del tiempo de estudio que implica masterizar dichos juegos. ¿Se imagina el lector que estos jóvenes se copian? ¿Se imagina si prestan o no atención o si es necesario controlarlos para que cumplan las consignas que se les plantean?

Así y todo, el fenómeno no es tan nuevo. Con mis 42 años, fui de las primeras camadas de jóvenes que contaban con videojuegos y muchos de mis compañeros pasaban horas y horas aprendiendo y practicando complejas combinaciones de botones y teclas para destacarse en desafíos como Mortal Kombat, Killer Instinct y otras tantas novedades de aquél entonces, hoy condenadas al arcón de los recuerdos. Y no, nadie necesitaba controlarnos cual carceleros para que invirtiéramos horas de concentración cognitiva en aprender; fenómeno extraño y mal definido que los colegios y las universidades pretenden monopolizar desde hace más de un siglo.

Sé que una reacción posible a esto que describo es el clásico “pero esos son juegos, aprender es otra cosa”, “jugar es divertido, aprender no”, ¿pero realmente creemos que eso es real? ¿Acaso desconocemos que siglos y siglos de evolución han hecho del juego en los mamíferos la más perfecta herramienta de aprendizaje en etapas tempranas?

¿Y en la adolescencia y la adultez? Ocurre lo mismo querido lector. Conforme no se corrompan, repriman y ahoguen nuestros intereses más auténticos y esenciales en favor de currículas obligatorias, arcaicas y caprichosas, descubrirnos a nosotros mismos, profesionalizar nuestros intereses y convertirlos en una fuente de bienestar para nosotros y quienes amamos, es un juego que ha motivado a lo largo de la historia a todos los aprendices que han salido al mundo a buscar sus maestros sin degradarlos jamás a la función de meros carceleros.

  • Plantearse un nuevo paradigma educativo es un desafío tan colosal y riesgoso, como seguro es el camino de fracaso que tenemos por delante si no nos animamos a enfrentarlo. La absoluta escisión entre teoría, praxis y mundo laboral, junto con dogmatismos legales y rigideces caprichosas, han hecho de los colegios instituciones antiguas que solo sirven para que la sociedad ostente con nostalgia un entramado burocrático ineficiente y sumamente oneroso. Del lado de las universidades, las más de las veces estas no son otra cosa que garantes obligados de la aplicación de las normativa arbitraria de la CONEAU y dadoras de “señales de mercado” en forma de títulos, pero ya no garantía cierta de aprendizaje y verdadera formación.

En medio, miles de docentes comprometidos buscan entre las grietas del sistema la forma de entusiasmar a sus alumnos y potenciar su esencialidad. Por el momento la batalla no viene bien. Quizá CHAT GPT sepa qué hacer.

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