27 de octubre 2025 - 09:46

El Argentina del 27,27% y el triunfo invisible del abstencionismo

El 27% de votos se transformó en "mandato popular" mediante narrativa mediática. La legitimidad opera como activo financiero sin mayoría real.

La participación en las elecciones legislativas de este domingo no alcanzó el 70%.

La participación en las elecciones legislativas de este domingo no alcanzó el 70%.

En la noche del domingo, los titulares de los principales medios argentinos coincidieron en una misma melodía triunfalista: “Histórica victoria de La Libertad Avanza”, “El pueblo eligió el cambio”, “Milei consolida su liderazgo popular”. El relato mediático, construido en tiempo récord, borró en un par de horas lo que la aritmética había dejado en evidencia; menos de tres de cada diez argentinos habilitados para votar respaldaron con su voto a LLA, un proyecto político que había prometido explícitamente ajuste, recesión y desmantelamiento del Estado social. Pero la estadística, cuando se narra en tono de épica, deja de ser número para convertirse en creencia. En ese instante nació una de las ficciones políticas más sofisticadas de la democracia argentina reciente, la del 27,27% como “mandato popular”.

La operación es tan simple como eficaz, se omite el denominador real. Se habla de “porcentaje de votos válidos” y no del porcentaje del padrón electoral, transformando un apoyo minoritario en una supuesta mayoría nacional. La ficción aritmética es la madre de todas las legitimidades. Como bien recordaba Ruth Sautu, toda interpretación empírica está mediada por un “aparato teórico que organiza los datos”. En la Argentina 2025, ese aparato fue mediático, financiero y discursivo. El número fue amputado de su contexto y devuelto como símbolo de legitimidad democrática. Los analistas, dóciles, aceptaron el 27,27% como si fuera un 52 %, y el país, agotado de crisis, aceptó el relato como una tregua simbólica; “que gobiernen ellos, total ya sufrimos bastante”.

En ese gesto resignado se esconde la lógica de la ideología según Slavoj iek. La ideología no consiste en “no saber”, sino precisamente en “saberlo, pero igual hacerlo”. El votante, el periodista, el político y hasta el ciudadano común saben que el supuesto triunfo es matemáticamente falso; sin embargo, actúan como si fuera verdadero. Porque la verdad -como la inflación o el dólar paralelo- produce más angustia que consuelo. Así, el relato del “mandato popular” funciona como una anestesia colectiva; si lo repetimos lo suficiente, quizá la realidad se doblegue ante la estadística televisiva.

La ficción del triunfo no se sostiene solo con números, sino con metáforas morales. Desde 2015, y con renovada intensidad desde el ascenso de los libertarios, el discurso neoliberal argentino se estructuró como una certidumbre del sacrificio: “hay que sufrir ahora para ser libres mañana”. Lo paradójico -y ahí reside el filo irónico del fenómeno- es que esta retórica combina el cinismo financiero de Wall Street con la mística de la religión. El ajuste se presenta como penitencia redentora; la pobreza, como prueba moral; y el dolor, como pedagogía mística.

Desde iek (2017), sabemos que las ideologías contemporáneas ya no prometen felicidad, sino sufrimiento significativo. La narrativa del triunfo del 27,27% es precisamente eso; la institucionalización del dolor con sentido. Los discursos de campaña y los primeros comunicados del nuevo gobierno insistieron en que “la gente eligió el cambio sabiendo que sería duro”, como si el pueblo hubiera votado no por esperanza, sino por masoquismo ilustrado. El “pueblo que elige el látigo” es una invención simbólica que sirve a un propósito doble; legitimar el ajuste y desactivar la crítica. Porque, si “sabíamos a lo que íbamos”, entonces el sufrimiento ya no es un fracaso de gobierno, sino un mérito moral.

En esa narrativa, el abstencionismo -ese 33 % que no votó- desaparece del mapa.

No porque sea irrelevante, sino porque su mera existencia amenaza la estructura del relato. Si un tercio del país decidió no participar, el mito del consenso se derrumba. Por eso los comunicados oficiales hablaron de “baja participación” como si fuera un problema técnico, no político. La desesperanza se rebautiza como “fatiga democrática” y se archiva en el limbo estadístico. Sin embargo, esa abstención constituye, como afirma iek, “el momento de ruptura con la ilusión”; cuando el sujeto, agotado de promesas, renuncia al juego porque ya no cree en las reglas.

La espectacularización de la política no es nueva. Desde Debord hasta Bourdieu, se ha diagnosticado el tránsito de la representación política hacia la representación mediática del poder. En la Argentina de 2025, esa mutación alcanza su forma extrema; el poder no solo necesita votos, sino rating. La legitimidad ya no proviene del número de boletas, sino del número de likes, minutos de aire o repeticiones en YouTube.

Así, el 27,27% se convierte hoy en “mandato” porque la televisión lo dijo, y el algoritmo lo amplificó. El ciudadano moderno no pregunta qué pasó después de la victoria; solo disfruta la escena épica. El resto, la gestión, la economía, la pobreza, queda fuera del plano.

Lo más fascinante -y trágico- es que el nuevo gobierno reproduce la misma teatralidad que denuncia. Milei, al igual que su ídolo Trump, no gobierna; actúa el gobierno. Su función principal no es administrar el Estado, sino sostener la ilusión. En términos de la sociología de Callon, las redes sociotécnicas que articulan política y mercado se han desplazado al espectáculo, y el votante se transforma en “actor secundario del dispositivo financiero”.

El ajuste no necesita ser eficaz; solo necesita ser verosímil. La economía puede colapsar, pero si el relato televisivo promete redención, la ficción continúa.

Como ironiza iek, “el verdadero coraje no es imaginar una alternativa, sino aceptar que no la hay”. El triunfo del 27,27% es precisamente eso; la puesta en escena del coraje desesperanzado de una nación que ya no espera alternativas.

Desde un punto de vista más estructural, la conversión del 27,27% en mayoría simbólica revela la profunda financiarización de la democracia argentina. La política ya no distribuye poder, sino produce activos simbólicos. Cada voto se comporta como un título financiero; su valor no reside en lo que representa, sino en lo que otros creen que representa. De este modo, la victoria libertaria se negocia como un “derivado” político del “mercado de expectativas”. Los medios, los bancos y las encuestadoras operan como agencias de calificación del consenso nacional. Si la gente cree que el gobierno tiene legitimidad, entonces la tiene. El rating reemplaza al sufragio como medida de confianza.

Aquí la analogía con el mercado de capitales no es casual. Como advierte iek, “el capitalismo global no necesita creer en sí mismo para funcionar”. Lo mismo ocurre con la democracia neoliberal; no necesita participación ciudadana, sino circulación de la ilusión de participación. El 27,27% es suficiente para mantener la fachada institucional, del mismo modo en que un banco puede seguir operando con solo un 10% de sus depósitos reales. La legitimidad, como la liquidez, es una cuestión de confianza -hasta que se agota.

El resultado electoral argentino de 2025 debe, entonces, leerse como un caso de “apalancamiento político”; un gobierno minoritario sostenido por la multiplicación mediática de su relato. Cada aparición televisiva de Milei con Trump, cada mensaje de Bessent en “X”, cada discurso performativo, funciona como una emisión de deuda simbólica que posterga la crisis de representación. Y como en todo proceso especulativo, la burbuja estalla cuando la realidad llega a la pantalla. Cuando el ajuste deje de ser promesa y se convierta en hambre, la desesperanza pasiva de los abstencionistas podría transformarse en desesperación activa.

La democracia moderna, escribió iek, se sostiene en un delicado equilibrio entre la verdad de los hechos y la eficacia de la ficción. El caso argentino de 2025 es un laboratorio extremo de ese principio. Un 27,27% de los votantes se convirtió en “el pueblo”, y un 33 % de ausentes se volvió invisible. El mito del triunfo libertario no es un error de cálculo; es una estrategia de supervivencia ideológica. Mientras los números se ajustan, el relato se expande. Y así, la Argentina del coraje desesperanzado sigue funcionando; no porque crea, sino porque prefiere no saber.

Referencias: Callon, M. (1998). The Laws of the Markets. Blackwell. Sautu, R. (2005). Todo es teoría: objetivos y métodos de investigación social. Lumiere. iek, S. (2017). The Courage of Hopelessness: Chronicles of a Year of Acting Dangerously. Penguin Books.

Doctor en Ciencia Política, en YouTube: @DrPabloTigani, en X: @pablotigani

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