“Mussolini fue un buen político”. Esta frase fue pronunciada frente a las cámaras de la TV francesa en 1996 por una joven Giorgia Meloni, la líder política en boca de todos que en las elecciones del 25 de septiembre de pasado llevó al primer lugar a su partido, Fratelli d’Italia. Junto a sus socios de coalición, la Lega de Matteo Salvini y Forza Italia de Silvio Berlusconi (que a sus 86 años volverá al Senado), contarán con mayoría absoluta en ambas cámaras parlamentarias gracias a un intrincado sistema de asignación de bancas.
Italia: ¿con Giorgi Meloni se viene realmente un neo-fascismo del siglo XXI?
¿Qué deberíamos esperar para este nuevo gobierno Meloni? De antemano contará con algunos límites claros para la aplicación de cualquier eventual agenda radicalizada.
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La ultra Giorgia Meloni es la primera ministra de Italia.
Aunque es cierto que las simpatías políticas de Meloni son aprovechadas por los grandes titulares para causar impacto, también lo es que se trata de la victoria más derechista de la Historia electoral italiana desde que el país fuera re-fundado como república en 1946. Más allá de la cita inicial (y del hecho de que, por ejemplo, una nieta de Mussolini forme parte del partido), a Fratelli d’Italia se lo suele concebir como el heredero ideológico del Movimento Sociale Italiano, un partido que en la segunda posguerra se constituyó como una opción abiertamente neo-fascista en una Italia que, en contraste con la Alemania contemporánea, no contó con un riguroso proceso de des-fascistización efectiva. Fratelli d’Italia nunca se preocupó por desligarse de esa asociación y, muy por el contrario, utiliza la misma fiamma tricolore (una llama con los colores de la bandera nacional) que el MSI portaba en su escudo.
Seguramente desde una perspectiva americana sea fácil y entendible alarmarse súbitamente, dado que estamos acostumbrados a regímenes presidencialistas y recientemente, cabe decir, el continente entero fue escenario de turbulencias políticas notorias: la toma del Capitolio en Washington en este sentido se erige como un retrato eterno de la llamada “nueva derecha radical” de este siglo. Sin embargo no se ve en las grandes ciudades de Italia clima de movilización general alguno sino, por el contrario, de apatía y desencanto. No es casual que, justamente, con apenas un 64% ésta haya sido la elección de menor participación de toda la historia republicana italiana: es decir, Fratelli d’Italia obtuvo el 26% de apenas poco más de la mitad del electorado potencial.
No deja de ser destacable, más allá de estos matices, que a fin de cuentas la imagen de una Giorgia Meloni vencedora es sumamente poderosa como símbolo en varios aspectos:
1) Se encuentra pronta a ser la primera mujer Primer Ministro de la Historia italiana;
2) Construyó su capital electoral a partir de su propia marginalidad política (en anteriores elecciones obtenía resultados magros, y no formó parte del gobierno de Mario Draghi como sí lo hicieron sus socios);
3) Dispone de forma inédita en la primera plana del poder un neofascismo que siempre se había relegado a ser un tabú a medias.
Si esta excepcionalidad en la victoria de Meloni pudo ser posible, esto es también gracias a la ineficacia de las opciones electorales que pudieron haber ejercido de freno a sus aspiraciones. El Partito Democratico, el principal de la centro-izquierda, no supo leer el contexto o tal vez ensamblar una comunicación eficiente alrededor de las demandas urgentes del electorado en un país hastiado por las dificultades pos-pandémicas y los costos de la guerra en Ucrania. Dentro de este difícil panorama, signado por la aceleración inflacionaria, la crisis energética y una ralentización de la recuperación económica, la coalición comandada por el Partito Democratico perdió frente a la de centro-derecha hasta en las llamadas “regiones rojas” del centro del país; es decir, aquellas en donde merced al arraigo de la memoria partisana anti-fascista la norma siempre fue la inclinación sistemática por las opciones de izquierda.
Otra explicación en la victoria de Meloni la encontramos en la desorganización de lo que podríamos llamar las fuerzas “progresistas” de Italia y la falta de interés demostrada por aliarse entre ellas. El Movimento 5 Stelle quedó en un sorpresivo tercer lugar con el 15% de los votos, luego de que todos lo dieran por muerto a raíz de sus últimas estrepitosas derrotas en elecciones locales (en donde perdió todas sus alcaldías). Y, por su parte, la alianza entre Italia Viva y Azione (fuerzas de centro social-liberal) obtuvo poco menos del 8%. Es decir que, haciendo una burda matemática, una posible unión entre estos partidos y el Partito Democratico hubiese podido prácticamente empardar a la coalición rival de centro-derecha. Sin embargo, en política electoral no siempre uno más uno es dos, y tal vez el mayor atractivo de 5 Stelle en esta elección haya sido, justamente, erigirse como una opción autónoma.
¿Qué deberíamos esperar para este nuevo gobierno Meloni? ¿Se viene realmente un neo-fascismo del siglo XXI?
Aunque de hecho es precipitado hacer cualquier tipo de pronóstico a este punto, sí podemos prever que Meloni de antemano contará con algunos límites claros para la aplicación de cualquier eventual agenda radicalizada, como bien lo explica este reciente artículo de la BBC. En este último se argumenta que, como es bien sabido, el Presidente Mattarella jugará el rol clave de moderador como designador y posible vetador de ministros. Asimismo, en la institucionalidad europea los organismos supranacionales y sus leyes (al estar jerárquicamente por encima de la legislación de cada país) pueden también actuar como barrera comunitaria a, por ejemplo, medidas extremas que puedan darse con respecto a la regulación migratoria.
A los puntos expuestos por la BBC me gustaría agregar algunas observaciones propias. Como bien sostuve inicialmente la Italia del 2022 poco tiene que ver con el Estados Unidos de Trump, y tampoco se asemeja al clima de polarización efervescente que caracteriza al Brasil surgido del ascenso de Bolsonaro. Realmente lo que se percibe en Italia es una sociedad desmovilizada, despolitizada, desencantada. Bastante tiene que ver el hecho de que el voto sea optativo, o que su sistema parlamentarista es de por sí complejo y la designación del Primer Ministro y el Presidente sea indirecta. Sin embargo, esto no termina de explicar el claro derrumbe de la participación electoral (10% desde la anterior elección general de 2018) en los últimos años.
Italia hasta la década del ‘90 tuvo una dinámica sumamente bipartidista, en donde la Democracia Cristiana ejercía de oficialismo y el Partido Comunista de oposición, y ambos se erigían como partidos de identificación clara de diversos sectores sociales o regiones. Más acá en el tiempo, podemos llegar a pensar que hace rato que parecería que ya casi nadie en Italia se identifica con proyecto alguno de este fragmentado sistema partidario.
Repito el valor que di inicialmente por si no se comprende la dimensión; la candidata ganadora, la que causa estupor en todas las tapas mediáticas, obtuvo meramente el 26% del 64% del padrón electoral. Aunque tenga la virtud de gobernar a través de una coalición que gozará de una cómoda mayoría absoluta realmente cuesta hablar de un “fenómeno de masas” o de un “clima de época” a la luz de estas características.
Probablemente, más que Escuadras de Camisas Negras veremos al aparato de las redes sociales orquestando la pomposidad de un gobierno que, seguramente, esté relativamente interesado en que su imagen se condiga con el monstruo que dicen que es.
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