Cada diciembre vuelve la misma cifra, repetida hasta volverse un mantra inquietante: al ritmo actual, alcanzar la igualdad de género tardaría cerca de 300 años. Lo dice ONU Mujeres y la frase se instaló como si fuera una profecía. Pero no lo es. Esa cifra no describe el futuro: describe la velocidad a la que estamos avanzando hoy. Y la historia de los derechos humanos demuestra que las velocidades cambian cuando cambiamos las reglas, cuando ampliamos derechos y cuando una sociedad decide mover sus prioridades hacia la igualdad.
La igualdad de género, cuestión de ritmo
La igualdad de género no es un destino lejano sino una cuestión de ritmo: los avances ocurren cuando cambian las reglas, se amplían derechos y la sociedad impulsa transformaciones. El reconocimiento del cuidado como derecho humano abre una oportunidad histórica para acelerar un camino que hoy se mide en siglos.
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Las sociedades cambian cuando cambian sus reglas. Las reglas cambian cuando hay decisión política. La decisión política aparece cuando hay demanda social informada y sostenida.
La igualdad de género no lleva tres siglos: lleva lo que tardemos en cumplir los derechos vigentes y ampliar los que todavía no garantizan igualdad real.
Ese es el sentido profundo de cada 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos, cuando recordamos que los derechos humanos fueron una conquista progresiva, no un paquete dado de una vez y para siempre. Primero llegaron los derechos civiles y políticos; luego los económicos, sociales y culturales; más tarde, los vinculados a la eliminación de la violencia, la igualdad de oportunidades y la participación en la vida pública. Cada ampliación aceleró lo que parecía inamovible.
En materia de género, hubo tres momentos que aceleraron el compás de transformación:
- 1979: CEDAW, la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, obligó a revisar leyes, prácticas y estereotipos.
- 1994: Belém do Pará, la primera convención del mundo que reconoció el derecho de las mujeres a vivir una vida libre de violencia.
- 1995: Beijing, que instaló una agenda global de igualdad sustantiva y acciones concretas para alcanzarla.
Sin estos instrumentos, el mundo sería más lento. Con ellos, la igualdad empezó a avanzar en décadas lo que antes llevaba generaciones.
En 2025 llegó otro hito histórico: la Corte Interamericana de Derechos Humanos reconoció al cuidado como un derecho humano. Cuidar, ser cuidado y poder tener tiempo para el autocuidado ya no es solo una necesidad privada ni una carga doméstica casi siempre sostenida por mujeres: es un derecho que los Estados deben garantizar.
Esto cambia las reglas del juego. El trabajo de cuidado está en el centro de las desigualdades que mantienen la brecha de género: menos participación laboral, menor desarrollo profesional, mayor precariedad y sobrecarga cotidiana. Reconocer el cuidado como derecho lo convierte en una cuestión de políticas públicas, no de esfuerzo individual.
Desde Grow - género y trabajo sabemos que ningún avance profundo se logra si no se transforman las condiciones materiales que frenan la autonomía económica de millones de mujeres. El derecho al cuidado es una de esas condiciones. Y su reconocimiento puede acelerar, de manera concreta, los progresos que hoy miden siglos.
Por eso, el cálculo de los “300 años” sirve, pero no como pronóstico: sirve como advertencia. El futuro no está escrito. Lo que está escrito es el ritmo con el que avanzamos si no cambiamos nada.
Las sociedades cambian cuando cambian sus reglas. Las reglas cambian cuando hay decisión política. La decisión política aparece cuando hay demanda social informada y sostenida.
Y allí, otra vez, vuelve el 10 de diciembre: los derechos humanos avanzan cuando los empujamos. La igualdad de género no depende del calendario: depende del ritmo que estemos dispuestos a cambiar.
Asuntos Públicos y Alianzas en Grow - género y trabajo



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