14 de mayo 2022 - 00:00

La paradoja Argentina y lo que parece una obviedad en cualquier otro lugar

El país se ve obligado a balancearse entre bloques geopolíticos constantemente, pero sería fútil.

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Gentileza: El Economista (España)

Pregúntele a un argentino cómo es su país: casi sin dudarlo, le dirá que es el mejor o el peor del mundo. Consciente o inconscientemente ese argentino es heredero de la idea del “Destino manifiesto” que con notable eficacia supo divulgar la élite dirigente de fines del siglo XIX.

La determinación desplazaba a la prudencia: la Argentina estaba indefectiblemente destinada a ser potencia, dados sus recursos naturales, su importancia regional, y un despoblamiento que la convertía en una tierra fértil para recibir inmigrantes cualificados.

Esos tiempos, aunque lejanos, persisten en todos los argentinos que se preguntan por qué el país “no fue Australia, Estados Unidos o Canadá” cuando, se supone, tenía las condiciones para serlo. Explorar la validez histórica de esa pregunta y las respuestas que a lo largo de los años se fueron proponiendo ha ocupado ya libros enteros y, aunque la tarea nos aporte herramientas para pensar el presente, no nos resuelve del todo el dilema principal: ¿cuál es y será el rol del país en este mundo caótico, de recambios de liderazgos y de riesgos y oportunidades que continuamente se arman y desarman?

“Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé”

Los pesimistas pondrán su foco de atención en ciertos problemas que la Argentina arrastra hace décadas y, en virtud de su larga data, ya casi se dan por irresolubles y naturales. Por el lado económico, hasta el comienzo de las últimas tendencias inflacionarias mundiales profundizadas por la guerra en Ucrania, Argentina formaba parte de un reducido grupo de países en los que “inflación” es un concepto discutido en la mesa cotidiana y no sólo un raro término de manuales teóricos.

Mientras la coalición gobernante (cuyas bases suelen adjudicar la inflación a la concentración económica) y la opositora (que suele culpar del fenómeno a la política fiscal vigente) optan por acusaciones de diversos tenores, lo cierto es que desde 1975 a esta fecha ningún gobierno pudo de manera consistente y duradera erradicar el aumento estructural de los precios (el único experimento con éxito inmediato, la Convertibilidad de 1991, se reveló frágil e insostenible finalmente).

El contexto actual de encarecimiento global para la producción y el comercio torna más difícil al gobierno actual, que busca mostrar prudencia en el marco de su acuerdo con el FMI, frenar la inercia inflacionaria preexistente. En este sentido también se suele argumentar que a la recurrente volatilidad económica argentina se suma la volatilidad socio-política. La confrontación entre peronismo y antiperonismo, que en los primeros años de la democracia restaurada asumió una forma claramente bipartidista, fue mutando paulatinamente hacia una política de coaliciones que en la práctica se termina por parecer bastante a los sistemas parlamentaristas.

El Frente de Todos representa una fórmula que, aunque fue sumamente efectiva para ganar las elecciones generales de 2019, una vez en la gestión padeció la heterogeneidad interna que supo ser su virtud electoral.

La coalición opositora no está agraciada con una situación distinta, y en sus adentros se libra una puja (aunque en recientes reuniones internas pareciera haber adquirido cierto orden) para determinar qué sector liderará el frente de cara a las elecciones generales del próximo año.

En un sistema político que venía acostumbrado a un presidencialismo más determinado, esta nueva dinámica “coalicionalista” ha venido frenando en el último tiempo los tiempos políticos: suelen disponerse como ejemplos, sobre todo en forma de críticas hacia dentro de la coalición gobernante, la no-expropiación de la empresa agroindustrial “Vicentin”, la demora en la legislación del llamado “impuesto a las grandes fortunas”, o la falta de un juicio más claro sobre las responsabilidades del gobierno anterior en la toma de deuda externa.

Entonces, a los problemas estructurales se suma una dificultad creciente para generar un capital político estable, tendencia regional que se repite en varios países (Perú siendo el ejemplo más claro, a los cuales podríamos sumar a Chile y Ecuador) y que probablemente sólo López Obrador en México haya podido sortear eficientemente.

“Tarda en llegar, y al final ¿hay recompensa?”

Así y todo, como adelantado desde el vamos, Argentina es una paradoja: a la par de los factores negativos descritos, que podrían empujarnos a perder todo optimismo acerca del futuro nacional, el ojo atento puede ver cómo mes a mes se suceden aperturas de nuevas oportunidades económicas que, con viento a favor (o al menos con leve viento en contra), permiten a uno ilusionarse con respecto al largo plazo.

En este sentido, el gobierno actual cuenta con la virtud de ser el que de forma más clara (o quizás el único en las últimas décadas) planteó la urgencia representada por el problema económico base de la Argentina: la restricción externa; en criollo, “el país necesita dólares”. Lo que puede parecer una obviedad en cualquier otro lugar, en Argentina es una obviedad mayor en virtud de que la población general busca al dólar como ahorro, y a raíz de que la industria nacional jamás pudo completar su desarrollo hacia un funcionamiento menos dependiente de las importaciones.

A propósito de este diagnóstico, el gobierno no sólo no ha escatimado en políticas que cuidaran los dólares existentes (así fueran políticas sumamente impopulares, como los límites y recargos impositivos a la adquisición de la divisa o a las compras con tarjetas), sino que asimismo concentró esfuerzos para atraer inversiones que pudieran representar fuentes importantes de dólares, tanto en términos de entrada como de ahorro de los existentes.

En este sentido, la mega-inversión por parte de la empresa australiana Fortescue para producir hidrógeno verde supo ocupar los titulares de medios nacionales e internacionales en los últimos meses.

De la misma forma, el yacimiento de Vaca Muerta viene contando con un desarrollo creciente en su producción de hidrocarburos (petróleo y gas), recursos que en este contexto internacional se encuentran en su apogeo de valorización sin vistas a depreciarse en lo inmediato.

Asimismo, la minería viene teniendo un desarrollo pujante en las provincias occidentales del país, en donde se destaca por sobre todo con vistas hacia el mediano y largo plazo la extracción de litio, mineral del cual Argentina es el cuarto mayor productor mundial.

Ahora bien, no todo es extractivismo dentro de las proyecciones optimistas del país: pese a sus problemas macroeconómicos de larga data, la Argentina sigue contando con una educación superior de gran calidad, destacándose la Universidad de Buenos Aires como la institución iberoamericana que es hoy por siete años consecutivos la mejor posicionada en el Ranking QS.

Por más que suene a discurso de campaña (que, de hecho, lo suele ser), lo cierto es que Argentina cuenta con recursos humanos de calidad que, aunque sea duro admitirlo, resultan muy baratos en dólares para las empresas extranjeras (en efecto, viene siendo creciente la búsqueda joven de trabajos que paguen directamente en dólares). Los servicios informáticos, así como otros sectores de trabajo calificado, gracias a esto vienen creciendo de forma modesta pero sostenida durante los últimos años.

One plan to divide them all

Hasta aquí pareciera que la paradoja argentina consiste meramente en una cuestión de expectativas en torno al desarrollo. Sin embargo, las mismas se entrelazan con un eje que en el país es particularmente central a la hora de debatir sobre modelos económicos: la “justicia social”.

Y es en este punto en donde chocan, bajo la guía eterna de aquel viejo “Destino manifiesto”, la realidad contra la imagen que la Argentina tiene de sí misma. Aunque desde 1975 en adelante (y sobre todo en la década de 1990) la estructura social se empezó a asimilar a la del resto de los países de la región (esto es, a la histórica desigualdad latinoamericana), la Argentina aún hoy se piensa como un país mayormente igualitario en donde los diversos estratos contarían con las mismas oportunidades.

De hecho, se da el curioso fenómeno de que la mayor parte de la población se identifica a sí misma como de “clase media”, aun cuando una gran proporción de ésta no pertenece económicamente a esta categoría. Si se trata de modelos políticos este ideario de país que, de no ser igualitario en el presente debería indefectiblemente serlo en el futuro, causa problemas particularmente en la coalición gobernante.

En esta última, los sectores kirchneristas reclaman al presidente Alberto Fernández y sus ministros (sobre todo a la dupla a cargo de la economía) una mayor atención hacia las políticas sociales por sobre las metas acordadas con el FMI. De hecho, han rechazado el acuerdo en sí mismo y desde entonces concentran esfuerzos (con la vicepresidente al frente) en promover una ley que permita usar dinero argentino depositado en paraísos fiscales para pagar la deuda.

En este marco, la tensión para el gabinete económico vigente es doble: hacia afuera, ya que la recuperación del salario viene siendo lenta, y hacia adentro en tanto que el “socio mayoritario” de la coalición incrementa progresivamente su descontento hacia este y otros hechos.

La paradoja en el caos de la Historia

Para finalizar, podríamos hablar también de la posición internacional argentina como “paradoja”, en tanto el país se ve obligado a balancearse entre bloques geopolíticos constantemente, pero sería fútil: en este aspecto la Argentina (aunque a veces se caiga en el vicio de hacer una lectura “ideologizada”) simplemente se encuentra haciendo lo que tiene disponible para hacer, ya sea esto atraer inversiones chinas o congraciarse con las autoridades de Defensa de Estados Unidos.

Si en la década de 1990 correspondía al “realismo periférico” alinearse indubitablemente con Estados Unidos, entonces hoy responde bien al mismo enfoque asociarse simultáneamente con los diversos polos que dominan el globo. La Historia, aunque resulte incómodo para los que la analizamos, es caótica e impredecible.

Si Argentina emerge de su paradoja triunfante o derrotada será fruto de varios factores combinados, como lo son los futuros resultados electorales, la conformación de consensos políticos, o el curso de la economía internacional. Por lo pronto, el vaso está medio vacío y medio lleno, y la futurología se la dejamos al tarot.

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