24 de octubre 2025 - 09:07

La república del carry trade: cómo J.P. Morgan descubrió en la Argentina un hedge fund con bandera y escudo

Argentina opera como filial de Wall Street. El relato libertario encubre subordinación financiera coordinada desde Nueva York con bendición de Trump.

Argentina se ha convertido en el experimento más reciente de una ingeniería financiera que disfraza la dependencia de meritocracia. 

Argentina se ha convertido en el experimento más reciente de una ingeniería financiera que disfraza la dependencia de meritocracia. 

Imagen creada por IA

En octubre de 2025, mientras las cámaras enfocaban a un presidente argentino abrazando al expresidente Donald Trump, los mercados sonreían con la satisfacción de quien ya conoce el final del guion. Los votantes creían estar eligiendo un gobierno; Wall Street sabía que estaba consolidando una posición larga. La campaña de La Libertad Avanza se hizo sin dólares, sólo con tweets de Scott Bessent, selfies de Trump y la bendición silenciosa de Jamie Dimon. Ninguna potencia había invertido tan poco para obtener tanto.

El mito libertario de un país redimido por la “racionalidad de mercado” ocultó lo obvio, la racionalidad era de otro mercado. El verdadero think tank no estaba en Buenos Aires sino en Park Avenue, y su plan de estabilización consistía en vender futuros del BCRA mientras el Tesoro estadounidense, discretamente, convertía su esfuerzo en pesos en poder. En los pasillos se habla de “trade off” o “no pusieron un dólar”. Lo cierto es que, en rigor, no asistimos al ascenso de un movimiento político sino a la expansión territorial del carry trade.

De los swaps a los likes: el nuevo marketing de la dominación financiera

JP Morgan es el viejo héroe del endeudamiento moderno. Desde los años 80, sus analistas fabricaron el “mercado emergente” como un laboratorio donde la deuda era materia prima de ingeniería financiera (Alexander, 1984; Cline, 1984; Muehring, 1994)

Argentina fue su alumno modelo; en los 90, el país canjeó soberanía por spreads, y en 2018 volvió a hacerlo con la cobertura del stand-by del FMI, con los mismos The Caputo's of life, idénticos socios y las mismas excusas.

Aquel informe técnico de JP Morgan de 2019 ya anticipaba la tragedia (Nguyen et al., 2019) advertía que el 81 % de la deuda argentina estaba en moneda extranjera y que cualquier movimiento del tipo de cambio podía volverla impagable. Unos años después, los mismos diagnósticos son recitados por ex-traders convertidos en funcionarios, quienes se presentan como “sabios de la estabilidad”. La ironía es circular; los responsables del problema administran ahora su solución, y cobran doble comisión.

El relato libertario logró, sin embargo, un golpe publicitario admirable. Donde antes había bonos y swaps, hoy hay memes. El endeudamiento se disfrazó de gesta moral. Y la obediencia a Washington -ese ritual de la periferia financiera- fue reinterpretada como “sinceramiento del mercado”. Nada más eficiente que convertir la subordinación en épica.

La Task Force: Washington D.C., Wall Street y el WhatsApp del poder

Los analistas locales hablan de “alineamiento estratégico” con Estados Unidos. Es un eufemismo amable para designar una relación de tutela. Lo que existe es una task force permanente; el gobierno argentino, el Tesoro de EE. UU., JP Morgan Chase y la comparsa de funcionarios que orbitan entre Buenos Aires y Nueva York. No es conspiración, es organigrama.

Bessent -gestor del fondo Key Square Capital y discípulo directo de Soros- opera como intermediario informal entre Trump y el ala financiera libertaria. Su papel recuerda al de los operadores de deuda que en los 90 coordinaban canjes y discursos. La diferencia es que ahora el flujo no pasa por Bloomberg Terminal sino por Twitter.

La task force domina la escena informativa. Cada tweet de Bessent equivale a una operación de mercado, y cada foto de Trump con Milei es un activo simbólico que revaloriza el “riesgo Argentina” en los fondos de inversión. Mientras tanto, el relato de éxito -reservas “recuperadas”, inflación “contenida”, crecimiento “por venir”- funciona como hedge comunicacional. La política se transformó en derivado financiero; su valor depende de expectativas, no de fundamentos.

Los traders como ministros: la estetización del allanamiento financiero

La gran innovación del siglo XXI no es el fintech sino la tecnocracia performativa; individuos que aprendieron en los bancos de inversión a simular conocimiento y a convertir la mentira en activo. En Too Big to Fail, Andrew Ross Sorkin (2009) retrata a Jamie Dimon corriendo hacia la Reserva Federal para salvar Wall Street. En Buenos Aires, la escena se repite con menos glamour y más spot de YouTube; los “Dimonitos” locales se visten de ministros y declaran que el mercado los ama.

Su mérito no es técnico sino estético, dominan la gramática de la impostura. Presentan el ajuste como si fuera un algoritmo y la entrega nacional como si fuera benchmarking. La “república de los traders” ha reemplazado la deliberación por la planilla Excel y la ética por el spread.

El conocimiento financiero se volvió pseudociencia de gabinete. Cuando anuncian que “no hay dólares”, omiten que ellos mismos los vendieron en el futuro para sostener el tipo de cambio electoral. Según estimaciones, el BCRA superó los 7.000 millones de dólares vendidos en futuros durante octubre... Es decir; mientras se hablaba de “ayuda”, en los pasillos de la city había hipótesis potenciales: comprarían pesos y simultáneamente backupearian con “manos amigas” (dólares futuros). El carry trade más caro de la historia.

De Wall Street a Balcarce 50: anatomía de una dependencia reciclada

El ciclo es siempre el mismo. Primero, los bancos crean el problema: endeudamiento en moneda dura, déficit externo, fuga. Luego, diseñan el remedio: un programa de estabilización con metas imposibles y condicionalidades infinitas. Finalmente, cobran por el asesoramiento. JP Morgan lo perfeccionó en América Latina y lo institucionalizó en Argentina, donde cada crisis se celebra como “nuevo comienzo”.

Dimon, el autoproclamado “hombre que sabía demasiado” (Sorkin, 2009), visitó Buenos Aires para bendecir la “nueva etapa” y dejar claro quién manda. Bajo su liderazgo, el banco que recibió 25.000 millones de dólares del programa TARP (Troubled Asset Relief Program o Programa de Alivio de Activos Problemáticos-un eufemismo) durante la crisis de 2008 reaparece ahora como garante moral de la “racionalidad macroeconómica”. El milagro del capitalismo es su capacidad para convertir al rescatado en rescatista.

La subordinación argentina no es fruto de la ignorancia sino de la conveniencia. Los ex-traders devenidos funcionarios conocen las reglas: el premio es pertenecer, sobre todo si se tienen que ir. La ideología libertaria, en realidad, es un instrumento de poder global: desmantelar al Estado para abrir espacio a los flujos financieros. El resto es storytelling.

El experimento argentino, o cómo volar por los aires con elegancia

Argentina se ha convertido en el experimento más reciente de una ingeniería financiera que disfraza la dependencia de meritocracia. El gobierno actual funciona como filial de Wall Street, con un board mixto de economistas locales y asesores extranjeros. Si las cuentas cierran, el crédito sigue; si no, el país explota, y el comunicado dirá que fue “por exceso de populismo”.

La paradoja final es que, mientras se proclama la soberanía del mercado, la verdadera decisión está en manos de un puñado de traders y think tankers que ni siquiera pagan impuestos en el país. Argentina es hoy un hedge fund soberano, administrado por quienes antes apostaban contra ella.

El resultado inmediato es el espejismo de estabilidad; el resultado final, la destrucción de la legitimidad democrática. Si el cálculo falla -si el experimento electoral no se renueva- la task force se retirará y dejará a la nación exactamente donde empezó; con las ruinas de su propio autoengaño. Y, por supuesto, con un nuevo informe de JP Morgan explicando por qué “nadie lo vio venir”.

Director de la Fundación Esperanza y de la consultora Hacer.com.ar. Profesor de posgrado en la Universidad de Buenos Aires y universidades privadas. Tiene una maestría en Política Económica Internacional, un doctorado en Ciencia Política y es autor de seis libros.

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