9 de junio 2025 - 09:57

¿Quién dejó entrar a Elon Musk al ministerio? "You're Fired!"

Este artículo sostiene que el fracaso de Musk como actor político expresa el límite de lo que puede enfrentar un modelo de gobierno basado en la motosierra. El propio Trump, líder con alta sensibilidad mercantil, terminó despidiendo a Musk cuando advirtió que pretendía convertir al Estado en una empresa.

Musk y Trump protagonizan el divorcio del momento.

Musk y Trump protagonizan el divorcio del momento.

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“Tengo un regalo para vos”. Javier Milei le entregó a Elon Musk una caja que contenía una motosierra (febrero 2025). ¿El alejamiento del magnate es la evidencia del fracaso de la estrategia basada en la motosierra?

Este artículo sostiene que el fracaso de Musk como actor político expresa el límite de lo que puede enfrentar un modelo de gobierno basado en la motosierra. El propio Trump, líder con alta sensibilidad mercantil, terminó despidiendo a Musk cuando advirtió que pretendía convertir al Estado en una empresa.

¿Nos enfrentamos al incipiente agotamiento de una fase tecnocrática, iliberal y altamente personalizada del neoliberalismo, cuya promesa de eficiencia fue sustituida por espectáculos de caos y deslegitimación institucional? La figura de Musk concentraba todas las tensiones del nuevo capitalismo tecnológico: regresivo, libertario, hipercontrolador, racional y, profundamente errático.

La hipótesis principal que plantea el caso, es el fracaso de Musk como actor estatal y su ruptura con Trump que refleja el colapso de la ilusión tecnofeudal, según la cual las plataformas tecnológicas podrían reemplazar al aparato estatal en su función distributiva, regulatoria y simbólica. Como veremos, el problema no fue la personalidad de Musk, sino la lógica misma de un proyecto que confunde gestión con gobierno, algoritmo con justicia, data con legitimidad.

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Musk y Milei en Silicon Valley.

Musk y Milei en Silicon Valley.

Los orígenes de la alianza: dinero, datos y discurso

La relación entre Donald Trump y Elon Musk no fue el producto de una afinidad ideológica profunda, sino una convergencia instrumental entre poder político y capital tecnológico. Durante la campaña presidencial de 2016, Musk apoyó a Trump indirectamente al favorecer la circulación de narrativas disruptivas en redes sociales como Twitter, facilitando así la captura de la atención pública por parte del entonces outsider republicano. Posteriormente, el vínculo se robusteció con acuerdos explícitos de cooperación, beneficios fiscales para las empresas de Musk, y una fuerte alianza mediática basada en la amplificación de discursos afines.

Elon Musk entendió que el poder político podía ser un acelerador para sus objetivos corporativos; acceso preferencial a contratos estatales, libertad regulatoria para sus empresas (especialmente SpaceX y Tesla), y visibilidad global como visionario del siglo XXI. Por su parte, Trump vio en Musk no solo un aliado estratégico, sino una validación simbólica ante las élites empresariales. Se trató, en esencia, de una relación fundada en la idea clásica del corporativismo funcional; un Estado gestionado por empresarios para empresarios.

Sin embargo, como advertimos en “Libertarismo tecnológico y poder” (Tigani, 2024, Academia.edu), esta alianza estaba plagada de contradicciones. Musk no representaba el capital tradicional, sino una nueva forma de actor technopolítico cuya racionalidad no estaba guiada por la lógica incremental de la inversión productiva, sino por el espectáculo, la disrupción y la megalomanía. Esta diferencia esencial entre el capitalismo industrial clásico y la tecnoplutocracia emergente fue el germen del conflicto.

Twitter como vértebra del ecosistema ideológico

La adquisición de Twitter por parte de Elon Musk en 2022 debe leerse como un acto político antes que económico. Musk convirtió la plataforma en un laboratorio ideológico donde experimentó con modelos de censura, validación selectiva de discursos y manipulación algorítmica. Como sostuvimos en “Entre la libertad y el algoritmo” (Tigani, 2023, Academia. Edu), Twitter pasó a ser la sede simbólica del poder cultural de una nueva derecha reaccionaria global.

La reapertura de la cuenta de Trump tras el asalto al Capitolio, la habilitación de influencers ultraconservadores previamente expulsados, y la conversión del algoritmo en un dispositivo editorial funcional a la narrativa libertaria, marcaron un punto de inflexión. Twitter/X dejó de ser una red social para convertirse en un aparato ideológico.

Pero esta transformación no estuvo exenta de costos. La desinversión publicitaria, la pérdida de valor de la marca, la salida masiva de usuarios y la caída de credibilidad institucional mostraron que el capital simbólico no puede sostenerse solo con radicalización. Así, la red que catapultó a Trump a la presidencia en 2016, terminó convirtiéndose en un búmeran que debilitó su retorno electoral.

La captura del Estado y sus límites: Musk en la maquinaria pública

Durante su breve incursión formal en la gestión pública, Musk fue designado por Trump como director del efímero “Departamento de Eficiencia Gubernamental”, una estructura creada ad hoc para trasladar lógicas corporativas al Estado. Bajo esa función simbólica pero estratégica, Musk impulsó una agenda de austeridad extrema, despidos masivos y disolución de organismos. Su accionar replicó el ethos empresarial de optimización de recursos, reducción de personal y tercerización, bajo la promesa de un Estado “liviano” pero eficiente.

Sin embargo, como se ha demostrado en la literatura crítica (Krugman, 2012; Harvey, 2005; Mazzucato, 2018), la lógica del management privado no es aplicable a las instituciones públicas sin generar disfunciones profundas. Como se argumenta en “Elon Musk, Dogecoin y la fragilidad de la racionalidad financiera” (Tigani, 2023, Academia.edu), su visión del Estado era la de una start-up en versión ministerial; obsesiva con la eficiencia, indiferente al contrato social.

La reacción fue inmediata. Las protestas del movimiento “¡Manos Fuera!” en Washington, con consignas como “No toquen nuestros derechos” y “El Estado no es una empresa”, marcaron el principio del fin para su carrera política. Musk fue desplazado del cargo con discreción, pero el daño ya estaba hecho; el experimento de gestión corporativa directa en el Estado había fracasado estrepitosamente.

El fracaso como estructura: desorden, protesta y ostracismo

El fracaso de Musk no puede leerse como un episodio aislado. Representa el colapso de una lógica que confunde el poder performativo con la gobernanza. Desde una perspectiva antropológica, Musk encarna el arquetipo del magnate tecno sacerdotal; un actor mesiánico que se considera iluminado por la razón algorítmica para rediseñar la sociedad. Pero en política, la legitimidad no se decreta desde una cuenta de Twitter, sino que se construye mediante procesos institucionales, simbólicos y colectivos.

Las protestas contra sus políticas, que incluyeron manifestaciones multitudinarias en universidades, sindicatos y medios, marcaron un punto de no retorno. Su figura pasó de ser un ícono aspiracional a un símbolo de amenaza institucional. Incluso entre votantes conservadores, comenzó a crecer la percepción de que Musk no representaba al “self-made man” americano, sino a un déspota digital.

La administración Trump, en un movimiento pragmático, selló su destino. Musk fue excluido de futuras alianzas electorales. Como revelaron fuentes del círculo íntimo del expresidente, la percepción interna era que Musk quería “gobernar sin pasar por el voto” (NYT, 2025). Fue el paso definitivo hacia el ostracismo político del magnate.

Crisis de legitimidad y poder simbólico

El caso Musk es paradigmático de una crisis más amplia; la de la technoplutocracia como modelo de poder emergente. En “Technoplutocracia: poder, control y el surgimiento de una nueva élite en el capitalismo” (Tigani, 2024, Academia.edu), ya se advertía que la acumulación de datos, infraestructura digital y capital financiero no garantiza legitimidad política. La lógica de las plataformas, basada en la extracción y manipulación de comportamientos, colisiona con las exigencias del contrato republicano.

En este sentido, el fracaso de Musk representa una advertencia epocal. La disolución de la frontera entre empresa y Estado no produce sinergias virtuosas, sino tensiones irresolubles. La captura corporativa del aparato público erosiona su legitimidad y desactiva su función distributiva. Lo que Musk intentó instalar como gobierno algorítmico devino en crisis de autoridad y rechazo popular.

Como han señalado autores como Zuboff (2019) y Acemoglu & Robinson (2023), el poder no solo se mide en términos de capacidad de control, sino de aceptación social. La technoplutocracia, al carecer de mediaciones democráticas, se aísla en su propia burbuja de autojustificación, perdiendo conexión con los imaginarios colectivos.

¿Puede gobernar el capital sin mediaciones?

La ruptura Trump-Musk no debe verse como una anécdota más del presente hipermediatizado, sino como una advertencia histórica. El capital, cuando intenta gobernar sin mediaciones, fracasa. Lo hace porque no comprende la complejidad del lazo social, porque subestima la dimensión simbólica del poder, y porque su lógica de acumulación es incompatible con la de redistribución.

Este artículo, pretende demostrar, con base empírica y teórica, que la tecnoplutocracia no constituye una alternativa viable para la gobernabilidad democrática. Su promesa de eficiencia se convierte en caos.

Frente a este escenario, urge repensar el lugar de la motosierra en la democracia. No se trata de negar la búsqueda de eficiencia, sino de construir marcos institucionales y culturales que limiten su poder, democraticen sus efectos y restituyan a la ciudadanía la soberanía sobre los medios de organización social.

Como ya advirtiera Paul Krugman (2012), “un país no es una empresa”. Hoy podemos agregar: “…y una red social no es una república”.

Director de Fundación Esperanza. https://fundacionesperanza.com.ar/ Profesor de Posgrado UBA y Maestrías en universidades privadas. Máster en Política Económica Internacional, Doctor en Ciencia Política, autor de 6 libros

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