25 de junio 2007 - 00:00

Boca, Macri, finales paralelas

La vida de Mauricio Macri está ya ligada con la de Boca Juniors. Los dos en esta última etapa se jugaron cosas importantes. Uno, la jefatura del Gobierno porteño; y el otro, la Copa Libertadores de América. Los dos ganaron ampliamente -por goleaday los dos pueden considerarse campeones. Tal vez lo más curioso es que tanto el equipo como su presidente (hoy en uso de licencia) debieron pasar por situaciones similares y transitaron caminos curiosamente parecidos.

Se podría decir que Boca ganó la final en el primero de los dos partidos ante Gremio de Porto Alegre, con aquel terminante 3 a 0 logrado en la Bombonera. Lo mismo se podría decir de Macri, quien resolvió el pleito en la primera votación del pasado 13 de junio con un inalcanzable 45,76 contra 23,75 de Daniel Filmus (de paso, volvió a vencer a Carlos Heller, a quien ya Macri había superado cuando compartía la fórmula con Antonio Alegre para la presidencia de Boca) y a todo el aparato oficial, que a la hora del replanteo parece haberle servido al gobierno más en su contra que a favor.

Boca, como Macri, transitaron un camino difícil. A los brasileños (sean del equipo que fuere) no les gusta demasiado que ningún equipo argentino les gane y mucho menos que les moje la oreja. Los locales primero se quejaron del arbitraje, luego del mal trato recibido en Buenos Aires y prepararon al gran público, a su gente, para hacerle la vida imposible a la delegación boquense, incluyendo encerronas, agresiones verbales, alguna pedrada y un permanente ruido de bocinas en los alrededores del hotel donde se alojaba la delegación. El bombardeo (ya no eran cohetes) con que Boca fue recibido en el estadio olímpico de Porto Alegre fue por demás elocuente.

En los partidos de fútbol se marcan diferencias según lo que suceda en los primeros minutos, y en política tiene enorme incidencia lo que suceda en los primeros días posteriores a la elección. En los dos casos, Macri acá y Boca allá acertaron en el diagnóstico: jugar el partido dentro de las posibilidades técnicas y estratégicas de sus propios jugadores, que no lo sorprendan con alguna jugada oportuna (o impensada) y dejar que pase el tiempo (los minutos o los días) para imponer su propio juego, sin dejarse arrastrar al vértigo que siempre propondrá el adversario.

  • Despegado

    Gremio intentó cambiar la historia (ese 3 a 0 adverso) en no más de veinte minutos desde la pitada inicial; Kirchner se dio cuenta en menos de una semana que sus punzantes estocadas servían de poco y comenzó a bajar el tono hasta que supo que lo mejor era irse de la cancha para no quedar tan pegado a la derrota o perjudicar más el resultado. Macri siguió con su libreto de propuestas (que de cumplirse vamos a tener una de las mejores ciudades del mundo), y ya Filmus y Heller no tuvieron con quién discutir y parecieron un boxeador que en medio de la pelea se queda sin rival.

    El partido que se disputaba en Buenos Aires ya estaba más frío que el propio clima. Pero números más o menos los encuestadores se habían plantado en casi un inamovible 60-40 para Macri y aseguraban que a pesar de la derrota era una buena cifra para el gobierno (tema para otro análisis), mientras que en Brasil también algún disparatado creía en el milagro. Sin embargo, cualquiera que se aferrara a las estadísticas o a la memoria colectiva verá que es difícil encontrar datos para la pregunta: ¿En qué partido internacional se revirtieron diferencias de tres goles? Por ahí surge algún partido, aislado, remoto, tanto como pensar que puede darse vuelta un ballottage con diferencia de 20 puntos.

    El partido se seguía jugando. Los cuatro candidatos debieron pasearse por cuanto programa de TV y radio fueron citados. Boca y su presidente lograron imponer su juego: tener la pelota, manejarla, hacer la pausa, triangular, mandar la pelota para los laterales y volver a empezar. El equipo sabía que si pasaban los minutos, no sólo Gremio no podía hacerles un gol sino que además podían ganar en Brasil (como finalmente ocurrió). Un juego que repitió Macri al volver a recorrer barrio por barrio, desde Belgrano y Barrio Norte hasta Lugano y Mataderos. Contingencias similares que terminaron con el mismo final: que los dos levantaran la Copa.
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