Los discursos tremendistas y las propuestas demagógicas y populistas de algunos políticos suman 51% pero en más del 40% está el voto a candidatos más racionales, sobre todo en ideas económicas. Detrás del gran escepticismo, quedó claro, está buena parte del país. Duhalde, con su 36% más 5% de la UCeDé (aunque sea en un electorado bonaerense que guía más su voto por el escudo peronista que por quien sea candidato) y el bajo voto de Alfonsín (también con predominio de los radicales "tradicionales") le sumaron al "populismo".
Si se toma el voto a Eduardo Duhalde (900.000 en este cálculo parcial) como «voto de tipo populista» se eleva el de centroizquierda. Pero no todo ese voto justicialista bonaerense acepta posturas teóricas o demagógicas que, de aplicarse, sólo provocarían el colapso inmediato de la economía nacional. Tampoco se cree que el voto al aliancista Rodolfo Terragno o el de Raúl Alfonsín se encuentren en la misma situación porque gran parte del electorado suele votar «por tradición», sin importarle propuestas, o «donde está el escudo peronista», sin discriminar al candidato. Igual, por imposibilidad de discriminar, hay que adjudicarle al voto social-populista 51% de los sufragios (parciales).
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Del otro lado hay un voto más nítido y de decisión no atada a nada de centroderecha que suma 22%, también parcial, e identifica a quienes sostienen cuando menos un manejo racional y, desde ya, no demagógico del Estado. Se le sumaría parte considerable o cercano al total del voto «de rechazo» (abstenciones, en blanco, deliberadamente entregados para su anulación). En forma poco creíble, ayer declaraciones del populismo (Duhalde, Leopoldo Moreau) trataban, en cambio, de sumarlo a su lado, lo cual no resiste un análisis serio. Es más lógico que el voto «con bronca» se acerque al voto racional y no al populista. ¿Por qué? Porque la izquierda pura (siempre votan) y el estatismo tenían muchas ofertas de candidatos mientras que el voto racional tenía definido a quien lo representaba o si lo hacían, como Horacio Liendo, el votante temía desperdiciar su sufragio y, evidentemente, prefirió hacerse oír a través del voto en blanco, el impugnado o la abstención.
Lo mismo sucede con los 350.000 votos (cifras parciales) de partidos provinciales, difíciles de ubicar, pero que no votan demagogias que, saben las provincias, terminan siendo penosamente costosas para el país.
Podría decirse, entonces, que el voto por formas ortodoxas (por lo menos ortodoxia a la manera argentina) supera 40%. Es mucho, teniendo en cuenta que esta elección vino cuando las políticas de recuperación del país desde el abismo -precisamente adonde arrojaron al país largos años de populismo por gastar más de lo que ingresa al Estado-tardarán en dar fruto y, en el entretanto, deben dar la cara -hoy el gobierno, Domingo Cavallo más algunos gobernadores- por ajustes tan penosos como ineludibles.
Frente a lo fácil que es aprovechar esta circunstancia de crisis por quienes propusieron ideas descabelladas en discursos demagógicos, sin sustento, hay que aceptar que esta elección no fue mala para la política económica actual donde casi nadie la defendió, precisamente por la gula que despertó el descontento lógico de la mayoría de la población. Al contrario, mejor de lo esperado. Esto es lo que observarán las variables de la economía.
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