18 de julio 2006 - 00:00

¿Le conviene a Kirchner, en política, el eje Castro-Chávez?

En uno de los tres extensos discursos de Cristina de Kirchner, de distinto tono y graduación, incluyendo un tête à tête con sus oyentes ocasionales, la senadora pareció manifestar dolor por una herida que considera injusta en materia de política exterior: la presunta alineación de su marido con los gobiernos de Cuba y Venezuela, cargo que algunos sectores le imputan no se sabe si porque lo creen o realmente lo desean. Para revelar su disgusto, ella precisó: ahora voy a citar al lingüista Noam Chomsky que, como debe saberse, es norteamericano y no vive en Cuba o en Venezuela. En rigor, citó a un izquierdista que, como tantos otros, vive en los Estados Unidos con todas las libertades a pesar del sesgo conservador de la administración Bush. Habría que recordar que desde Joseph McCarthy, su caza de brujas y los juicios de conciencia, la cuestión ideológica no limita la actividad de nadie en ese país. Al revés, quizás, de lo que ocurre en Cuba o Venezuela.

Pero la senadora debe conocer esta diferencia, no es necesario recordársela. Su mención al domicilio de Chomsky en el Senado, en cambio, debe estar referida a otra causa: el gobierno está fastidioso por la asociación política que le atribuyen con esos gobiernos de la zona del Caribe. Hay que convenir, sin embargo, que algunas actitudes o expresiones del mandatario argentino conducen a ese facilismo, como la inminente cumbre cordobesa con Hugo Chávez como invitado principal y la sorpresa del avión negro de Fidel Castro en cualquier momento (ver aparte). Por no hablar de otras algarabías con el tono sonrosado de los flamencos y el populismo victorioso de las canchas de fútbol.

Aun así, la sinonimia con ciertos regímenes y cierta aquiescencia a sus propuestas no encajan en la personalidad de Kirchner. Más, desde que algunos informes han aterrizado en su despacho de la Casa Rosada, cuyo contenido desliza que ciertos cambios a una determinada tendencia se empiezan a observar en el continente.

  • Algunas encuestas sobre lo que ocurre electoralmente en Brasil indican que el candidato opositor a Inácio Lula da Silva, el desangelado empresario Geraldo Alckmin, podría alcanzar el margen necesario para aspirar a una segunda vuelta. Y esa alternativa del ballottage (una caja de Pandora para cualquier elección y para quien se considera seguro ganador por anticipado) inquieta tanto al oficialismo brasileño como a quienes ya le manifestaron su apoyo. No vaya a ser que la costumbre de levantar la mano de ganadores, como Bachelet o Tabaré Vázquez, de pronto se frustre. La volatilidad de la voluntad popular en Brasil señala, por otra parte, que la experiencia de esa izquierda sui generis de Lula podría tener una frontera.

  • Más datos del informe: las experiencias transversales (tipo el kirchnerismo) han fracasado en los tres últimos comicios de la región mientras se imponían partidos tradicionales casi en desaparición, al tiempo que los triunfadores de esas justas manifestaban distancia y hasta agresividad con el eje La Habana-Caracas. Primer caso: Perú. Allí venció Alan García, alguien que parecía más irrecuperable que Fernando de la Rúa, y reflotando al legendario Apra de Víctor Raúl Haya de la Torre. Esa realidad se compone de otra afirmación política: la cercanía de García con Washington, la firma de un acuerdo de libre comercio entre los dos estados, y la confrontación directa, violenta, con Chávez. Si hasta el rival doblegado, Ollanta Humala, le rogó al venezolano que no hablara bien de él, que olvidara cualquier respaldo porque su sola palabra constituía -y constituyó- una amenaza que haría huir a los votantes peruanos de su candidatura.

  • En Colombia, vale recordarlo, el proceso electoral fue aún más nítido contra Chávez y, sobre todo, Castro. Es cierto que existe una guerrilla dominante y brutal desde mediados del siglo pasado, con pertenencia alterna a la isla, proceso del cual la mayoría colombiana no sólo tomó nota sino que actuó en consecuencia. Así se impuso Alvaro Uribe, un liberal además, por segunda vez y por intermedio del Partido Conservador -centro histórico de cuanta crítica formulara la izquierda-, núcleo político que en esta ocasión tuvo mayor influencia que en la anterior contienda. Dato no menor: se terminó con el transversalismo que en el inicio lo había llevado a Uribe al poder. Conviene anotar que las disidencias de Chávez con el colombiano -en otros tiempos de oralidad extrema- se han enfriado por una simple razón, tan cara a la conciencia de los líderes de esta parte de la Tierra: la gola del venezolano se ha ido yendo a medida que requiere del gas que le provee el gobierno de Bogotá para pasar sus módicos inviernos.

  • Ultima batalla por los votos: México, donde ganó Alfonso Calderón a través del PAN (partido de 1939, siempre segundón del PRI), caracterizado por su formación católica y conservadora. Como se sabe, derrotó por escaso margen a un populista como Manuel López Obrador quien, ya preocupado por informes semejantes a los que ahora le proveen a Kirchner, le pedía a Chávez que no hiciera campaña por él ni que publicitara su apoyo. Ni aun así pudo contener su descenso en las encuestas -era un cómodo primero dos meses antes-, sucumbió con su propuesta de izquierda, esa etapa de cambio revolucionario que el Presidente argentino suele enunciar en sus discursos ante el mundo.
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