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La única figura con peso cultural del arco opositor hoy es Elisa Carrió, pero ya ha demostrado que no puede transferir el altísimo crédito que tiene en la opinión pública a las urnas. Lo de ella es un liderazgo cultural que se agota en el marco de las pantallas de TV; no filtra hacia la realidad política y lo demuestra con cómo hizo volcar a Jorge Telerman cuando un mes antes nadie hubiera imaginado que estuviera fuera del ballottage con Macri.
La otra diferencia es que en 1997, fecha seminal de aquella alianza, existían fuertes organizaciones partidarias detrás de ese proyecto, la Unión Cívica Radical y la liga de partido que giraba bajo el rótulo Frepaso. Hoy el radicalismo está dividido entre oficialismo y oposición; el Partido Justicialista no presentó candidatos presidenciales ya en 2003. Han sido reemplazados por el partido del gobierno de Néstor Kirchner.
Ninguno de los caciques opositores, y Lavagna el primero, está tampoco dispuesto a enfilarse detrás de los demás reconociendo a alguno como el jefe de un partido antigobierno.
La tibieza de Macri frente a los reclamos de participación en las elecciones presidenciales con apoyos o alianzas de algún tipo expresa la idea que anima hoy López Murphy de que es mejor mantener todas las candidaturas presidenciales opositoras activas hasta el 28 de octubre como una amenaza real sobre el proyecto kirchnerista de reelección.
La especulación se basa sobre un cálculo tan elemental como teórico: si Lavagna, Carrió, López Murphy y el candidato que represente al peronismo no kirchnerista o, si éste sindicase al sector, Carlos Menem mismo se mantienen en un porcentaje de votos que puede estar hoy entre los 5 y 8 puntos, se le puede esmerilar a Kirchner el triunfo en primera vuelta porque le sería imposible alcanzar los 45 o -algo más difícil- los diez de diferencia por sobre el segundo en caso de sacar menos.
La base de esta presunción es la historia electoral del kirchnerismo en distritos grandes, como la Capital Federal, donde ha podido subir entre 2003 y 2007 apenas cuatro puntos: 19,46 ( presidencial de 2003), 20,49 (lo que sacó Bielsa como diputado en su nombre en 2005), 23,77% que cosechó Filmus el pasado 3 de junio. En esas tres elecciones, Kirchner pidió para sí el voto y perdió en las tres. ¿Cómo haría ahora para dar vuelta eso en el segundo distrito más grande del país en cantidad de votos? (ver cuadro 1).
En 2005 el kirchnerismo y el PJ aliado al gobierno alcanzaron en la elección legislativa de 2005 apenas 26,1% de los votos positivos (ver cuadro 2). En ese año contó con Cristina Kirchner de candidata a senadora nacional por Buenos Aires, que recogió un caudal de votos parecido al que puede sacar este año Daniel Scioli como gobernador. ¿Podrá aumentar en dos años el oficialismo el nivel de adhesiones? El gobierno tapa el sol con encuestas que indican que es imbatible, pero eso debe probarse en las urnas y ya en 2005 esas marcas de adhesión en imagen tampoco se tradujeron en votos.
Otra diferencia respecto de elecciones anteriores es que en 2007 la mitad del padrón nacional votará el 28 de octubre, además de presidente, diputados y senadores (donde toque, no todas las provincias renuevan esa categoría); y la otra mitad, sólo presidente. Los baqueanos de la política dicen que el voto se moviliza desde abajo hacia arriba, que el voto a presidente o a legisladores nacionales se recluta con éxito cuando está comprometida la suerte de los cargos de abajo, como gobernadores, legisladores locales, intendentes, concejales.
Si se miran los distritos grandes, Kirchner -o quien él digava a una elección el 28 de octubre a presidente en Buenos Aires y de ahí salta a Mendoza, porque Santa Fe, Capital Federal, Córdoba y Entre Ríos habrán elegido autoridades locales en otras fechas (ver cuadro 4).
Eso lo obliga a movilizar el voto sólo a presidente en la otra mitad del padrón. Tiene la ventaja de que cuando no se mezclan las peleas locales con las nacionales se reduce la exposición a los conflictos y puede ser más fácil pedir el voto. Pero seguro que sale más cara la movilización el día de los comicios. La idea de que muchos candidatos le esmerilan la base al kirchnerismo es una hipótesis a demostrar, pero parece más viable que la utopía lavagnista de que todos se enfilen detrás del mejor aspectado por los astros. Hace peligrar la idea otra constatación de historia electoral: no está probado que haya grandes diferencias en la asistencia a las urnas si se eligen autoridades nacionales separadas o junto con las locales. La última experiencia fue en 1999, cuando Menem quiso esmerilar la suerte de Eduardo Duhalde en la elección contra Fernando de la Rúa y le desenganchó las elecciones provinciales en varios distritos. Salvo algún caso que tiene explicación casuística, la diferencia en la cantidad de asistentes al voto no superó nunca los dos puntos.
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