Nace la cohabitación, invento afrancesado
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Jacques Chirac
El caso es que la infinita alcaldía de París, una ciudad de derecha, por Chirac, le sirvió a éste para pavimentarse el camino hacia la presidencia, que finalmente ganó con el tácito consentimiento de Mitterrand, y para escapar a procesos judiciales que recién deberá afrontar ahora, desprovisto de la inmunidad presidencial. Mitterrand coreografió su propio deceso (que, al parecer, ya le había sido predicho antes de que asumiera su primera presidencia, en 1980) y, con Chirac, los enfrentamientos, nunca menos que amables, no fueron más lejos de un quítame allá esos presupuestos.
Menos coreografiada y más brutal fue la cohabitación entre Bill Clinton, un progresista con ambiciosos proyectos de salud pública, y la revolución conservadora que se le vino en la forma de las elecciones de mitad de mandato de 1994, con el Senado y la Cámara de Representantes volcándose a favor de una marea radical de derecha económica y en asuntos sociales encabezada por Newt «Newtron» Gingrich y un nutrido séquito de parroquiales pastores televisivos. El país venía de inocentes debates sobre la actitud correcta a asumir por los gays en las Fuerzas Armadas (si admitir ser gay o la política de «no decir, no preguntar» que fue finalmente avalada por Clinton) cuando se le vino encima una avalancha que mezclaba armamentismo interno con antiabortismo radical, xenofobia antiinmigrante, valores patrioteros, antiabortismo intransigente, aislacionismo internacional y máxima astringencia en gastos sociales.
El país fue llevado a la parálisis, y, durante algunas semanas, el gobierno federal debió «cerrar» por falta de presupuesto. Clinton, que se había abroquelado en esa posición inicial dura, «ganó» la batalla cooptando gradualmente las medidas (y el mensaje) de sus atacantes. Y usó el cierre del gobierno en los meses de la pelea por el presupuesto para relajarse y gozar: fueron los tiempos iniciales de su affaire con la pasante Monica Lewinsky.
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