Rara mutación hacia un podio impensado hace diez años
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Entre aquellos escasos 680 votos de diferencia de su primera victoria y el 50% de votos que redondeó ayer en la elección de gobernador, la hoja de ruta de Scioli registra varias escalas, con avances y parálisis, horas de euforia y otras de aislación glacial.
Al turno del 97, que lo sentó en el Congreso, le siguió una rara mutación en 2001. Ese año logró su reelección como diputado por el PJ porteño intervenido por Ana María Mosso junto a Horacio Liendo, mano derecha de Domingo Cavallo, por entonces ministro de Fernando de la Rúa.
Eran horas bravas e incendiarias. Cuando se derrumbó el radical y floreció un extravagante puntano como presidente interino, Scioli se cruzó con «el Adolfo» en el Senado y se ofreció para «colaborar». Al rato era secretario de Deportes y tenía a cargo Turismo.
Leal o suicida, fue de los pocos dirigentes del PJ que escoltó a Rodríguez Saá a la cumbre diezmada de Chapadmalal y hasta voló a San Luis, desde donde, ametrallando con alertas de conspiración, el puntano efímero cedió la presidencia tras siete días en el poder.
El costo no fue el imaginado. Duhalde lo cobijó y lo preservó como secretario de Turismo y Deportes. Por esos meses, cuando el país palpitaba entre piquetes y devaluación, el bonaerense alucinó la fantasía de «manijear» a Scioli como su hombre para Buenos Aires.
Pero DOS -así lo llama su entorno, rara mixtura entre su condición de vice y la sigla de su nombre, Daniel Osvaldo Scioli- seguía enfocado en Capital.
De hecho, a fines de 2002 compitió en la primaria peronista por la Jefatura de Gobierno. Ganó, pero días después, Kirchner lo eligió como vice. Fue una de las dos opciones que Duhalde le dio a Kirchner. La otra era Roberto Lavagna. Corría el verano caliente de 2003. Ese episodio puede computarse como la primera «traición» de Kirchner a su patrocinador. Mientras en Villa Gesell, Duhalde, Lavagna y Carlos Ruckauf diseñaban una fórmula con el ministro de Economía como vice, el patagónico los «primereó» y filtró a la prensa que su vice sería Scioli. Fue uno de sus acuerdos con el monopolio «Clarín».
También una jugada a dos bandas de la que el ahora gobernador electo se enteró cuando, antes de salir a trotar ese domingo, le acercaron los diarios. Estaba en Mar del Plata, abocado a imaginar sus pasos en la Capital -se votaba ese día la interna PJ para jefe de Gobierno-, cuando lo apabulló la novedad.
Una foto «de época» muestra sonrientes y amables, con el Perito Moreno como fondo, a Kirchner y su esposa, Cristina, y a Scioli con Rabolini. Un week end sureño para anidar una sintonía que se resquebrajó cuando, ya electos, Scioli marcó ásperas y públicas diferencias con Kirchner.
Acaso por esos días el vice congelado deseó volver a los menos estridentes 80, cuando con Semillita, su primera lancha, se animó al off shore sin desatender la empresa familiar, Casa Scioli, dedicada a la venta de electrodomésticos.
O a los más tibios tiempos en que Menem, padrino de deportistas y de artistas mutados a políticos, lo sentaba a la mesa en Olivos y sugería a YPF que patrocine, con cifras millonarias, la Argentina y la Gran Argentina, las lanchas con las que Scioli completó su raid acuático.
Pero en 2003, siendo el vicepresidente, los Kirchner le levantaron un monumental murallón de indiferencia y desprecio que lo convirtió en un «exiliado» modelo en el planeta K. Llegó tan lejos el destrato que la primera dama hasta lo impugnó por TV en una recordada sesión del Senado.
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