El primer aplauso recién se escuchó cuando Carlos Susevich -padre de Beatriz Susevich, una de las 29 víctimas fatales del atentado contra la Embajada de Israel- recordó que «la impunidad en nuestro país no es cosa del pasado: por ejemplo, el agravio sufrido por un empleado de la Legislatura porteña por ser judío quedó sepultado bajo la actitud corporativa de sus colegas».
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A diferencia de lo ocurrido el año anterior, el anuncio de la presencia de Cristina Kirchner y de Aníbal Ibarra no provocó entusiasmo en las alrededor de 1.500 almas que volvieron a congregarse para recordar el ataque contra la sede diplomática de la calle Arroyo.
Obviamente, tampoco la presencia de los dirigentes comunitarios (Jorge Kirszenbaum, de DAIA, y Abraham Kaul, de AMIA) o del vicejefe de Gobierno porteño, Jorge Telerman, sacudió a la concurrencia, seguramente ya harta de ir a Arroyo y Suipacha año tras año con las mismas consignas y nulos resultados. No provocó adhesión el canciller Rafael Bielsa; seguramente el desaire a la DAIA la mañana anterior -dejó plantados a 60 dirigentes convocados para una conferencia que debía dar en un hotel del Abasto- no contribuyó a crear un buen clima para él.
• Promesa
Sólo consiguió «bajar a la tierra» al final de su discurso, cuando prometió que el «compromiso del gobierno de buscar quién hizo esto es inclaudicable; no hay compromiso diplomático o político que nos obligue a seguir defraudando. La impunidad será vencida». Antes -y como si no pudiera enfocarse en que lo que realmente convocaba a público, diplomáticos y dirigentes era lo sucedido el 17 de marzo de 1992-, por segundo año consecutivo apeló a metáforas (volvió a usar «ventanas y puertas», como el año pasado) y a elipsis para ¿ evitar? referirse al atentado y a sus consecuencias sobre las personas, la ciudad y la sociedad.
• Aplaudido
El embajador Rafael Eldad, en cambio, no tuvo esa dificultad y por eso fue aplaudido: él, como agregado cultural, era parte del personal de la embajada israelí en Buenos Aires, y como un día antes en el reportaje publicado por este diario, eligió recordar «los rostros de mis compañeros de entonces que ya no están» y la intensa vida cultural y social que albergaba la casona de Arroyo 910. Eldad, igual que antes Susevich, recordó que en la tradición judía los trece años marcan en un varón judío el paso de la niñez a la adultez (lo que se conoce como «bar mitzvah») «Es un paso importante para él y para sus padres, y a partir de los trece años debe enfrentar su propio futuro. Pasaron trece años desde aquel 17 de marzo; el mundo se acostumbra al desastre, pero para los que fuimos protagonistas y testigos es un caso único, a pesar de que el odio y el fanatismo más insensato siguen provocando dolor.»
El diplomático remarcó que «el terrorismo no es un choque de culturas, sino una epidemia mundial que amenaza al mundo entero», y cerró reclamando que «no alcanza con recordar: tiene que haber voluntad de actuar; continuaremos con nuestras vidas pero seguiremos reclamando justicia».
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