El debate del miércoles por la noche en el Senado sobre el proyecto que le otorga superpoderes al jefe de Gabinete para modificar partidas en el Presupuesto nacional marcó un cambio en la relación entre el oficialismo y la oposición. Hace años que un jefe opositor, como el presidente del bloque UCR, Ernesto Sanz, no se cruzaba con la esencia del oficialismo, corporizado en Cristina Kirchner, con un nivel de violencia tal. Sin duda, el resultado será un Senado menos conciliador en el futuro y el augurio de complicaciones en los debates en Diputados, por donde todavía deben pasar tanto los «superpoderes» como la reglamentación de los DNU.
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Cristina ha conseguido hace tiempo que casi no se le respondan sus discursos en el recinto. La oposición radical, si bien suele intentar rebatir sus argumentos, no había cuestionado hasta ahora, por ejemplo, que la primera dama tuviera tiempos especiales para hablar y hasta optaba por no contestar algunos planteos conflictivos. Pero el miércoles pasado algo cambió.
La UCR tuvo en los últimos años una actitud tibia frente a los arrebatos de la primera dama, en parte por los condicionamientos de los gobernadores de la UCR frente a su relación con Kirchner. En otras palabras, parecía que ningún senador se le animaba, ni siquiera cuando Cristina atacó a los gobiernos radicales de Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa, a Carlos Menem en persona -sin nombrarlo nunca, una costumbre que el miércoles rompió en el recinto-, pero no a muchas decisiones presidenciales de la década del 90. Pero, al parecer, la hora cincuenta minutos del discurso previo de la primera dama, más las tres horas cuarenta de la semana anterior, todas repletas de críticas a la prensa y la oposición, al punto que terminó fundiendo ambas como si tuvieran la misma entidad, y con un uso casi sofista de algunos datos de la administración del Estado, pudieron más que la disciplina que ella inspira en el recinto, por obra y gracia de contar con el aparato presidencial detrás, aunque la senadora lo niegue.
Argumento molesto
Sanz arrancó esa noche con un argumento que molesta a Cristina Kirchner, que una docena de veces había insistido en que el otorgamiento de los superpoderes al jefe de Gabinete era «sólo» la modificación de un artículo de la Ley de Administración Financiera del Estado, de los 137 que tiene esa norma, como si de cantidad se tratara la cuestión: «la cuestión de fondo es que estamos discutiendo sobre el esquema de división de poderes», dijo, dejando de lado ese esquema intelectualmente simplista que el oficialismo pretendió imprimir al debate alegando que sólo era una herramienta más para administrar mejor. Lo curioso es que ese mismo Poder Ejecutivo que reivindica el cambio de «un solo» artículo de la 24.156 es el mismo que parece no conocer la norma ya que en el Estatuto de creación de AySA fijo como procedimiento para nombrar a los síndicos de esa nueva empresa de aguas al establecido en el «artículo 144» de la Ley de Administración Financiera del Estado. Hasta ahora, el servicio Infoleg del Ministerio de Economíadecía que eso era imposible al no tener esa norma tantos artículos, ahora existe la confirmación oficial de Cristina Kirchner de que son sólo 137. Por lo tanto, se deberá buscar un reemplazo a ese procedimiento que ya fue votado en la Ley de AySA, que en su momento Ambito Financiero marcó, pero que nadie en el Congreso quiso, quizá por temor, modificar.
El radical también insistió en la curiosa oportunidad del gobierno en pedir al mismo tiempo los superpoderes para el jefe de Gabinete y proceder a la reglamentación de la Bicameral de Control de los decretos de necesidad y urgencia: «Debo decir que con alguna informalidad -y no diré más que esto para no comprometer a nadiecompartí una pregunta con algunos oficialistas: ¿por qué se pide algo que no se necesita? ¿cuál es la razón para ello? Otra pregunta: ¿por qué ingresan esta iniciativa junto con los DNU? La verdad es que hay quejas en el sentido de que la prensa es de lo peor, también la oposición es de lo peor, pero quien se buscó esto fue el propio gobierno».
Pero la respuesta directa a la actitud de Cristina llegó hacia el final: «A diferencia de los sistemas, las personas son soberbias: creen que su verdad es la única. A diferencia de los sistemas, las personas son intolerantes: no aceptan el disenso, porque consideran que son todos malos, que todos han tenido culpas, que hasta los propios tuvieron culpas cuando votaron la ley de subversión económica».
Las «personas» en ese momento eran Cristina para el radical, que siguió respondiéndole ante la mirada azorada de los senadores peronistas que, acostumbrados a los ritos actuales, no podían creer que alguien le retrucara a la senadora en esos términos.
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