15 de marzo 2005 - 00:00

Violencia desde la Casa Rosada

Violencia desde la Casa Rosada
Néstor Kirchner nunca cita ni cree en el general Juan Perón pero se asemeja. El general que tuvo 3 períodos presidenciales -aunque dos no pudo terminarlo- sera el único antecedente a nivel de primeros magistrados argentinos que, en ejercicio del cargo, pronunció discursos iracundos que derivaron en puebladas con graves daños a propiedades privadas en la Capital Federal. Kirchner lo igualó con su discurso violento contra la empresa Shell, el jueves último, que desató atentados de activistas contra estaciones de servicio.

En abril de 1953 -durante su segundo período, que duraría hasta 1958 pero que no terminaría por la revolución de 1955- Perón convocó una de sus tantas manifestaciones multitudinarias en Plaza de Mayo.

Cuando pronunciaba su discurso desde el tradicional balcón de la Casa Rosada estalló una bomba potente en la entrada del subte sobre la calle Hipólito Yrigoyen. Provocó heridos pero no muertes y muchos años después el atentado fue atribuido a los «jóvenes turcos» del radicalismo, entre otros Félix Elizalde (llegaría a ser presidente del Banco Central en 1963 durante la gestión del presidente Arturo Illia) y Roque Carranza (que llegó a ser ministro con Raúl Alfonsín).

Aquella explosión en el año 1953 en pleno acto peronista y cuando hablaba el general Perón enardeció a la muchedumbre que llenaba la Plaza de Mayo. «Leña, leña mi general», le gritaba la masa y Perón pronunció aquellas fatídicas palabras de «¿Por qué no se las dan ustedes?» Esa misma tarde muchachones enardecidos al terminar el mitin quemaron uno de los más hermosos edificios de Buenos Aires, el del Jockey Club, en la calle Florida.

Otros fueron a la Casa del Pueblo -enorme edificio sobre la calle Rivadavia en el barrio de Once- y la incendiaron, incluyendo los equipos que imprimían el diario socialista «La Vanguardia». En menor medida atentaron contra la Casa Radical. En la Casa del Pueblo y en el Jockey Club se incendiaron por la barbarie bibliotecas invalorables, y en el último edificio una «Diana» de Falguiere, pieza única, que ahora se conserva en la sede de avenida Alvear, restaurada.

No fue el único vandalismo que provocó Juan Perón con sus discursos públicos. El 16 de junio de 1955 la aviación naval bombardeó la Plaza de Mayo y la Casa Rosada en una revolución fallida contra el gobierno de Perón. El presidente -que tres meses después sería derrocado el 16 de setiembre de 1955 por la Revolución Libertadora y enviado a 17 años de exilio- preavisado del ataque se había cruzado al Ministerio de Guerra. Desde allí siguió paso a paso el fracasado proceso de aquella intentona y cuando cayó la noche, junto al ministro de Guerra, general Franklin Lucero, pronunció otro célebre discurso violento donde habló del
«estigma imborrable» que iba a pesar sobre la Marina de Guerra. Tenía razón porque aquellos bombardeos, con civiles caminando por la plaza, fueron una alevosía. Pero cuando terminó el día, turbas enceguecidas provocaron la no menos famosa «noche de la quema de las iglesias» afectando y saqueando varios templos de Buenos Aires, no menos de 8, incluyendo el viejo edificio de la Curia Metropolitana tan destruido que debió ser erigido otro, el actual junto a la Catedral.

Esto de
«las quemas» fue una característica del régimen nazi de los años '30, en el siglo pasado. Quema de libros en la «noche de los cristales», quema del Reichstag o parlamento alemán.

Néstor Kirchner no tiene ni cercanamente el carisma de Perón y nunca, hasta ahora, ha logrado reunir una muchedumbre en Plaza de Mayo, algo que muchos agradecen porque dada la intemperancia de sus discursos podría provocar una catástrofe. No tiene a su favor masas enfervorizables, como tenía Perón, pero sí activistas pagos (con planes Jefas y Jefes de Hogar) y dirigentes que le deben su buen pasar, principalmente Luis D'Elía y en menor nivel Jorge Ceballos (que es funcionario en el Ministerio de Desarrollo Social a cargo de Alicia Kirchner), Emilio Pérsico y Edgardo Depetri, entre otros.

Todo gobierno tiene derecho de decir y promover que la población no compre a los que aumentan precios. En verdad ya de por sí la gente lo hace en defensa de su bolsillo.

No se puede, en cambio, «declarar boicots». No es legítimo. Menos aún incitar -como se afirma hizo el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli- a los jefes piqueteros pagos a efectuar «escraches». Raúl Castells, otro jefe piquetero, no tiene ningún amparo oficial y vive de prisión en prisión por haber tomado un casino en el Chaco y una sucursal McDonald's en el centro de Buenos Aires. D'Elía goza de libertad pese a haber tomado por la fuerza un edificio institucional, como una comisaría en la Boca, y participar y hacer participar a sus secuaces en tomas de edificios. En verdad es injusto, aunque al decir de Sor Juana Inés de la Cruz, «cualquiera mal haga».

Atentar contra los McDonald's es atacar a empresarios medianos argentinos que por vía de las franquicias logran, arriesgando capital propio, establecer comercios donde dan trabajo a argentinos. Si se acepta lo imposible, que la violencia oficial y la piquetera sean método de persuasión política para las multinacionales, ¿de qué sirve descapitalizar a empresarios argentinos afectando sus negocios con destrozos?

Pensemos que sólo 20% de las estaciones de Shell es de esa compañía holando-británica. El 80% restante es de argentinos que expenden productos elaborados o combustibles refinados o importados por Shell.

Las iracundias del Presidentele restan imagen interna y externamente. Los argentinos nos estamos acostumbrando. En el exterior no. En las deliberaciones de la Sociedad Interamericana de Prensa que se realizan en Panamá hablan del «desequilibrado» primer mandatario argentino. El editor Jorge Fontevecchia llegó a escribir en el último número de su revista: «Como lo haría cualquier paranoico -no se puede probar que el Presidente lo sea-, Kirchner suele considerar que no hay mejor defensa que un buen ataque».

Es cierto que los arrebatos presidenciales no han pasado de tales. Raúl Alfonsín, que parecía más mesurado y democrático, durante su gestión presidencial de los años '80 puso el estado de sitio, suspendió las garantías constitucionales y metió en la cárcel a periodistas con su permanente obsesión por los «complots». Nada de eso ha ocurrido con Kirchner. Ni se han quemado iglesias. Ni se ha atentado contra edificios privados con la gravedad de los años '50 con Perón. Pero debe insistirse, una vez más, que no debe incitarse a la violencia desde el Estado.

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