17 de agosto 2007 - 00:00

''Conozco París como si fuera mi propia casa''

El diálogo con Esmeralda Mitre se produjo en la platea de la sala Beckett, donde la actriz protagoniza «Comedia», del reconocido autor irlandés. «Fue un gran maestro», confiesa.
El diálogo con Esmeralda Mitre se produjo en la platea de la sala Beckett, donde la actriz protagoniza «Comedia», del reconocido autor irlandés. «Fue un gran maestro», confiesa.
El diálogo se produce en la desolada platea de la sala Beckett, ubicada a una cuadra del ex Mercado del Abasto. La luz, apenas perceptible, obliga a la improvisada fotógrafa a gatillar su cámara con más frecuencia que la habitual para obtener la mejor toma. Esmeralda Mitre pregunta si es necesario preparar una producción fotográfica, pero el periodista aclara que no hace falta. La hija del dueño del diario «La Nación», Bartolomé Mitre, y de la ex modelo y pensadora Blanca Isabel Alvarez de Toledo, parece sorprenderse con la propuesta de Ambito del Placer: «¿La idea entonces es hablar de mi trabajo, de mis viajes y de mi vida?».
Acostumbrada a los flashes, a rendir cuentas acerca de su vida social, a contestar preguntas sobre su familia, está cansada de dar explicaciones por ser «la hija de» -como suele aclarar- la joven actriz, que alguna vez tuvo que hablar hasta sobre el asesinato de su tío Luis Emilio Mitre. Esmeralda volvió a las tablas la semana pasada con «Comedia», obra del recientemente fallecido actor, director y dramaturgo Miguel Guerberoff. En diálogo con Ambito del Placer, Esmeralda recuerda sus vivencias en su casa del campo en Uruguay, revive sus días de mochilera, repasa anécdotas de su infancia y confiesa que le hubiera gustado vivir en Europa o en Estados Unidos.

Periodista: ¿Herencia artística o vocación?
Esmeralda Mitre: Ambas, diría. Tiene que ver con muchas circunstancias. Por un lado la herencia de mi madre, una artista innata, y mi abuela (la escritora María Luisa Bombal, autora de «La amortajada»), pero por otra parte siempre digo que la mía es una elección de vida, de comportamiento. Desde muy chiquita descubrí que había algo espiritual, como del más allá, que me vinculaba al arte.

P.: Primero ballet, luego guitarra, más tarde piano, teatro, televisión. ¿Fue probando de todo hasta encontrar su verdadera vocación?
E.M.: (ríe) Es cierto, incluso fui moza. Y recuerdo una anécdota de cuando tenía cinco años. Convencí a mamá para que me llevara a una clase de ballet. Llegué vestida de rosa y con un gran tutú, y cuando vi al resto de mis compañeras me sentí ridícula. Estaban todas cancheras, supermodernas y con mallas negras. No regresé más. Hasta que a los 17 años empecé a estudiar teatro. En síntesis, podría decir que fui descubriendo mi amor por el arte en toda mi infancia, pero en especial después de pasar tanto tiempo en el campo, en Uruguay.

P.: No entiendo, ¿qué tiene que ver el campo con el arte?
E.M.: No es fácil de entender. Me crié allí, pasaba todas mis vacaciones en el campo, donde mi familia me enseñó a ser libre. El tema era simple, mi familia me dejaba mucho tiempo sola, como diciendo «nena, arreglate como puedas; jugá, inventá y creá». Nada de «vamos a la playa con el baldecito, la palita y los moldes». Entonces, por necesidad, me las arreglaba sola e inventaba mi propio mundo. Así nació mi manera de ver la vida poéticamente.

P.: Dice que pasó siempre sus vacaciones en Uruguay, pero imagino que conoce otros lugares...
E.M.: Sí, viajé mucho a Europa, conozco París como si fuera mi propia casa. Amo esa ciudad. Tengo mi mejor amiga allá y cada vez que voy me siento local. Es más, siempre quise vivir y estudiar en Europa o en Estados Unidos, en Nueva York por ejemplo.

P.: ¿Y por qué no?
E.M.: Porque empecé a trabajar acá desde muy chica.

P.: ¿Primera clase, turista, de mochilera o a dedo?
E.M.: Como sea. Llegar a Europa a dedo es complicado (se ríe), pero probé todo y uno de mis mejores viajes fue de mochilera.

P.: ¿Hay que desmitificar que los viajes de mochileros sean exclusivos de la gente de clase media y de escasos recursos?
E.M.: Totalmente. No tiene que ver con la condición social ni con una cuestión económica. Es una experiencia de vida enriquecedora como pocas. Recomendable para cualquiera. Hice Machu Picchu, el Inca, Quenco, Cochabamba, la Isla del Sol (la isla más alta del mundo, en el lago Titicaca), Copacabana, La Paz. Lo hicimos con amigos, durante dos veranos enteros. Fue genial e irrepetible.

P.: ¿A Europa fue con mochilas al hombro o como clásica turista?
E.M.: Sin mochila, pero no me gusta viajar como turista. En general en mis viajes trato de hacer como que siempre viví en el lugar que visito. Nunca voy ni con un plan ni con una guía, sino que me manejo con el día a día. Si voy como turista me deprimo, por eso recomiendo a todo el mundo salir de ese rol, porque es la mejor manera de penetrar en el lugar y descubrirlo a pleno.

P.: ¿Es verdad que de niña se hacía la enferma para faltar al colegio y se pasaba todo el día mirando novelas?
E.M.: Cierto. Recuerdo que me envolvía en una manta de Mickey que me había regalado papá y me iba desde muy temprano a la sala de video a mirar novelas. Prendía la tele a las once y empezaba la maratón: «Rosa de lejos», «La extraña dama», «Abigail», «Perla Negra», «Celeste siempre Celeste», y cerraba con «El Chavo del ocho». Me sabía todas las canciones y generalmente las cantaba en la mesa, a la hora de comer. Con el tiempo me enteré de que no siempre mis padres me creían.

P.: El mes que viene regresa a Europa, esta vez por trabajo.
E.M.: Para mí será un honor. Vamos de gira con «Comedia», y nada menos que al Piccolo Teatro di Milano (el primer teatro público de Italia), que es como el Colón, acá. Abrimos y cerramos la séptima edición del Festival Internacional de la Nueva Dramaturgia Tramedautore 2007. Luego presentaremos la obra en Venecia y Viterbo.

P.: ¿Conocía Italia?
E.M.: Fui a los 16 años, era muy chica.

P.: ¿Qué se siente trabajar en obras de autores tan completos y a la vez tan complejos, como Shakespeare y Beckett?
E.M.: Es una doble responsabilidad. Pero se hace más fácil cuando uno tiene un maestro como Miguel Guerberoff. Con él encontré el camino del arte, fue la única persona que me permitió relajarme, confió en mí ni bien me conoció, el día que lo entrevisté para la revista Cuisine & Vins. Fue además amigo y estuvo cerca fundamentalmente desde lo afectivo.

Entrevista de Leandro Ferreyra

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