En marzo de 2020 el mundo se vio sumido en la mayor crisis sanitaria que la humanidad haya sufrido, con miles de millones de personas confinadas por la pandemia de coronavirus. Como corolario de una situación de angustia extrema, la organización de Tokio 2020 informaba, a finales de mes, que los Juegos Olímpicos se posponían un año. Ese tiempo pasó, las dudas desaparecieron y el temor dio lugar a la emoción.
La llama sagrada de Tokio 2020 arde a pesar del retraso y las dudas
Los Juegos Olímpicos comenzaron luego de que fueran pospuestos un año y en medio de la peor pandemia de la historia. Sólo en tiempos de Guerra fueron cancelados.
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Este viernes, después de muchas semanas de complejas especulaciones y timoratas confirmaciones, los Juegos Olímpicos se pusieron oficialmente en marcha. Parece un simple acto deportivo, pero la importancia se observa más allá de atletas en competencia.
Sólo tres veces en la historia se cancelaron los Juegos Olímpicos: 1916, 1940 y 1944, es decir, en tiempos de Guerras Mundiales. No suena exagerado resumir que únicamente se suspendieron en casos de catástrofe humanitaria.
Nuevamente hay que retroceder a marzo de 2020. La noticia del Comité Olímpico Internacional generó un impacto global e incertidumbre en todo el deporte. ¿Se podrá hacer Tokio 2020 finalmente? Desde el organismo deportivo más importante del mundo no había dudas; por fuera, la incertidumbre le ganaba terreno a la seguridad.
El coronavirus nunca remitió, pero dio treguas. Japón vivió semanas de subas y bajas constantes en los casos de Covid-19, y siguió adelante con su cita, derecho que se ganó en 2013 cuando la sesión del COI en Buenos Aires la eligió como sede.
El precipicio coqueteó muchas veces; el triste final amenazó. Pero Tokio 2020 ya es una realidad. A pesar de todo, de los temores, de la negativa de gran parte de la población japonesa y de las vicisitudes que surgen a raíz de una pandemia sin precedentes. Esta vez, no hubo guerra, salvo la lucha incesante contra una enfermedad que puso de rodillas a todos los países.
Los antiguos griegos disputaban los Juegos de la ciudad de Olimpia en adoración a los dioses. No había excusas para proseguir las contiendas bélicas, lo que dio origen a la Tregua Sagrada.
José Samaranch fue uno de los presidentes más significativos del COI. En 1994 se disputaron los Juegos de Invierno en Lillehammer y el catalán viajó a Sarajevo, sede de la contienda invernal de 1984 y cuyas instalaciones habían presenciado algunos de los peores crímenes de la Guerra de Yugoslavia, para invocar la Tregua. Las bombas no cesaron, pero fue el punto de partida para que cese el conflicto. Hoy el coronavirus no parece tener un fin concreto, pero las ilusiones de miles de atletas no quieren esperar.
Quizás ya no se adoren dioses ni los atletas compitan sólo por una rama de laurel y la gloria eterna. Los Juegos Olímpicos tienen una transcendencia mayor a deportistas en un estadio o el impacto económico que genera. Verdad es que los contratos comerciales ejercen una presión incalculable, pero la cancelación de Tokio 2020 hubiera recontextualizado la gravedad del presente sin detenerse en la danza de los millones.
La escena típica de estos Juegos Olímpicos será la de ganadores de medallas subidos al podio con barbijos y con la consecuente distancia social. Tal vez sea un detalle al que los espectadores ya estén acostumbrados. Ahora es tiempo de pensar en la gloria deportiva. El fuego sagrado arde en Tokio y promete acabar con los malos recuerdos que hicieron temblar al mundo deportivo.
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