Hay muy pocas personas que pueden acceder al Olimpo del deporte. Son como deidades modernas que saben ocupar un lugar privilegiado y que encienden pasiones de ojos brillosos entre fanáticos. Admirados por propios y extraños, por lo general existe tan solo uno por disciplina, dos cuando mucho, pero en casos sumamente excepcionales. Lo fue Michael Jordan en el básquet. El fútbol tuvo a Diego Maradona. Y el tenis atraviesa el doloroso momento de aceptar el fin de la carrera de Roger Federer, un prodigio sin igual dentro y fuera de la cancha.
Roger Federer, la melancolía y el Olimpo del deporte
El suizo consumó su retiro como profesional a los 41 años en una noche emocionante. Dueño de récords y números sin precedentes, forjó una carrera en el tenis que lo elevó a lo más alto y generó devoción en millones de fanáticos.
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Roger Federer le puso fin a su camino en el tenis en una noche cargada de magia y emoción.
No son iguales, claro. Jordan se retiró tres veces, jugó al baseball, volvió, y dejó la actividad definitivamente a los 40 años en 2003. Maradona estuvo inactivo por doping, se quedó sin competir, regresó a la Argentina y, cuando el fantasma de otro positivo rondaba su figura, en 1997 le puso fin a 21 años de trayectoria. Federer, en cambio, tuvo altibajos, es verdad, pero nunca coqueteó con largarlo todo. Siempre estuvo ahí arriba, con su talento como bandera. Sólo una complicada lesión en los meniscos de su rodilla derecha, con tres cirugías a una edad deportiva avanzada, lo doblegó.
La Laver Cup, un torneo no oficial avalado por ATP y creado por el propio deportista y su empresa, fue la última función, con Rafael Nadal, su rival y amigo, a su lado. Londres, la ciudad que lo vio erigirse en un dios del tenis, le dio la despedida. El final, sabido pero indeseado, llegó y causó dolor, pero también la alegría de haber disfrutado tamaña carrera.
Desde que irrumpió en el circuito mayor en 1998 (su debut en la ATP fue en Gstaad, en su Suiza natal, con derrota ante el argentino Lucas Arnold Ker) se evidenció que tenía un plus sobre el resto. Por esos días era un joven irascible que desataba su furia tras una derrota. Sus raquetas pagaron varias veces el precio de la frustración.
Pero cierta vez todo cambió. El prodigio de Basilea entendió que su carácter lo perjudicaba y que debía mantener la calma. El 4 de febrero de 2001, cuando ocupaba el puesto número 27 del ranking, venció en tres sets al francés Julien Boutter y conquistó el torneo de Milán, que se jugaba sobre carpeta bajo techo. Era el primero de sus 103 títulos. A partir de allí, todo fue magia.
En ese mismo 2001 llegó a los cuartos de final de Roland Garros y de Wimbledon. En el césped sagrado, hace 21 años, se produjo un hecho que marcó a fuego la historia del tenis: en octavos eliminó al mítico Pete Sampras, en lo que significó una herencia del legado. Federer se consagró por primera vez en la Catedral del tenis en 2003, y desde entonces comenzó su prolongado dominio.
Recopilar los números, logros y récords del ídolo suizo puede transformarse en una quimera. En cambio, fueron sus movimientos, sus tiros, su armonía lo que siempre destacó de Federer. “El tenista ideal”, describieron los medios del mundo a lo largo del tiempo.
“La explicación metafísica es que Roger Federer es uno de esos raros casos de atletas, extraordinarios, que está exento, por lo menos en parte, de ciertas leyes físicas”. El escritor David Foster Wallace ensayó estas líneas en su artículo “Federer como experiencia religiosa” publicada en el New York Times en 2006. El novelista fallecido en 2008 analizó al ocho veces campeón de Wimbledon casi como si se tratase de una deidad.
Pensar en el suizo es pensar en ese tiro imposible, pero elegante, cargado de magia y producido con movimientos de esgrimista. Eso fue el tenis de Su Majestad. Pasos de bailarín clásico con precisión cibernética, golpes agraciados y decisiones acertadas. Como dijo alguna vez Muhammad Ali, otro integrante del Olimpo: “Flota como una mariposa, pica como una abeja”.
A lo largo de sus 24 temporadas en el gran circo, cimentó sus victorias en base a un estado físico privilegiado (tuvo muy pocas lesiones), un saque balístico y una derecha siempre eficaz. Pero cuando debió adaptar su juego para hacerle frente a las nuevas generaciones, cambió. El revés, su gran déficit, mejoró partido a partido; el paso de los años lo obligó a acortar puntos y jugar un tenis vintage. Su armas ya no eran tan redituables, entonces era momento de evolucionar.
La eterna discusión de quién es el mejor jugador de tenis de la historia quedará reservada para cada uno. Este es un deporte que sufrió profundas mutaciones a través de las décadas. Bill Tilden, Rod Laver, Jimmy Connors, Bjorn Borg, Ivan Lendl, Pete Sampras… demasiados nombres para entablar un debate. No caben dudas que Federer está allí, pero quizás la ventaja del N°1 más veterano de la historia reside en otro aspecto.
El tenis es un deporte indudablemente global. En ese marco, el helvético escribió sus más grandes proezas en tiempos de transmisiones masivas a escala planetaria y en la era de las redes sociales. Su calidad se vio potenciada por una llegada televisiva sin precedentes, y eso causó admiración en cientos de millones de fanáticos. Federer fue un deportista al que todos intentaron copiar, ejemplo de competidor y espejo para los más jóvenes. Es posible que hubiesen mejores que él, por qué no, pero lo que él produjo dentro de los courts se vio en contadas ocasiones.
Fuera de las canchas mostró actitudes tanto loables como discutibles. Así como en reiteradas ocasiones realizó partidos a beneficio de decenas de causas, también se mostró reticente a ciertos cambios estructurales en el tenis mundial, muchas veces encabezados por el serbio Novak Djokovic. Su status deportivo le facilitaba la convocatoria económica, pero también le demandó sostenerlo en pos de no perjudicar su imagen y negocio.
La noticia de su retiro causó consternación en todo el mundo. Es verdad que la vida continuará y sólo se trata de un hecho deportivo, pero no es un suceso más. Por estas horas el tenis siente el fin de la aventura de una divinidad que muchos quisieron ser. Hasta el mismísimo Nadal, su gran rival, expresó su tristeza y “honor”: "Con el retiro de Roger se va una parte importante de mi vida". El español, la némesis que se convirtió en un cercano y luego en amigo, lloró a la par del suizo.
Es que figuras de todas las disciplinas siempre manifestaron su admiración por Federer. El propio Maradona, fanático encarnizado del tenis, alguna vez lo definió como “La Máquina”.
Quedará como una anécdota que ilustra la caballerosidad del suizo que nunca se retiró en 1.750 partidos disputados entre singles y dobles. De la misma forma, quedará grabado a fuego en las retinas de millones de fanáticos su tenis ofensivo pero distinguido, con aires de aristocracia de la raqueta digna de muy pocos.
Maradona, Jordan, Alí, Juan Manuel Fangio, Usain Bolt, Yelena Isinbaeva, Michael Phelps, Nadia Comaneci, Jack Nicklaus, Tom Brady… tantos nombres a la altura de Federer que se sientan en la misma mesa. El Olimpo del deporte se rinde a los pies de un tenista sobresaliente que trascendió al tiempo. “Pase, Su Majestad. Lo estábamos esperando”, se escucha entre los más grandes.
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