16 de septiembre 2008 - 00:00

El problema es AIG, y no, los otros dos

El problema es AIG, y no, los otros dos
Fue una sorpresa, pero más que nada una prueba de la gravedad de la crisis. Como en un escenario de guerra, el paramédico (el Bank of America) priorizó sus últimos recursos para salvar a quien tenía la mayor probabilidad de sobrevida (Merrill Lynch), garantizando con ello la muerte del otro herido (Lehman). Luego de las críticas que sobrevinieron al rescate de Bear Stearns y más recientemente de Fannie y Freddie, ni la Fed ni el Tesoro se animaron a darle de manera explícita una mano a Lehman. Muy distinto es el caso de AIG, que libra la "madre de todas las batallas" y cuya eventual caída empalidece todo lo que hemos visto hasta aquí.

No por nada, la Fed decidió -¿por primera vez en su historia?- prestar dinero contra acciones de empresas cotizantes entregadas en garantía, autorizar a la aseguradora para que tome dinero de sus controladas, y sugirió al JP y a Goldman que le faciliten u$s 75.000 millones (quien crea que el gobierno resistió la tentación de intervenir, se equivoca; simplemente redefinió a quién y cómo salva y a quién no).

Lo malo es que al difundirse estas medidas (sumemos los u$s 50.000 millones inyectados a última hora en REPOS -el mercado pidió u$s 175.000 millones-) lo que venía siendo una baja normal de 2%-3% terminó en un desplome de 4,42% al cerrar el Dow en 10.917,51 puntos. La jornada fue histórica, pero no por ser la mayor caída desde el 9/11 (las 1.880 millones de acciones transadas en el NYSE no fueron excepcionales y 3,5% que ganó el oro -aun teniendo en cuenta 6% que retrocedió el petróleo- tuvo "gusto a poco") sino porque tuvimos los cambios estructurales del sistema financiero más violentos desde el "pánico del hombre rico" (1925).

Para hoy, la mirada primero en el balance de Goldman y luego en la Fed a ver si -lo que parecía imposible unas horas atrás- baja la tasa (ojo que este viernes vencen opciones). ¿Cómo será el futuro?: simplemente observe a los dos candidatos presidenciales que miran azorados lo que pasa, sin saber cómo aprovechar la situación y, evidentemente mucho menos, cómo solucionarla. Cuídese.

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