21 de enero 2019 - 00:02

Argentina flota y tiene la mayor inflación en 27 años

No es casualidad que la “libre flotación” haya facilitado la mayor inflación en 27 años. La mayor desde el inicio de la Convertibilidad, en marzo 1991. Los argentinos debemos comprender que nuestros males tienen el mismo y único origen. La ausencia de reglas perdurables. Por los “vivos” que incitan a no cumplirlas. Con ello, unos pocos ganan a costa de las grandes mayorías.

Recién en el último trimestre de 2018, BCRA anunció una norma monetaria clara. Si bien transitoria e incompleta. Emisión cero para el Gobierno, bandas anchas de flotación cambiaria con fuertes restricciones para operar BCRA en el mercado. Esa norma consigue una innecesaria contracción monetaria y tasas de interés nominales muy considerables. Desde el inicio de la democracia, en 1982, la inflación mensual anualizada había oscilado entre un 433% y 2300%, entre 1983 y mitad de 1985. Cuando el Plan Austral, al fijar el tipo de cambio, redujo fuertemente el alza de precios. Pero esa norma duró poco y a mitad de 1989 ya habíamos entrado en hiperinflación, tras las fuertes alzas de la paridad cambiaria. Con la hiper, las tensiones sociales se agravaron y la solución fue la ley de Convertibilidad, sancionada a fin de marzo 1991. Al poco tiempo de regir esa regla la inflación se derrumbó y los precios variaron en consonancia con los internacionales, pues el dólar mantenía su paridad con el peso sin cambios.

¿En qué consiste la Convertibilidad? En tener las reservas de dólares para respaldar los pesos en circulación en todo momento, al tipo de cambio establecido. Eso implica la prohibición de emitir pesos para pagar gastos del Gobierno y otorgar créditos. BCRA queda obligado a comprar y vender dólares en el mercado, contra pesos al tipo de cambio fijado, sin límites. Con esta regla, el peso tiene completo respaldo en dólares. Cuando aumenta la necesidad de pesos, la gente vende dólares. Cuando sobran pesos, la población compra dólares. Eso consigue el equilibrio en el mercado monetario. Para la gente, la tenencia de pesos y dólares tendría igual valoración, en la medida que confíen en la solvencia y sustentabilidad de la norma.

En la actualidad, BCRA tiene las reservas suficientes para establecer una convertibilidad. El escollo es la oposición del FMI y de la mayoría de los economistas que no advierten la importancia de la regla monetaria de asegurar el valor dólar de nuestra moneda. Posiblemente, algunos acreedores pudiesen ponerse inquietos cuando buena parte de las reservas se destinen a respaldar al peso. Sería una visión muy miope, de corto plazo. El compromiso del Gobierno de no emitir pesos para financiar el déficit refuerza la solvencia de la convertibilidad. Los préstamos del FMI no podrían utilizarse para pagar gasto público ni otorgar créditos internos.

Una vez establecida la nueva convertibilidad, los precios en pesos variarían al compás de los internacionales, la inflación sería del orden del 2% anual, tan civilizada como la de las naciones que más crecen en el mundo y a la de los países adelantados. La convivencia mejoraría y las tasas de interés caerían velozmente, y la economía y los ingresos se expandirían, volcando la opinión pública a la esperanza de una vida mejor. La Convertibilidad duró más de 10 años y medio, el tiempo que aplicaron la regla monetaria y el respeto a los que habían confiado en las instituciones argentinas. Quebrado ese respeto, fundamental para la convivencia, el edificio social se derrumbó, sumiéndonos en la mayor pobreza y desesperanza.

Los líderes deben jugarse por la opción más prometedora en medio del vendaval.

(*) Miembro del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso

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