Todos se preguntan cómo será el día después cuando todo vaya volviendo a la normalidad. Hoy según el economista Pablo Goldin, director de Macroview, vivimos bajo tasas de inflación anestesiadas. Pero ante los desbarajustes macro en algún momento se despertarán. Cuándo, nadie lo sabe, lo que si enseña la historia es que cuando un gobierno se pasa de rosca en materia fiscal y monetaria, en algún momento, sobreviene un fogonazo inflacionario, advierte Goldin. A continuación la entrevista que mantuvo con este diario.
Pablo Goldin: "Si te pasas de rosca, la historia dice que viene un fogonazo"
Fiel a su estilo coloquial, pero agudo, el economista procura advertir los riesgos inherentes al descalabro (en parte heredado) de la macro argentina pensando en el día después de la cuarentena.
-
El mercado financiero envía una señal sobre las tasas de interés y reduce sus expectativas de inflación
-
Dólar, inflación y retenciones: Caputo dio señales de cómo seguirá el plan económico

Periodista: El país ya venía cascoteado antes de la pandemia ¿hoy dónde estamos?
Pablo Goldin.: Argentina ya venía con una descompaginación macroeconómica que ahora tiene todo el mundo y con una recesión que también tienen todos ahora. Así y todo el 10 de diciembre, cuando asumió el gobierno, si bien nunca lo explicitó ni anunció, había un “plancito” económico, que no era maravilloso, no apuntaba al mediano plazo de la Argentina pero el Presidente podía hacer pie de entrada y no lo llevara por delante la crisis heredada del 2018/19. La consigna era ganar tiempo para ver cómo se acomodaba la economía y la política. Este “programita” era profundizar la reestructuración de la deuda, no agrandar el déficit fiscal, mantener el control de cambios para comprar el fuerte superávit comercial heredado y con eso emitir pesos para lubricar la economía y acumular reservas para pagarles a los organismos internacionales. Con esto, hubiera bajado un poco la inflación (a menos del 40%) y la economía iba a tener un piso, dejaría de caer, con algún rebote sectorial y con eso el Presidente salía airoso y estaba en carrera. Eso hasta la pandemia, ya es historia antigua y medieval. Ese plancito murió y ahora estamos corriendo detrás del virus. La macroeconomía se desbarajustó del todo y el nivel de actividad colapsó. A todo el mundo se le complicó todo, pero a la Argentina más aún. La economía está más complicada que el 10 de diciembre y con el Gobierno, como la mayoría, con el 80% de la cabeza puesta en la pandemia.
P: ¿Cómo juega el canje, embarra más o es lo mismo?
P.G.: Ya antes de la pandemia el programita original era muy deuda - dependiente, o sea, requería arreglar el tema de la deuda. El presidente lo dijo desde el primer día “aspiro a eludir la cesación de pagos”. Entonces, desde un principio estaba el canje en el centro de la escena y no iba a ser lo mismo, aún sin pandemia, arreglar o no. Es muy importante arreglar la deuda pero es condición necesaria no suficiente. Si terminamos no arreglando, va a ser peor. Y si arreglamos, al otro día hay que arremangarse y seguir atajando penales. Hay chance pragmática y política de un arreglo razonable: no el arreglo dogmático extremo que tenía en la cabeza el Ministerio de Economía inaceptable por los bonistas. Sí un acuerdo que alivie la caja en dólares de este gobierno y ¿la mitad del próximo? Que en los próximos 4, 5 o 6 años haya que pagar “poco” servicio de deuda en dólares. Y que en el camino la Argentina se rearme macro y financieramente. Un default no sería peor solo para el mediano plazo sino también un cimbronazo en el corto plazo. Eludirlo ayudaría a descomprimir sin ser una solución de fondo.
P: Bajo la óptica del FMI hay que arreglar para poder volver a los mercados. Sin embargo, tras el canje anterior el país nunca tuvo acceso a los mercados (hasta que le pagó a los holdouts) pero tenía cajas que hoy no están.
P.G: El Gobierno no tiene ningún interés en volver rápidamente a los mercados de capitales. Lo dijo explícitamente el Ministerio de Economía. No es su objetivo, por eso trata de patear lo más posible los vencimientos y trata de reinstaurar un mercado local de deuda en pesos para que el Gobierno financie sus desbalances fiscales y no vaya a endeudarse en dólares. Creo que por varios años Argentina no va a tener acceso a los mercados, aunque los mercados tienen poca memoria (en 2016 y 2017, pese a los antecedentes, nos prestaron mucha plata, no barata, por algo estamos dónde estamos). La idea oficial es que por varios años no haya amortizaciones fuertes de capital con bonistas y la apuesta es en el camino ir acumulando dólares que hoy no tiene para ir pagando. Encima está el FMI. Primero hay que alivianar los pagos en dólares a los bonistas y después en 2022 y 2023 están los vencimientos gigantescos con el Fondo, que son impagables; así que lo ideal sería sacarse de encima el tema de los bonistas con un acuerdo razonable, lógico. Y ni bien se logre un arreglo sentarse con el Fondo, que está esperando en la cola y vamos a tener que hacer un acuerdo, poco simpático para la filosofía económica del Gobierno, vamos a ver cómo se vende políticamente en la interna de la coalición oficialista. Defaultearle al Fondo sería caerse del planeta. Un acuerdo clásico por el cual el Fondo nos vaya desembolsando plata contra cumplir metas fiscales, monetarias, cambiarias ¿y reformas?. La única solución es ir pagándole neto de a poco: un año nos desembolsan 3.000 y pagamos 4.000 y así sucesivamente a lo largo del tiempo.
P: ¿Qué le generaron las últimas medidas cambiarias del BCRA?
P.G.: El control de cambios es inevitable, aunque hubiera reelecto Macri. Para “esta” Argentina macroeconómicamente desenfocada y bimonetaria, es muy difícil no convivir con control de cambios. Lo impone la realidad. Hasta la pandemia el control de cambios con sus pros y contras, venía funcionando, porque el objetivo es que nadie pueda comprar dólares para atesorar y que haya superávit comercial y lo compre el BCRA. Se venía más o menos cumpliendo. En febrero y marzo comenzó a hacer un poco de ruido porque muchos exportadores habían anticipado ventas en noviembre, diciembre y enero y el BCRA había comprado mucho y lógicamente compró menos en febrero y marzo. Pero cuando empezó la crisis comenzaron a subir las brechas (sabiendo que hasta una brecha de 30 a 40% era casi natural del modelo pre-pandemia). Pero cuando se duplicaron o triplicaron empezó otro partido. La demanda de dólares casi ni se mosqueó por el cepo (más allá de que se reactiva al tope la compra de los 200 dólares por mes). Y nadie viaja al exterior por el virus. Lo que se desintegró es la oferta. Veníamos con superávit comerciales en el mercado cambiario de más de u$s2.000 millones mensuales y en abril y mayo dio apenas u$s200 millones. Se cayó diez veces. El superávit en la Aduana está (abril dio u$s1.400 millones). Pero los exportadores no se desprenden de los dólares (más la caída de la demanda mundial) y la importación se apura en cancelar créditos y pagos, y así se precipitó el lío y estamos con estrés cambiario. Es que los dólares no oficiales arriba de $100 son el problema, que es lo que decantó en la brecha, y muestra ni más ni menos que estamos en una macro muy desbarajustada. Son dólares a precios de hoy de la década del ’80. El estrés no es porque el dólar oficial está marcadamente atrasado: está estresado por la brecha y la macro. Las medidas del BCRA del otro día son un punto de inflexión dentro de la misma lógica del control de cambios. Empezar a limitar, restringir y trabar el ingreso de importadores al MULC es muy distinto que ponerle cepo al atesoramiento o gravar el turismo. Es otra historia. Se están contagiando los dólares (el oficial y los otros) y se arma una ensalada rusa peligrosa. Las medidas del BCRA son extremas porque las reservas se están cayendo y seguir vendiendo de a u$s80 / 100 millones diarios acelera los tiempos. Pero trabar importaciones es un problema porque al acceder a menos dólares de $68 las empresas empiezan a fijar precios con los dólares de $120. El link entre los dólares no oficiales y la inflación se torna más directo. Es un problema para la inflación que viene. Por eso las medidas son un antes y un después. Impactarán en la tasa de inflación. Ni bien tenga la posibilidad, el BCRA tendría que descomprimir. Hoy, el circuito dólar-inflación está anestesiado. Las inflaciones de abril y mayo y tal vez hasta junio son inflaciones anestesiadas porque combinan negocios que están cerrados, controles de precios, precios máximos, congelamiento de tarifas y de la nafta, y dan inflaciones de 1,5% mensual que no tenía Argentina desde el 2017. Pero qué va a pasar cuando a la salida de la normalización estén contagiadas todas las brechas y todos los dólares: puede precipitar que en algún momento, no sabemos cuándo, la tasa de inflación empiece a estar mucho más influenciada por los dólares no oficiales más altos y eso en Argentina siempre fue un peligro. Es el ABC de lo que no debiera pasar.
P: Por más rebote que se espere el día después es difícil ver un boom de consumo porqué tanto hincapié con las presiones inflacionarias.
P.G. La inflación de aquí en adelante, cuando se normalice la situación y con todo el desbalance fiscal y monetario acumulado con la pandemia y la cuarentena, tomará otra dinámica, habrá un salto. Parte va a estar supeditado a cómo quede el nivel de actividad. Por ejemplo, en abril del 2002 tuvimos 10% de inflación mensual y parecía que nos íbamos a tasas ochentistas sin retorno. Sin embargo, la fuerte restricción monetaria de ese momento, la venta de dólares y una economía que caía al 16% anual, disciplinó el fogonazo inflacionario de ese momento. Al final la economía cayó 11% en el año y hubo un fogonazo de inflación de cuatro meses y después cedió. Cuando emerjan los desbalances vamos a tener otra dinámica inflacionaria, más acelerada. Un poco va a chocar contra la restricción del nivel de actividad. La producción va a rebotar después de la cuarentena pero habrá que ver cuánto dura ese rebote estadístico. Y se verá cuánta aceleración inflacionaria tendremos y con qué nivel de actividad nos quedaremos. Hoy el pulso de la inflación lo marcan los alimentos. Hay un índice de inflación atípico con una porción que son alimentos que se compran normalmente (carne, fruta y verdura) que subieron marzo y abril, hay otra porción de alimentos que están con controles, con precios máximos, lo que puede ser un error porque apretar tanto ahí al final cuando rebote puede ser peor. Y después está la nafta, las tarifas, los medicamentos, todo congelado, más peluquerías cerradas. Es un índice de cuarentena. Habrá que ver cómo se reacomodan los precios a la salida de todo esto, sabiendo que hay un lio macro, fiscal y monetario, que va a generar caldo cultivo para que los precios se muevan más rápido.
P: ¿Cómo se van a generar los dólares en un mundo recesivo y proteccionista?
P.G: Cómo hacerlo sin endeudarse en el exterior es una pregunta que te lleva en el corto plazo a condicionar inevitablemente el nivel de actividad. Porque en un mundo que no sabemos cómo será, un campo que no sabemos cómo va a reaccionar con su producción, Vaca Muerta que está parada, qué le va a pasar a Brasil, a nuestro tipo de cambio y a la cadena exportadora, lo más probable es que la variable de ajuste siga siendo la importación, y por ende, el nivel de actividad. Por supuesto que la vía más genuina de conseguir dólares sería que la gente que atesoró desarme el “canuto” y vuelque dólares al circuito. Lo mejor sería crear las condiciones para que la gente descanute, sería la salida genuina para una Argentina bimonetaria. Es lo que más reactiva. O al menos que dejemos de atesorar, eso ya sería un descompresor de dólares. Pero como eso generalmente no pasa, lo primero que ajusta en la mediocridad y la desconfianza es la importación y la actividad, a la espera de un salto exportador.
P: ¿Cómo se sale, con la pobreza y desempleo que se viene, donde el Estado es un 45% de la economía, no hay margen ni para ajuste ni políticas expansivas?
P.G.: Lamentablemente, en la historia argentina sin pandemias cuando te pasas de rosca con los desequilibrios fiscales y lo financias con emisión monetaria, los desbalances se licuan con aumentos en la tasa de inflación, el ajuste lo genera una devaluación y la consecuente inflación. Le pasó a Macri en 2018 y 2019. De repetirse la historia de siempre, difícilmente nos salvemos después de la pandemia de algún fogonazo inflacionario licuador de gasto y apalancador de recaudación para recomponer la situación fiscal y monetaria y el balance del BCRA a los golpes. Después tenes que tener algún plan de estabilización, alguna hoja de ruta que haga que esa licuación inflacionaria no se desmadre, no quede al garete, no sea en vano. Hoy por la pandemia, estamos en una macro mucho más ochentosa, con déficits fiscales y tasas de emisión monetaria muy altas, con tipos de cambio informales ochentosos, entonces ahí tenes que ponerte las pilas a la salida de la cuarentena para no ir a inflaciones ochentosas. Hay que reaccionar rápido emprolijando la salida macro como para que el sobresalto inflacionario que venga sea lo más corto y menos pronunciado posible, para después encauzar. Porque si se subestima el problema, está el riesgo de pasar a otro régimen inflacionario, ya no el 25% anual piso del kirchnerismo, no el 50 / 60% anual de Macri alimentado por las devaluaciones sino otro con inflaciones más altas, inercias más pronunciadas y una macroeconomía más indomable y menos reversible. La gran pregunta es si estamos en un viaje circunstancial al ochentismo por el virus con pasaje de ida y vuelta o va a ser un viaje de ida solo.
Dejá tu comentario