3 de octubre 2023 - 00:00

Beccaría: “Me emociona tanto lo abstracto como lo figurativo”

Maestro del grabado, integrante del Grupo Gráfico Buenos Aires, inaugura el jueves una nueva muestra en la galería “Hoy en el Arte”.

Horacio Beccaría. El artista y una de sus nuevas obras, “Al término del día”, que integra la exposición.

Horacio Beccaría. El artista y una de sus nuevas obras, “Al término del día”, que integra la exposición.

“Yo decidí entrar, hace poco, en las redes sociales, y me he llevado una enorme sorpresa. No calculaba la cantidad de ex alumnos y de seguidores de mi obra que iban a aparecer y que me saludarían con tanto afecto”, cuenta a este diario, agradecido y emocionado, Horacio Beccaría. “Cuando subí el catálogo de la nueva exposición me llovieron los mensajes, los ‘likes’. A mí, que hasta no hace tanto pasaba mis días creando en soledad”.

Beccaría es uno de los grandes maestros del grabado en el país. Integró en los años 60 el histórico Grupo Gráfico Buenos Aires, y entre sus muchos premios se enumeran el Gran Premio de Honor, Salón Nacional de Grabado, Salón Municipal “Manuel Belgrano”. Primer Premio Salón de Tucumán 1975. Primer premio Salón Coap, Primer Premio del Salón “Quinquela Martín” (1995), etcétera.

El jueves, a las 18, inaugurará la muestra “El arte de grabar” en la galería Hoy en el Arte (Juncal 848), curada por Julio Sapollnik. La exposición se compone por casi una treintena de grabados de su más reciente producción.

“Yo empecé a enseñar a los 24 años”, continúa Beccaría. “En esa época eran casi todos mis alumnos más grandes que yo. Fue gracioso porque uno me preguntó cómo hacía para no ensuciarme las camisas cuando trabajo. Esto tiene una historia. Yo daba clases en traje y corbata, era impensable no presentarse así. Y una vez tuve un accidente: yo acababa de comprarme un traje nuevo gracias a un premio de grabado, que iba a estrenar para ir a una cena importante. Pero por la tarde tenía que enseñar. Ese día, un alumno me pidió ácido nítrico... Se imagina lo que ocurrió. Hice la macana de agarrar la botella con un diario, para mayor protección, pero se me resbaló y estalló frente a mí. Yo me arrojé hacia atrás y me vacié un balde de agua encima, temiendo que el ácido me hubiera salpicado la cara. Por suerte no, pero con el traje hizo un desastre. Me agujereó los pantalones, me manchó el saco. Y así tuve que ir a la cena. Parecía un pordiosero. Ahora me dedico solamente a la creación. Ya he dejado de enseñar”.

Periodista: El taller, siempre en Lanús, su ciudad natal.

Horacio Beccaría: Así es. El taller es mi casa, mi habitación, mi mundo. Cuando saco estampa, mojo el papel, son papeles muy grandes, 1,70 m. o a veces más, y abarco todo el departamento. Como vivo solo no interrumpo ni molesto a nadie, no me tengo que trasladar a ningún lado, y puedo hacerlo a cualquier hora de la noche. El arte requiere soledad.

P.: Salvo en los actores, es habitual. El escritor, el pintor... El músico tendría ciertos inconvenientes según la hora, salvo para componer.

H.B.: Es verdad... El artista establece un soliloquio cuando crea. La convivencia es complicada. Yo fui alumno de López Anaya, y él decía que al alumno, cuando estaba trabajando, no había que interrumpirlo. Él no consultaba a los alumnos, sino que ellos iban a él cuando necesitaban algo, o mostrarle en qué proceso estaban. Caso contrario no hablaba, dejaba hacer. Hoy estamos viviendo una época en la que la idea del artista solitario es más difícil.

P.: ¿Qué proceso atraviesa para la creación de un grabado?

H.B.: Hay tres etapas, todas ellas igualmente conmovedoras. La primera es la de encontrarse con un papel virgen; en mi caso, yo dibujo directamente sobre la matriz, y lo resuelvo ahí. La segunda, cuando grabo, no es mecánico, sino que estoy recreando, vuelvo a crear, Y la tercera es cuando imprimo: la estampa es una creación. Aunque exista un esquema mental de cómo va a ser el final, eso nunca se conoce hasta que la obra esté acabada. Lo mismo me ocurre con los títulos: estos recién aparecen cuando la obra está terminada, no antes.

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P.: ¿El grabado refleja una realidad o crea una propia?

H.B.: Yo fui figurativo hasta el año 1992, y a partir de ahí me convertí en abstracto, en geométrico. Antes, el título podía inspirarme una imagen, ahora es a la inversa. Las obras que hice el año pasado, que estuvieron expuestas en el Centro Cultural Borges, y las que estarán ahora en Hoy en el Arte, los títulos son versos de poemas de Borges. Pero no a partir de esa poesía sino a posteriori. El grabado está hecho, luego busco en el texto de esos poemas la línea que me represente la imagen que he creado previamente.

P.: Ese pasaje de lo figurativo a lo abstracto, ¿a qué obedeció?

H.B.: El gran premio que yo gané en el Salón Nacional fue por un tríptico, figurativo, inspirado en la obra de Durero. La parte central, la forma humana, llevaba pliegues de paños, típicos de Durero. Yo tomé eso, lo amplié, y me empezaron a aparecer imágenes abstractas, que fueron las que utilicé a ambos lados del tríptico. De modo que ese tríptico es sólo figurativo en el centro, y abstracto a los costados. A partir de ahí desapareció la figuración en mi obra y me convertí en abstracto. Después pasé a lo geométrico.

P.: ¿Con el arte abstracto usted puede conmoverse tanto como con el figurativo?

H.B.: Absolutamente. De mi etapa figurativa recuerdo el grabado de una mujer, obra con el que obtuve un premio importante. Era una mujer que llevaba unas flores a la espalda, y al mirar yo en un momento ese grabado vi que esa figura se movía. Fue muy impresionante. Pero con el abstracto también: cuando parto la matriz en pedazos, la entinto con distintos colores, y la acomodo para imprimir, y pongo el papel húmedo. Solo, sin ayudantes; pues bien, cuando “nace” esa imagen, es muy emocionante. Es como un nacimiento.

P.: Sé que su padre le regaló la primera espátula.

H. B.: Sí, la tengo todavía y la sigo usando. Papá era albañil, y también conservo su cuchara de trabajo. Cuando estudié Bellas Artes, él ya no trabajaba más y me regaló la espátula de metal que usaba para hacer terminados finos de albañilería. Yo la he usado para hacer muchas de mis obras.

P.: Usted fue parte de la movida de los 60 dentro del Grupo Gráfico Buenos Aires, ¿qué recuerdos tiene de esos tiempos?

H.B.: Fue una época de oro. Cuando yo ingresé en De la Cárcova, en 1967, los alumnos que estaban terminando la carrera en ese momento, Muñeza, Paley, Romero, Tau y otros, me invitaron a sumarme a ese movimiento que tanta importancia tuvo en la historia de la gráfica argentina. Era la época del Di Tella, de Marta Minujín, de Julio Le Parc. Era tocar el cielo con las manos. Yo era el más chico de todos, aprendí mucho de ellos, fueron mis maestros. Eso produjo un cambio en mi vida. Yo trabajaba por entonces en la Casa de la Moneda, dibujaba billetes de lotería, y de golpe me encontré en la gráfica con mayúscula, empecé a obtener premios prestigiosos. Cambió todo.

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