Este libro no es precisamente un remedio para melancólicos, o tal vez sí. Tal vez impulse a hacer catarsis, a volver a palpar la aflicción de una pérdida de alguien querido, y fundamentalmente de aquella persona que ha perdido su pareja de años. Este libro no será un remedio para melancólicos (ojalá lo haya sido para su gran autor), pero es una subyugante obra literaria. Un brillante artefacto en el doble sentido de la palabra. Una invención, una máquina (en este caso verbal) que produce algo, que nos produce algo. Y a la vez un objeto que contiene una carga explosiva, que cuando detona concluye todo, y tiene ecos en el lector. Y eso, nada menos que eso, es lo que logra de un modo sorprendente Julian Barnes en su nuevo libro.
"Niveles de vida" es, aparentemente, una trilogía de relatos que se van entrecruzando hasta forjar una obra sobre los sentimientos que cambian la vida. Es eso que ocurre cuando "juntás dos cosas que no se habían juntado antes. Y el mundo cambia. La gente quizás no lo advierta en el momento pero no importa. El mundo ha cambiado, no obstante". En "Niveles de vida" se pasa de "El pecado de la altura", con la historia de pioneros de la aviación en globos aerostáticos, donde estaba el fotógrafo francés Nadar, que desde el aire sintió que era como "el ojo de Dios", acompañado en sus travesías por el británico coronel Fred Burnaby amante de la diva Sarah Bernhardt, su momentánea compañera. De esa pareja trata el relato siguiente, "En lo llano".
La última parte es "La pérdida de profundidad" donde Julian Barnes toma la palabra para explorar lo que ha sentido desde el momento en que murió su esposa Pat. En una pareja "tarde o temprano, en algún momento, por una razón u otra, una de las dos personas desaparece. Y lo que desaparece es mayor que la suma de lo que había. Esto es quizá matemáticamente imposible, pero es emocionalmente posible", escribe. Entonces el libro muta. Las tres partes nos han llevado de la altura al llano y de allí a la profundidad. Son los tres "niveles de vida". El del amor que lleva a las alturas, el que no puede resignarse a ser una pedestre forma exagerada del placer, y el que hace perder la profundidad deseada para poner en la superficie el dolor de la perdida. Entonces la historia de Nadar trata del final cuidando a su mujer y mecenas enferma de apoplejía, con la que vivió 55 años, de la que no pudo sobrevivir un año a su muerte.
La del Burnaby y Sarah Bernhard trata de la perduración del recuerdo, del dolor de lo que no fue. La de Julian Barnes trata de lo que diferencia al duelo de la aflicción, al recuerdo de la añoranza. Barnes vivió 30 años con la célebre agente literaria Pat Kavanagh. La relación sólo tuvo una breve pausa en la que Pat convivió con la escritora Jeanneth Winterton, para luego regresar con Barmes. Tuvo un enfrentamiento con su amigo Martin Amis por cuestiones de sus parejas, que divulgaron en sendas novelas. Para poder explorar "la demoledora ausencia de Pat", Barnes hace este magnífico experimento literario donde mezcla crónica, ensayo, meditación filosófica, diario personal, novela de ideas, biografía parcial y poesía.
Entre la novelas parientes cercanas están "Sostiene Pereira", de Antonio Tabucchi y "La ridícula idea de no volver a verte" de Rosa Montero. Pero el "jefe de Dream Team de los mejores escritores británicos", como lo definió el editor Jorge Herralde, consigue hablar de los sucesos más sobrecogedores, los padecimientos más íntimos, sin caer en la banalidad o la cursilería, pero a la vez dejar de lado la frialdad inglesa que se disfraza de dignidad, pudor o jerarquía de clase. Este libro, como dijo Joyce Carol Oates, " es la respuesta de un escritor con mucho talento a algo incomprensible, una cultura secular en las que tenemos dificultades para asumir la muerte".
M.S. |
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