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Chávez, militar indómito y marxista de ocasión; todo ello, bajo el signo del exceso
Impulsado por un cúmulo de sus lecturas, en 1971 y ya con 18 años, ingresó a la Academia Militar del Ejército Nacional de Venezuela, donde rápidamente ascendió posiciones y creó, en 1982, el Movimiento Bolivariano Revolucionario-200, el gen del fallido intento de golpe de Estado, que llevó a cabo una década después.
Ese 4 de febrero de 1992 corrió sangre: las fuentes oficiales contabilizaron 17 muertos, mientras que otras voces hablaban de más de 50. Pero el entonces presidente, Carlos Andrés Pérez, resistió a la rebelión y, terminada la batalla, se dirigió a la nación por cadena nacional.
Horas más tarde, también hizo lo propio el líder del levantamiento. Aquel soldado moreno, ataviado con una boina roja y un típico uniforme militar, asumió ante los medios la autoría de lo ocurrido y su nombre dejó de ser desconocido para los venezolanos. Era el teniente coronel Hugo Chávez Frías. «Asumo la responsabilidad de este movimiento militar», indicó, y se justificó, «el país tiene que enrumbarse hacia un destino mejor».
El mensaje del bolivariano, que ya contaba con dotes de orador, dejó huella en una población desencantada con los partidos tradicionales e inmersa en una pobreza extrema, que por esos días rondaba el 40%. Aun cuando la movida había sido ataque a la democracia, el foco se colocó sobre Pérez, que desde 1989 gobernaba a punta de ajustes y había generado una economía débil e hiperinflacionaria.
Chávez estuvo sólo dos años en prisión y fue excarcelado el 27 de marzo de 1994, tras ser amnistiado por el flamante presidente Rafael Caldera (Partido Convergencia), que había canjeado el apoyo de los partidos de izquierda a su Gobierno por la liberación.
Sin escalas políticas e impulsado por las masas, Chávez se lanzó a las elecciones presidenciales del 6 de diciembre de 1998, en una campaña en la que intentó desterrar su fama de nacionalista y autoritario.
En el marco de esos esfuerzos, llegó incluso a enarbolar un sostenido discurso anticastrista: «Cuba es una dictadura», espetó durante una entrevista televisada que no resiste el archivo.
Finalmente, lo que no había conseguido con las botas se lo dieron los votos. Chávez conquistó el 56% del padrón y se convirtió en el mandatario electo con el mayor caudal de sufragios en la historia del país.
Desde su aterrizaje en el Palacio de Miraflores se propuso recrear Venezuela. Bajo esa premisa impulsó una Asamblea Constituyente que cambió el nombre del país al de República Bolivariana, extendió el mandato presidencial de cinco a seis años, reconoció el derecho de los pueblos indígenas y aprobó la Ley de Tierras contra los latifundios.
Paralelamente, se embarcó en extensas giras internacionales que lo llevaron a darse la mano con líderes bajo fuego como Sadam Husein (Irak), Muamar el Gadafi (Libia) y Fidel Castro (Cuba), lo que le valió la declarada enemistad de Estados Unidos.
Tras la aprobación de la nueva Constitución en un referendo popular, en julio de 2000 Chávez fue ratificado en el poder con cerca del 60% de los votos, un espaldarazo que también se materializó en la Asamblea Nacional (Parlamento unicameral), donde el oficialismo obtuvo la mayoría absoluta.
Fortalecido tras estos comicios, solicitó en 2001 la aprobación de la Ley Habilitante, que le otorgó al presidente poderes especiales para la aprobación por decreto de un conjunto de medidas, entre las que estaban incluidas la Ley de Hidrocarburos y la Ley de Pesca. Afuera, sus órdenes y supremacía comenzaban a inquietar a una parte de la comunidad internacional, que seguía atenta sus ornamentados y eternos discursos, a veces cantados.
Se hizo a la vez con los estandartes de la esperanza y el temor, un germen que con los años se expandió en el continente y que halló otros representantes como Evo Morales en Bolivia, Daniel Ortega en Nicaragua y Rafael Correa en Ecuador.
Bajo el eslogan de «Socialismo del Siglo XXI» promovido por Chávez, se fundó ALBA, la Alternativa Bolivariana para las Américas, una opción de izquierda al ALCA, que promovía EE.UU.
Uno de los episodios más significativos durante su estadía en el poder fue la intentona golpista de abril de 2002, curiosamente, diez años después de la que el propio Chávez había liderado contra Pérez.
Las medidas con tinte social y la expansión de su poderío dividieron drásticamente a la sociedad local entre los que apoyaban la «revolución» y quienes alertaban de la presencia de una «nueva Cuba» en América. Pero Chávez se alimentó de las críticas y radicalizó su discurso, al tiempo que llevó a cabo una purga en la cúpula de Petróleos de Venezuela PDVSA. Las protestas de un nutrido grupo de empleados de la compañía no demoraron y pronto se unieron a ellos los empresarios agrupados en Fedecamaras, la Iglesia Católica, las cadenas de televisión privadas y la totalidad de los partidos políticos opositores. En el centro de Caracas hubo marchas y contramarchas, enfrentamientos, tiros, persecución y la muerte de 17 personas.
En el Palacio de Miraflores Chávez fue obligado a entregarse y renunciar a su cargo, e inmediatamente trasladado a la base militar de Fuerte Tiuna, en la capital. Su lugar fue ocupado por Pedro Carmona, líder de la patronal, quien a las horas de juramentar disolvió por decreto a la Asamblea, la Corte Suprema de Justicia, la Defensoría del Pueblo y se otorgó facultades por encima de la Constitución. Aún cuando varios gobiernos internacionales se apresuraron a respaldar a Carmona (España, Estados Unidos, Colombia y El Salvador), su carácter golpista dividió a los conjurados.
Mientras, la presión popular fue tal que el 14 de abril a la madrugada, y a dos días de haber sido corrido de su puesto, Chávez fue repuesto en el sillón presidencial.
A partir de ese momento, la fama de indestructible del bolivariano se fue incrementando en detrimento de los partidos opositores, que vagaban sin rumbo y capacidad para conseguir apoyos. Consiguió así fácilmente un histórico 62,89% de los votos en las elecciones de 2006.
Pero su envalentonado proyecto sufrió una inesperada derrota en 2007, cuando algo más de la mitad de la población le dio la espalda en el referendo sobre una reforma constitucional que permitía la reelección indefinida. «Sepan administrar su victoria, porque ya la están llenando de mierda, es una victoria de mierda y la nuestra, llámenla derrota, pero es de coraje», les advirtió Chávez a sus detractores poco después de que se conocieran los resultados. Sería un antes y un después.
El jefe del nuevo Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) insistirá con otro plebiscito en 2009, esta vez respaldado por la mayoría.
En el medio de la vorágine se le detectó a mediados de junio de 2011 cáncer -de tipo todavía no especificado- que a lo largo de su tratamiento despertó todo tipo de elucubraciones. Mientras que los opositores alertaban de la gravedad de su enfermedad, el séquito de asesores del mandatario elevaba mensajes de tranquilidad a la población, aunque sin otorgar datos precisos al respecto.
No fue hasta su confirmación como candidato para las elecciones en junio pasado cuando Chávez juró haberse curado «totalmente» del mal que lo aquejaba, para tiempo después encauzarse en la campaña más reñida de la historia reciente de Venezuela. A la par que volvía a crecerle el pelo, Chávez se volcó a las masas en la medida en que pudo para captar la mayor cantidad de votos, realizó actos multitudinarios y copó los medios de comunicación. Finalmente, el 7 de octubre fue reelecto con el 55,07% de los respaldos, mientras que su rival Henrique Capriles cosechó otro 44,31%.
Tras los comicios, Chávez fue desapareciendo paulatinamente del escenario público, hasta que a fines de noviembre, Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional (Congreso unicameral) anunció que el mandatario sería trasladado a Cuba para realizarse un tratamiento específico, país del que regresó a mediados de febrero. Finalmente, luego de catorce años de éxitos rotundos en las urnas, ayer, 5 de marzo, este carismático caudillo perdió la madre de todas las batallas contra su enfermedad. La noticia fue anunciada por el vicepresidente y y sucesor, Nicolás Maduro.
Sobre la personalidad del líder venezolano, el escritor colombiano Gabriel García Márquez redactó en 2000 un artículo para el diario Le Monde, titulado «El enigma de los dos Chávez», poco después de haberlo conocido personalmente en Cuba, casi por accidente y a menos de dos semanas del inicio de su primer Gobierno. «El Presidente se despidió con su abrazo caribe y una invitación implícita: Nos vemos aquí el 2 de febrero (el día de su asunción). Mientras se alejaba entre sus escoltas de militares condecorados y amigos de la primera hora, me estremeció la inspiración de que había viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más».
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