10 de abril 2014 - 00:00

Creer para crecer (en Argentina)

A mediados de los años cincuenta el sociólogo norteamericano Edward Banfield se instaló en Chiaromonte, un pueblo en el sur de Italia, para realizar un estudio de campo. Su objetivo era dilucidar si la cultura predominante en esa región explicaba su retraso relativo. Su punto de partida eran dos observaciones: primero, el progreso requiere organización y coordinación; una sociedad civilizada es un organismo extremadamente complejo; segundo, alrededor del mundo hay sociedades en que la gente que vive y piensa de maneras distintas y algunas de esas maneras son incompatibles con un esfuerzo mancomunado a gran escala, como el necesario para el desarrollo.

Luego de un año de estudio Banfield concluyó que los habitantes de Chiaromonte eran incapaces de coordinar sus esfuerzos en pos de cualquier proyecto que no les redituara (a ellos o a su grupo familiar) un beneficio material inmediato. Esto explicaba porque no existía el espíritu comunitario, porque no había confianza en el gobierno, los políticos, la Iglesia y cualquier otra organización. También porque era generalizada la convicción de que la sociedad era injusta. Banfield definió esta conducta como "familismo amoral" o la aplicación de principios éticos sólo en el ámbito familiar.

El trabajo pionero de Banfield abrió una nueva agenda de investigación sobre la influencia de la cultura en el crecimiento. Dentro de esta agenda, el concepto de capital social, definido como el conjunto de normas, valores y creencias que propenden a la cooperación y la coordinación (la "buena" cultura), juega un papel esencial.

Uno de estos valores es la confianza. Si está limitada al grupo familiar, caemos en el "familismo amoral" de Banfield. Si se extiende al resto de la sociedad, hablamos de confianza generalizada. Diversas encuestas han permitido observar el predominio relativo de cada una en distintos países y regiones. Del análisis surge una correlación muy clara: aquellos países o regiones donde predomina la confianza generalizada son más prósperos y tienen instituciones más fuertes. Es decir, el capital social al igual que el capital físico y humano, contribuye al desarrollo económico. Además es un ingrediente clave para la supervivencia de una sociedad libre, análogo al concepto de interdependencia kantiana al que nos referimos en un artículo anterior. La Argentina ocupa la posición 74 entre 117 países en el ranking mundial del índice de confianza generalizada.

Otro componente importante del capital social es la convicción de que el trabajo y el esfuerzo individual van a ser justamente remunerado. Es decir, que el individuo tiene cierto control sobre su destino. Si existe esta convicción es más probable que un individuo trabaje más y esté dispuesto a asumir los riesgos de nuevos emprendimientos o invertir en mejorar su educación y la de sus hijos. Esta creencia está relacionada con el deseo de independencia o autonomía, el primero en la trilogía de Buchananal que nos referíamos en nuestro artículo anterior. Si alguien cree que puede cambiar su destino con su propio esfuerzo es menos probable que quiera depender de la caridad ajena (ya sea privada o estatal).

¿Cuán generalizada es esta creencia? Una manera de averiguarlo es comparando la opinión de la gente sobre la distribución de la riqueza con la realidad. El año 2006 es el último para el que existen índices GINI para los países más grandes de América Latina. La Argentina y Uruguay tienen la distribución más parecida y más igualitaria (un índice GINI más bajo). Sin embargo, la encuesta de Latinobarómetro de 2007 muestra que en nuestro país casi un 88% de los encuestados consideraba que había poca o ninguna justicia en la distribución de la riqueza (el porcentaje más alto de los ocho países analizados), mientras que en Uruguay el porcentaje ascendía al 67%. Más interesante aún es que tanto en Brasil como Chileel porcentaje era menor al de nuestro país a pesar de que su índice GINI era significativamente superior. Otro dato aún más interesante, es que en la Argentina el mayor porcentaje de los que consideraban que había poca o ninguna justicia en la distribución de la riqueza era entre quienes tenían educación superior completa mientras que en Brasil era la situación opuesta.

Esto significa que a pesar de ser uno de los países menos desiguales de la región, una mayoría de los argentinos, especialmente los más educados, consideraba que la distribución de la riqueza era injusta. ¿Somos una sociedad más igualitarista o una menos informada? Sea cual fuere la respuesta, quienes piensan de esta manera no tienen muchos incentivos para trabajar o esforzarse más. En este sentido también son ilustrativas las encuestas del World Value Survey sobre la actitud de la gente respecto de la acumulación de riqueza. Las respuestas van de 1 (sólo se puede acumular riqueza a costa de los demás) a 10 (puede haber riqueza para todos). En la Argentina, las respuestas de 1 a 5 suman un 34,1% de los encuestados mientras que en Brasil y Chile, un 28,7% y el 26,7% respectivamente.

Estas creencias son incompatibles con dos características esenciales del crecimiento: la inversión y la innovación. Por otra parte, ni la una ni la otra son posibles si no está garantizado el derecho de propiedad. La encuesta de Latinobarómetro de 2011 muestra que la Argentina es por lejos el país de América Latina con el mayor porcentaje de encuestados que piensan que ese derecho está poco o nada protegido (60,1% versus 52% en Venezuela).

En 1945, la Argentina era la séptima economía del mundo occidental y ocupaba el puesto 10 en el ranking mundial de PBI per cápita. Hoy ocupa la posición 45. Vale la pena preguntarse qué es lo que cambió en nuestra sociedad desde entonces que pueda explicar esta decadencia. Cultura e instituciones están al tope de la lista. Ambas se influyen mutuamente. Cómo y cuándo cambiaron es un tema para otro artículo.

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