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Cristina en alerta: hay fotos sueltas
Durante el fin de semana fue detenido Pablo Díaz, sindicalista de la Unión Ferroviaria, acusado de organizar la operación para disolver la protesta de «tercerizados» ferroviarios. Fue la acción que terminó con el asesinato de Mariano Ferreyra. Por otra parte, ayer se presentó a la Justicia Cristian Favale, barra brava del club Defensa y Justicia y señalado como autor del disparo. El caso provocó reacomodamientos en el Gobierno. Desde El Calafate, Cristina de Kirchner defendió a ministros que habían posado en fotos junto a Favale. Pareció también deslizar una alerta por otras imágenes que pudieran aparecer. Ese retiro en el Sur podría durar hasta el miércoles gracias al censo, tiempo suficiente para mantenerse alejados hasta que lleguen noticias.
Cristian Favale se entregó ayer a la Justicia, acompañado por su abogado, Sergio D’Amico. Fue trasladado luego a la división de Asuntos Internos.
En ese tren se desnudaron algunas verdades en el entorno presidencial y, como sucede con excesiva frecuenta desde hace un tiempo (más precisamente desde el viaje de Cristina de Kirchner a Nueva York), la línea oficial a seguir se bajó vía Twitter. Claro que la complejidad del caso y la aceleración twittera produjeron lo esperable: la Presidente comenzó a expresarse en un metalenguaje no siempre fácil de decodificar.
Hace 10 días el estadio de River era un lugar maravilloso, con jóvenes y militancia sindical dispuesta a borrar de la historia los episodios sangrientos que enfrentaron a derecha e izquierda peronista a principios de los 70. Aquí no hay libre interpretación: en esos términos lo explicó Cristina de Kirchner.
Pero con los acontecimientos de Barracas y la imprecisa situación de José Pedraza, su «tercerizada» en el Roca y el rol del Estado financiando toda esa maquinaria ferroviaria estatizada, el palco del Monumental pasó a ser un lugar temible y, además, lleno de fotógrafos.
Explicaciones
Es obvio, y hasta el propio Clarín -que publicó la foto- lo explicó el fin de semana, que todo político puede aparecer en su vida rodeado de «buscas» que matan por conseguir una foto. Puede que eso les haya pasado a Amado Boudou y Alberto Sileoni, ministro de Educación, en la peña del local «La Puerto Rico», donde aparecieron fotografiados en el Facebook de Cristian Favale. Pero no es sólo a esas trampas del destino a las que se refirió la Presidente cuando twitteó ayer: «Las fotos son de ocasión, tomadas en peña abierta al público que Boudou hace todos los miércoles. Pública, notoria y visitada por periodistas».
Segundos después siguió: ¿Te imaginarás la cantidad de fotos que esta Presidenta se habrá sacado, con millones de personas desconocidas durante más de 20 años? Fotos en Santa Cruz, en todo el país y desde hace más de 7 años en el resto del mundo».
No sólo habló de Boudou y Sileoni en ese caso. Es más, alertó Cristina de Kirchner sobre posibles imágenes desesperantes para cualquier político: «No sería extraño que, entre tantas personas, pudiera haber un asesino serial, un violador reiterado o un terrorista global». Se le fue la mano, una vez más, ganada por la velocidad de un Twitter que el Gobierno parece ya no poder controlar, como otros disgustos que le llegan de las redes sociales, una herramienta que desde el inicio los blogueros oficiales creyeron que estaba hecha a su medida. Sólo dio una garantía la Presidente: con Jorge Rafael Videla es seguro que no la verán fotografiada.
Más que una defensa de ministros, esas declaraciones parecieron una alerta, un claro anuncio de que cualquier cosa puede aparecer. Y no es para menos: no son pocos los kirchneristas que siguen insultándose a sí mismos por no haber advertido que Hugo Moyano pondrían al matrimonio presidencial en una tarima dentro del Monumental para, ante 70 mil camioneros y sin poca defensa, bajarles toda su agenda de reclamos en la cara. Ese desafío no sólo estremeció a toda la clase media porteña: el kirchnerismo no sabe cómo hacer para olvidarse de que existió ese acto.
Es la misma queja que se repite en otros despachos por el desamparo al que se somete a los Kirchner por parte de los funcionarios de inteligencia que deberían alertarlos sobre esas cuestiones. Nadie les dijo lo que contenía el discurso de Moyano ni, ya con el escándalo del asesinato de Ferreyra en expansión, qué pesadillas merodeaban el caso o qué habían subido a sus Facebook.
Distancia
Se repliegan, entonces, los Kirchner en el sur. Desde allí mantienen distancia prudente con el sindicalismo oficial, al que hasta ahora abrazaron; defienden a la fiscal Cristina Caamaño de los militantes del Partido Obrero que no quieren ir a darle su declaración y hasta a Julio Alak de las críticas de los comentaristas de sus medios más leales.
Y se alejan de las teorías, ya delirantes, que el moyanismo ensaya para explicar lo inexplicable. Como la que lanzó Julio Piumato, también por Twitter: «Al asesino lo mandaron el miércoles 13 a la peña de Boudou a sacarse las fotos. Lo que pasó 5 días después ya estaba planificado. La mafia en acción».


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