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Hacia una transición con más sacrificios que euforias

Otros excesos que cobraron su impulso final con el controvertido QE2 (el antecesor del actual programa de compra de bonos de la Fed, el QE3) fueron los mercados emergentes y las canastas amplias de materias primas que también hicieron cima en 2011. Basta revisar lo que se escribía entonces de los BRICS (ese seleccionado de promesas heterogéneas compuesto por Brasil, Rusia, India, China y, luego, Sudáfrica) y lo que se escribe ahora. Son los mismos países, pero el acento de otrora iluminaba su potencial y el actual versa sobre las imperfecciones. El ángulo cambió no bien surgieron las primeras dificultades.
Las políticas de estímulo de los países del G-7 persisten, no cejan en su empeño, pero sus efectos sobre los mercados derraman de forma desigual. Cual oportuno ventilador opera una rotación que disipa los recalentamientos, así como incita exageraciones se ocupa luego de desdibujarlas. Las áreas boyantes varían, no son los abonados de siempre. Si hay que confeccionar un balance de 2013, conviene remarcar la importancia de esa traslación. Cuando comenzó el año, el mantra era que "el negocio de las acciones había muerto". Ahora que se apresta a culminar, la pregunta obligada es si acaso existe algún otro.
¿Hay efervescencia accionaria en Wall Street? Es indudable. Y se acentuó, paradójicamente, después de que la Fed jugara con la idea del principio del fin del QE3. La amenaza de reducción de las compras de bonos dañó la fe en los instrumentos de renta fija. Recordó que la duración de una cartera de bonos entraña riesgos (y más aún si se la apalanca para obtener retornos decentes). Es curioso, las acciones suben más de prisa ahora que la economía y la generación de utilidades empresariales se desaceleran. A menos de 15 veces las ganancias esperadas para 2014, la valuación no luce excesiva. A casi 20 veces las utilidades de arrastre, sí (aunque un rendimiento por ganancias del 5% no esté mal en un mundo de tasas irrisorias). ¿Se sostendrá la rentabilidad empresarial? Ésa es la cuestión.
Con todo, de julio a esta parte, las Bolsas que más escalaron fueron las de Europa. Allí el crecimiento económico se mide con lupa de relojero. Pero nada cotiza mejor que una reversión de ciclo y el Viejo Continente, por fin, parece desembarazarse de la "doble recesión" que fabricó con notable impericia. Como, hoy en día, lo único probado es que la economía dejó de caer, los riesgos de la apuesta son altos. Y si no fuera por Mario Draghi al timón del BCE, se diría que tendrían que prevalecer en el cálculo. Importa señalar que cuando Bernanke mentó la probable poda del QE3, la eurozona fue otra vez un refugio buscado por los inversores (y los mercados emergentes, un puerto de emigración). O sea, otro giro de aspas del ventilador.
El siglo XXI, se lee, es la centuria de Asia. Tal vez. Pero las Abenomics de Japón son un recordatorio de que nadie tiene el futuro comprado ni puede esperar su entrega de brazos cruzados. China -que enfrenta hoy una encrucijada como la que Japón, dos décadas atrás, no supo sortear- acaba de bocetar una nueva estrategia de crecimiento. En ella, el Tercer Plenario del 18º Comité Central del Partido Comunista le confirió al mercado un rol decisivo. La Bolsa de Tokio les dio un respaldo contundente a las Abenomics (sobre todo en la primera mitad de 2013) con un avance del 46%. Shanghái está en rojo. Las Bolsas de Asia, en conjunto, fueron a la zaga de sus pares en 2013. Quizá la reforma china pueda imprimirles un empujón. En línea, por supuesto, con la tónica imperante de la rotación.
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