21 de marzo 2013 - 00:00

Inquietante parábola en forma de musical

Más allá de la impronta gay de los personajes, entre cuadros de humor negro y números musicales, la pieza construye una inquietante parábola en torno a la vieja puja entre destino y libre albedrío.
Más allá de la impronta gay de los personajes, entre cuadros de humor negro y números musicales, la pieza construye una inquietante parábola en torno a la vieja puja entre destino y libre albedrío.
"El cabaret de los hombres perdidos" de C. Simeón y P. Laviosa. Dir.: L. Jelín. Int.: O. Calicchio, D. Mariani, E. Masturini y R. Peloni. Piano: F. Albinarrate. Dir. Mus. y Arreg.: G. Goldman. Esc. y Vest.: R.Diviú. Coreog.: S. Faillace. Dis. luces: G. Córdova. (Molière Teatro Concert) .

En un cabaret destinado a shows de transformismo, tres personajes dan asilo a un muchachito perseguido por una patota homofóbica. La joven víctima dice ser "hetero" y sueña con convertirse en un cantante de éxito. Sin embargo, debido a su belleza angelical -y a las notables dimensiones de su masculinidad- lo único que le ofrecen es actuar en el cine porno gay. Así inicia una fulgurante carrera que luego de un traspié derivará en fracaso y autodestrucción, tal como se lo anticipa el maestro de ceremonias del cabaret, a quien apodan "Destino".

Este musical de humor negro, ambiente decadente y espíritu contestatario, galardonado en Francia con el Premio Molière 2007, cuenta con cuatro intérpretes de excepción que dan vida a una multitud de personajes tan tiernos como delirantes.

La dragqueen Lullaby (deslumbrante actuación de Roberto Peloni), la variedad de "locas" recreadas por Diego Damiani (también en el rol de "barman tatuador") y el enigmático director del cabaret (Omar Calicchio), de a ratos transformista, conviven como una familia que debe protegerse de un afuera hostil que los considera marginales. No obstante, entre ellos también hay espacio para la rivalidad, los celos profesionales y el amor no correspondido.

El trágico final de Dikie se anuncia entre dinámicos números musicales que por momentos parodian los shows de transformismo, evocan la tradición del cabaret berlinés de entreguerras o divierten con fantasías fassbinderianas a lo "Querelle".

Entre los cuadros de humor se destacan: el primer rodaje de Dickie (un rol al que Esteban Masturini le aporta seducción y fragilidad) y su extravagante encuentro con la gran directora de cine porno. Pero, más allá de la impronta gay de los personajes, la obra construye una inquietante parábola en torno a la vieja puja entre destino y libre albedrío.

Las elecciones que se hacen en la vida están sujetas a diversos condicionamientos; en el caso de este artista porno, no es un detalle menor haberse dejado obnubilar por el éxito.

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