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La desigualdad creciente, el liberalismo y el papa Francisco

Papa Francisco
La reacción frente a estas estadísticas es previsible. En EE.UU. los demócratas culpan a Bush mientras que los republicanos le echan la culpa a Obama. Curiosamente, el menor nivel de desigualdad en la distribución del ingreso desde 1930 fue durante un Gobierno republicano (Nixon). Entre los economistas e intelectuales la reacción también es previsible. Los de izquierda culpan al "capitalismo salvaje" de la creciente desigualdad y proponen todo tipo de medidas redistribucionistas. Los liberales (libertarios en EE.UU.), casi con un reflejo "Pavlov", responden que la desigualdad no es un problema. Esta respuesta se basa en argumentos filosóficos y metodológicos. El argumento filosófico es que la desigualdad no es mala en sí misma. Está claro que los talentos no han sido distribuidos de manera equitativa en la especie humana. La igualdad es una utopía ya que todo sistema, incluso el socialismo, genera desigualdad. Si el libre funcionamiento de los mercados genera desigualdad, esto no debería ser un problema ya que genera mayor riqueza. De hecho la mayoría de la gente no objeta que los futbolistas o los artistas talentosos ganen mucho más dinero que el promedio de la población. Quizás tampoco le molesta la fortuna acumulada por Bill Gates o Steve Jobs. Es obvio que sin la perspectiva de una recompensa económica al talento, la creatividad y el esfuerzo (la esencia del capitalismo), no existirían la mayoría de los avances tecnológicos que han elevado el estándar y la calidad de vida en la sociedad moderna.
El argumento metodológico tiene que ver con las estadísticas sobre desigualdad del ingreso. Estas muestran que un grupo (por ejemplo el 1% de mayores ingresos) se lleva una porción mayor del ingreso total pero no dicen nada respecto de su composición de ese grupo a través del tiempo. Es decir, no nos dicen nada sobre la movilidad social.
Coincido con el argumento filosófico y parcialmente con el metodológico. Es cierto que hay cierta movilidad dentro del 1% de mayores ingresos. Por ejemplo, los fundadores de Facebook y Twitter no pertenecían a este grupo diez años atrás y hoy si, pero la evidencia sugiere que es un grupo bastante estable. En cuanto al 99% restante, es tema de debate, pero las estadísticas sugieren que en las últimas décadas la movilidad social se redujo en EE.UU.
Más allá de estas objeciones, la respuesta típica de los liberales a mi juicio no representa cabalmente al verdadero liberalismo. En primer lugar, el valor central del liberalismo es la preservación de la libertad individual y el mayor enemigo de esa libertad es la concentración del poder. Como bien observó Lord Acton, el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. No importa si el origen del poder es económico o político. Una mayor concentración del primero (mayor desigualdad) generalmente lleva a una mayor concentración del segundo y a una relación simbiótica entre ambos, algo a lo que cualquier liberal debería oponerse. Quienes creen que la concentración del poder siempre es buena cuando tiene su origen en la actividad económica cometen un error. Como bien dice el papa Francisco, quienes creen eso"están burda e ingenuamente confiados de la bondad de quienes detentan el poder económico". Ciertamente tampoco hay que negar la posibilidad de esa bondad (Warren Buffet y Bill Gates han donado su cuantiosa fortuna a obras filantrópicas). Y tampoco hay que caer en la ingenuidad de creer en la bondad de quienes detentan el poder político, aunque lo hayan conseguido a través de elecciones legítimas.
En segundo lugar, salir a defender la desigualdad que genera un sistema que no es verdaderamente liberal me parece un despropósito. Incluso en Estados Unidos los mercados no funcionan libremente en muchos sectores de la economía. El sector financiero es un claro ejemplo. Este sector, sus accionistas y sus ejecutivos (entre los mejor pagados de EE.UU.), desde hace años han recibido un enorme subsidio cortesía de la Reserva Federal. Una parte importante del aumento en los índices de desigualdad se explica por el crecimiento de la rentabilidad subsidiada del sector financiero. Y esto no tiene nada que ver con el liberalismo sino con la intervención estatal.
En "Capitalismo, Socialismo y Democracia", Joseph Schumpeter articuló la tesis de que el capitalismo inevitablemente sería reemplazado por el socialismo pero no por su incapacidad de generar riqueza ni como consecuencia de una creciente desigualdad en la distribución del ingreso sino por su propio éxito. De hecho, en opinión de Schumpeter no hay razón alguna para que la desigualdad aumente bajo un sistema capitalista. Los hechos demostraron que Schumpeter se equivocó respecto de la inevitabilidad del socialismo, pero no respecto de la relación entre capitalismo y desigualdad. Esta es casi siempre mayor en países donde la cercanía al Gobierno es esencial para el éxito económico (el llamado"capitalismo de amigos" o "cronycapitalism").De hecho, los países donde rige ese sistema crean menor riqueza y mayor desigualdad.
Hay otra razón por la cual no hay que ignorar las estadísticas sobre desigualdad del ingreso. La otra amenaza que se cierne sobre la libertad individual es el populismo, que se alimenta del resentimiento y la percepción entre la mayoría de la población de que el sistema económico no es equitativo. Una democracia que mira con indiferencia como aumenta la desigualdad, sea cual fuere su origen, corre el peligro de caer en la tentación populista. En definitiva lo que importa no es lo que piensan los intelectuales o los economistas sobre el tema, sino lo que piensan los votantes. Así lo demuestran las recientes elecciones para alcalde de Nueva York: el candidato ganador prometió redistribuir los ingresos con mayores impuestos a los más ricos. Pero como muestra la experiencia argentina desde 1945, la solución no pasa por el populismo redistributivo, que inevitablemente lleva a la decadencia y mayor desigualdad, sino en diseñar políticas públicas que contribuyan a la igualdad de oportunidades. Esto en gran medida se logra mejorando la calidad de los bienes públicos, especialmente la salud y la educación.
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