La escandalosa vida de Catalina de Erauso, conocida como La Monja Alférez, le dio fama desde que aparecieron sus memorias a mediados del siglo XVII. Memorias que dieron lugar a novelas, películas (una con María Félix) y series. En “Las niñas del naranjel” (Random House), Gabriela Cabezón Cámara recrea, de forma innovadora, el final de su vida en nuestra selva guaraní. Cabezón Cámara publicó anteriormente “La virgen cabeza” y “Las aventuras de la China Iron”. Dialogamos con ella.
El camino de la Monja Alférez a la selva guaraní
Diálogo con Gabriela Cabezón Cámara sobre su última novela, “Las niñas del naranjel”, donde relata la vida de un personaje legendario del siglo XVII.
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Periodista: Una chica de 15 años escapa del convento, se viste de hombre y llega a ser un condecorado militar y la legendaria Monja Alférez. ¿Por qué en “Las niñas del naranjel” -dado que uso como hombre varios nombres- se la conoce como Antonio?
Gabriela Cabezón Cámara: Usó un montón de nombres, pero el último, el que legalizó el Papa fue Antonio. Ya que hay uno legalizado, usamos ese.
P.: Antonio es violento, ladrón, jugador, asesino serial…
G.C:C.: Conquistador, genocida, una porquería de gente. Una cosa espantosa. Y está rodeado de gente igual. Gente que se dicen gordo, puto, cornudo sacan un cuchillo y entran a acuchillarse; están todos locos...
P.: ¿Qué la llevó a recrear y reinventar su historia?
G.C.C.: Que fuera un tipo muy controvertido, ni siquiera con claroscuros, con oscuros y más oscuros. Me gustó que su vida fuera una huida hacia adelante en la que cada vez está peor, hace cosas peores. Me gustó pensar qué pasaba si se detenía, no en una cárcel, porque siempre logra escapar por otro vasco que lo ayuda, por casualidad, porque tiene suerte, porque la Iglesia lo protege… su vida es una picaresca del horror.
P.: ¿Qué la llevó a imaginar a partir, tras estar en España, recibido por la Corte, decide regresar a América y su historia se pierde, y no se sabe más?
G.C.C.: Un montón de cosas. La época de la Conquista, que a mi criterio no acabó nunca, seguimos siendo colonia, me interesaba pensar eso. Además de ser muy atractiva por el Siglo de Oro, por sus escrituras. Y están las naciones originarias y sus culturas, que siguen vivas, pero más apaleadas. Me interesaba pensar esa época, y qué le pasa a ese tipo si para. Si regresa. Si esta vez está rodeado de seres luz, de dos niñitas, de animales. De seres capaces de amor, cosa que en su autobiografía no se manifiesta en ningún momento, donde parece no querer a nadie, salvo a su hermano, al que mata. Fue abordar a un personaje complejo, y que a mí no me gusta.
P.: ¿Una de las claves de la novela es sus transformaciones?
G.C.C.: Se transforma extremadamente, no solo cambia de género. Me interesaba pensar como los encuentros con otros te pueden afectar y llevar a ser otro. Y cómo detenerse, pensarse, y poner eso en palabras, rodeado de esos otros que te afectan y pueden llevar a transformarte, en su caso muy radicalmente.
P.: ¿Por eso, para ponerlo en evidencia, en la novela cruza tres voces?
G.C.C.: Me resultó bastante complejo. Lo que me sale más fácil es una primera persona medio fluvial, que es la de la carta que escribe a su tía contándole su historia. Después está el narrador en tercera, que a todo el mundo le parecerá muy fácil, pero para mí fue dificilísimo. Otro desafío fueron los diálogos. Después fue inventar a cada voz una lengua. La de Antonio, un castellano que parezca antiguo, aunque no lo sea. El de las nenas que suene a guaraní. En el narrador, el momento histórico que narra. Y no dejar de lado mostrar ese honor enloquecido que en Don Quijote va a lo utópico, hermoso y loco, y en Antonio al crimen y el horror.
P.: ¿Por qué Antonio, al avanzar en su conciencia de la vida que ha hecho, el relato se desliza a una poética de olores, colores, sonidos y sabores?
G.C.C.: Quería que la selva tuviera mucho peso. Así cómo pienso quién puede escribir es un puntito en el océano, somos carne de la tierra, un puntito ínfimo en el universo, parte de un tejido. Y quería que todos los otros elementos del tejido fueran representados.
P.: ¿Por qué Antonio, cuando en España lo reciben con premios y honores, elige como destino final nuestra selva?
G.C.C.: Porque la tierra lo atrapa. Termina tejido a la tierra sin siquiera proponérselo. Porque se detiene acá, no en otro lado. Por los motivos más equivocados, más locos, más delirantes. Termina viviendo con dos nenas que le piden explicaciones de la vida que ha vivido, las cosas que ha hecho, en quién se convirtió. Lo cuestionan y lo hacen autocuestionarse. Y si uno está quieto en la selva las enredaderas te atrapan. El tejido de la vida se nota mucho en la selva.
P.: En el diálogo con las niñas surge el tema de la religiosidad.
G.C.C.: Antonio tiene una relación contradictoria con la religión. No quiere ser monja, pero si está con la soga al cuello reza. Él, tremendo asesino, se confiesa mujer, y como tiene himen, el obispo se conmueve y no va a parar a la hoguera. Es un delirio la jerarquía de pecados de esa época. Me gustaba que en su pensarse se enfrentará con la visión de la religiosidad de las nenas guaraníes, y poner de manifiesto que es tan arbitraria una como la otra, solo son formas de explicarse el mundo.
P.: ¿Por qué cambió de estilo y fue a otra forma?
G.C.C.: Porque no quiero ser burócrata de mí misma, no quiero repetir procedimientos y aburrirme como si me viera forzada a hacerlo, y la verdad es que nada me fuerza. Escribo, entre otras cosas, porque así me siento viva y sentirse viva no es tan fácil, porque a veces se complica, y trato de cultivarla en todo lo que puedo, sentirme lo más viva posible.
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