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Mercado apuesta por los balances
¿Será que Wall Street ya corrigió? ¿Será que ya limpió los excesos de la marcha furibunda que emprendió de noviembre a mayo? Una Bolsa que trepó más del 20% entre ambas fechas en una economía que, en los últimos doce meses computados, creció el 3,2% nominal, muy por debajo de los pronósticos, debería necesitar el combustible de mejores predicciones de actividad. No es la contribución del FMI. Más bien, todo lo contrario. Y, sin embargo, el Dow Jones, a ojos vista, afila sus uñas para dar un nuevo zarpazo alcista.
Wall Street compró llave en mano la visión de la Fed. No les prestó atención a las proyecciones de Olivier Blanchard, economista jefe del FMI, porque nunca lo hace, pero, sobre todo, porque obran en su poder las que detalló Ben Bernanke. La Fed -que también rebajó por enésima vez sus pronósticos- vaticina una expansión de la economía en un rango entre el 2,3% y el 2,6% este año. El FMI pensaba en abril que podría llegar al 1,9%, pero ahora señala el 1,7%. Blanchard pisa sobre seguro: esa cifra no es muy distinta del ritmo anualizado que se cree se registró en el primer semestre. La aceleración que avizora la Fed aparece en el vaticinio del FMI recién el año próximo: allí estima que el crecimiento subirá al 2,7% (aun así, dos décimas menos de lo que apuntaba en abril). La Fed tiene en mente un cuadro mucho más robusto con un avance del PBI entre el 3% y el 3,5% en 2014. Se diría, cuando se cotejan los números, que son dos economías distintas. ¿A quién creerle? Ninguno ha sido muy certero en el pasado. La Fed, eso sí, sabe mejor que el FMI (y que nadie) qué es lo que pasa en EE.UU. en tiempo real. Su toma de decisiones rara vez quedó desairada por errores de previsión, pero, a decir verdad, ese conocimiento es tácito, y no está expresado en sus proyecciones macro.
No hay dudas de que la confianza en la Fed aumentó después del informe de empleo de junio. Allí afloró un mercado laboral con el vigor intacto, condición necesaria para comenzar a desmontar el QE3 en septiembre. No obstante que las condiciones laborales estén más firmes que lo pensado no supone que la economía también lo esté. Las mediciones del empleo y de la actividad son independientes. Que se detecte un error que subestimó la creación de nuevos puestos de trabajo (del sector privado) no supone que se haya subestimado el crecimiento del PBI. Lo que hay que pensar es que la productividad se calculó de más. Dicho esto, la buena noticia del mercado laboral es que hacia delante sí se puede ser más optimista en términos de capacidad de generar ingresos. Si el ajuste fiscal que recrudeció este año no desbarató el gasto de consumo hundiendo aún más el pulso de la recuperación fue por una sencilla razón: la tasa de ahorro personal se redujo del 5,3% el cuarto trimestre de 2012 al 2,5% en el primer trimestre del año. Es muy oportuno que aumenten la masa salarial, las horas trabajadas y su retribución.
La temporada de balances empezó formalmente con Alcoa. Pero, en los hechos, el plato fuerte serán los bancos (JPMorgan Chase, el viernes, dará el puntapié). De todas las métricas que revelan el entusiasmo larvado de Wall Street, ninguna más contundente que el desempeño superior de las acciones de los bancos. No hay mejor mascarón de proa para un rally que llevar al frente la efigie de la banca. Y ha sido así desde que se anunció el QE3. Y ahora que lo que se baraja es su desconexión, la pujanza no cede. Desde fines de abril, los papeles de los bancos treparon tres veces más que el índice general. Los máximos de la Bolsa datan de mayo, de cuando la amenaza de Bernanke obligó a desensillar. Los máximos de la canasta de bancos, rueda tras rueda, son una seguidilla flamante. La economía tampoco les quita el sueño. Que se empine la curva es buen negocio para quienes se fondean a corto plazo y prestan más largo.
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