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Mucho ruido y pocas nueces dentro del G-20
La cumbre ha servido, sin embargo, para clarificar importantes diferencias entre sus países miembros. Mientras el G-7 y el resto de la Unión Europea (UE) enfrentan un escenario signado por déficits fiscales insostenibles, una deuda pública creciente y estancamiento económico, los BRIC y el resto de los países en desarrollo del G-20 miran un panorama casi opuesto. La prioridad de los primeros hoy es coordinar sus políticas económicas para consolidar la recuperación económica y evitar la profundización y la recurrencia de la crisis financiera. Y aquí hay divergencias importantes en ambos lados del Atlántico. La administración Obama ha sentado claramente su postura a favor de políticas de estímulo, aunque en el corto plazo empeoren la situación fiscal. En Europa, donde las principales economías son gobernadas actualmente por políticos conservadores o de centroderecha, el énfasis está puesto en la reducción del déficit fiscal. Más allá de los ajustes anunciados por los PIG, hasta ahora poco efectivos para revertir el pesimismo, desde Merkel hasta Sarkozy pasando por Cameron han dejado bien claro que su prioridad es el equilibrio fiscal. Para lograrlo proponen diversas medidas de un clásico ajuste, entre ellas una reducción del gasto público y el aumento de la edad mínima para jubilarse.
Esto ha reavivado un debate que ya comentamos en esta columna. Parece apropiado recurrir nuevamente a la mitología griega. Según relata Homero en la Odisea, al cruzar el estrecho de Messina, Ulises se enfrentó con dos monstruos igualmente peligrosos: Escila y Caribdis. Evitar uno significaba caer en las garras del otro. El mundo industrializado enfrenta dos monstruos: la depresión y la inflación. Ulises se salvó gracias a Tetis, una de las nereidas. No queda muy claro quién guía al G-7 en esta travesía tan peligrosa.
Pesimismo
Esta semana, desde su influyente columna del New York Times, el nobel Paul Krugman sostiene con su usual fervor que el mundo se encamina hacia una depresión, tan larga y dañina como la de los años treinta. Responsabiliza a la miopía de los políticos europeos por esta situación. Según Krugman, con tasas de desempleo de casi dos dígitos no es el momento de hacer ajustes, sino todo lo contrario. Otra voz igualmente influyente en contra del ajuste fiscal es la de Martin Wolf, columnista del Financial Times. Estas advertencias no deben ser ignoradas. Una situación parecida se vivió a fines de 1920 cuando la mayoría de los políticos europeos insistieron en mantener el régimen del patrón oro a pesar de su inevitable efecto deflacionario.
Sin embargo, el mundo industrializado tampoco puede ignorar la posibilidad de que sus desequilibrios fiscales recurrentes lleven a un rebrote inflacionario. ¿A cuál de los monstruos debería temer más?
El resto de los países del G-20, obviamente, observa estos problemas con una mezcla de placer por la desgracia ajena (eso que los alemanes llaman schadenfreude) y preocupación. Lo primero es consecuencia natural de haber enfrentado estos problemas durante años y haber tenido que escuchar las admoniciones y reprimendas de los países del G-7 sobre irresponsabilidad fiscal y financiera. Pero este sentimiento es más que compensado por la preocupación. En un mundo globalizado e integrado está claro que los problemas económicos de Estados Unidos y la UE afectarán a todo el planeta. Además, muchos países del resto del G-20 deben preocuparse por su rol de inversores. Recordemos que China y Brasil ocupan el primero y el quinto puesto en el ranking de tenedores de bonos del Tesoro de Estados Unidos. Un rebrote inflacionario del dólar significaría una licuación real del valor de sus reservas.
Otra área de divergencia dentro del G-7 es el tema de la regulación del sistema bancario. Y aquí nuevamente las diferencias son transatlánticas. Hasta ahora los principales beneficiarios de la falta de consenso han sido los bancos. Estados Unidos está por aprobar la mayor reforma del sistema financiero desde la depresión del treinta. Una de las restricciones más importantes que se van a introducir es la llamada «regla de Volcker» en honor a Paul Volcker, ex titular de la Reserva Federal y actual asesor de Obama. Esta regla busca corregir uno de los vicios más graves del actual marco regulatorio: el subsidio público a la especulación financiera por parte de los bancos. De adoptarse, impedirá a los bancos comerciales que operan bajo el régimen de garantía de los depósitos comprar y vender títulos con fines especulativos con su capital propio. Morgan Stanley y Goldman Sachs cayeron en la redada ya que tuvieron que reconvertirse en bancos comerciales como condición para aceptar fondos públicos de rescate. Se estima que la regla de Volcker puede reducir la rentabilidad de los bancos en un 20%. Pero su adopción contribuirá a evitar la perversión del capitalismo que se evidenció en la crisis de 2008: ganancias privadas y pérdidas públicas.
Pero en Europa no hay tanto entusiasmo en limitar la rentabilidad de los bancos. La relación entre el sistema bancario y el Estado es mucho más difusa que en Estados Unidos. Además, la situación relativa de los bancos es muy distinta. Los bancos europeos, principalmente de Alemania y Francia, algunos de ellos cuasi públicos, tienen una alta exposición a los PIG, lo que inevitablemente reducirá su rentabilidad y por ende sus niveles de capital. Por ahora, el único país de Europa que ha encarado una reforma financiera ambiciosa es el Reino Unido.
Quizá las vacaciones de verano en el Hemisferio Norte que comienzan a mediados de julio les den a los mercados un respiro de algunas semanas. Pero luego de un período de relativa calma, es de esperarse que la volatilidad y la incertidumbre reaparezcan, quizá con mayor virulencia. Esto es inevitable ya que los problemas de fondo de la UE siguen sin resolverse.
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