20 de marzo 2013 - 00:00

No es el apocalipsis

No es el apocalipsis. El sacudón es un recordatorio, nada más, de que las cuentas europeas están pendientes y todavía sin saldar. Mentar la soga en continente de ahorcados produce escozor. ¿Qué se podía esperar después de un sablazo de hasta el 10% a los depósitos bancarios? Que Chipre sea una pequeña isla -que responde apenas por el 0,2% del quehacer de la eurozona- no evita la desagradable impresión. Todos somos Chipre, pueden pensar, y con razón, los depositantes en media docena de países castigados por el mismo temporal mediterráneo. Todos navegan en el mismo barco (también los pasajeros de la primera clase europea que son los que pagan y dictan el ajuste en la bodega). Así, el éxito de Grecia, en marzo del año pasado, al reestructurar con fuerte quita su deuda en manos privadas le dio aire a Atenas, una bocanada que no le alcanzó, pero hundió a los bancos chipriotas. Al final, Grecia obtuvo la gracia de un tercer rescate de sus acreedores oficiales, incruento y en silencio. En cambio, a Chipre le llega hoy su factura. Será el quinto salvataje de la región, sólo que con una novedad: un tercio del programa financiero lo deberá sufragar un impuesto extraordinario sobre los depósitos bancarios.

¿Es un corralito?, exprés. Durará lo que demore sancionar el gravamen y debitar las cuentas. Ahora bien, si el Parlamento de Nicosia no aprueba la iniciativa, se convertirá en la solución por defecto. No se podrá levantar el feriado bancario hasta que haya fumata blanca. ¿Cuánto se planea recaudar? 5.800 millones de euros. Para la eurozona, que ha montado un muro cortafuegos que merodea el billón de euros, supone ahorrarse el valor de una caja de cerillas. ¿Tiene sentido encender una chispa, otra vez, y asumir el riesgo de provocar una llamarada? Alemania y el FMI, que en esta empresa están juntos, pensaron que sí. La alternativa, deslizan, era la bancarrota. El Banco Central Europeo no ha dicho esta boca es mía. Quizás porque entienden que la situación no pasará a mayores. Y, entonces, se puede castigar el "moral hazard". Quizás, como en tantas otras ocasiones, por un error de cálculo. Está claro que el costo de una corrida de depositantes de la región sería prohibitivo, aunque sólo fuera un traslado de recursos desde la periferia de la eurozona hasta su núcleo, y no hubiese una fuga neta. Está claro que, en ese caso, habría que remover cielo y tierra para volver a garantizar la "intangibilidad" de los depósitos. Y nunca se lograría recuperar la fe del todo. Europa es así. La decisión ya se tomó. La intención quedó a la vista, aunque se busque tamizarla con retoques de última hora.

Habrá que calmar la desconfianza de italianos y españoles y explicarles que Chipre es un caso especialísimo. Lo que es verdad, pero no por ello menos inquietante. Desde que la crisis europea estalló en 2010, el pulmotor que lo mantuvo vivo es el dinero que fluye de Rusia. Y la elección de la cirugía como remedio responde, en buena medida, a la voluntad geopolítica de Bruselas de no servirle un almuerzo gratis y participarlo en los costos del rescate. Sin embargo, que el dinero ruso se presuma "non sancto" y de los "oligarcas", y que la reacción airada de Vladimir Putin confirme que se lesionó un nervio sensible, no agota las razones del miedo. El capítulo ruso es anecdótico y propio de Chipre. Sin embargo, la medida no discrimina por el origen de los fondos (sólo por el tamaño de las cuentas). Y no excluye a nadie: la población local, o los soldados británicos en la isla, con su paga en blanco, también se verán afectados y a la misma alícuota.

El mejor motivo que tienen italianos y españoles para no temer una confiscación no se puede airear a los cuatro vientos. Chipre tiene una dimensión que permite el ensayo y error. España e Italia, no. Europa sostiene un conjunto de principios y valores que en Chipre se pueden aplicar a rajatabla (aunque, como se dijo, se corren riesgos de contagio). En España e Italia, la ejemplaridad está reñida con la supervivencia del euro. El manual no puede ser el mismo.

¿Se romperá la pax financiera que, con tanto esmero, construyeron el BCE de Mario Draghi y el músculo político de la canciller alemana, Angela Merkel? No es el propósito. Merkel tiene elecciones en septiembre, y ya se dijo hasta el cansancio que no quiere hacer olas. ¿Por qué, entonces, impulsó una solución tan drástica para Chipre? En parte, porque el FMI quería un recorte mayor y amenazó con bajarse de la expedición. No hay que olvidar que el Parlamento alemán también deberá pronunciarse (y Merkel necesita el sello multilateral). En parte, porque se piensa, sea una equivocación o no, que Chipre no moverá el amperímetro. De la misma manera que las elecciones italianas, y su virtual impasse política, tampoco cancelaron la siesta. La promesa de intervención del BCE es el ancla que permite conservar la estabilidad cuando Europa escupe sus malas noticias. Una promesa, como también se ha dicho, muy difícil, hoy en día imposible, de cumplir.

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