13 de diciembre 2021 - 00:00

Salud 2021: ¿Síndrome postraumático o la idea del eterno retorno?

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El año 2021 posiblemente no quede anclado en la memoria de las personas debido a lo trascendente que fue su antecesor en términos históricos. Podríamos acordar que para casi toda la humanidad, el año que termina fue marcado por la vacunación, por la resiliencia y por el inicio de la nueva normalidad (si consideramos estar transitando la última etapa de la pandemia, más allá de las olas sucedáneas).

Según el DSM-5 (Manual de enfermedades mentales), el síndrome postraumático es la aparición de síntomas intrusivos luego de un hecho extremadamente intenso. Nadie podrá discutir una pandemia como causante de este cuadro, tanto en las personas como en las distintas sociedades porque, si algo caracterizó a esta catástrofe, fue el impacto global y simultáneo en todo el mundo y las consecuencias indelebles que dejó.

Por eso el balance que hagamos del sector de la salud privada, indefectiblemente deberá corregirse por este factor. Luego de la crisis del covid podremos estar igual o peor, pero difícilmente estaremos mejor.

Recordemos algunos datos del sector salud previos a la pandemia. Entre 2011 y 2019 el costo vida aumentó 1053% (IPC), el dólar oficial 1292% (dólar vendedor BCRA), los medicamentos de alto costo y baja incidencia 2014% (fuente ADEMP) y la cuota de medicina prepaga 949% acumulados para el mismo período. Esta brecha entre cuotas e indicadores económicos se amplió durante los últimos dos años, a pesar de las actualizaciones aplicadas en el actual semestre.

Vale la pena mencionar que el sistema sanitario argentino, tanto público como privado, estuvo a la altura de la crisis de covid con una descollante actuación del cuerpo profesional y técnico de todas las instituciones y con un fuerte componente subsidiario desde el estado, pero actualmente transitamos un escenario complicado y con final incierto, donde el sector financiador ve mermar sus reservas a manos de la inflación, la dolarización y las nuevas coberturas reguladas; el prestador institucional, ya casi sin subsidios, corre sin éxito detrás de sus costos internos, el prestador profesional siente que no es remunerado como se merece y el usuario percibe que tanto las cuotas, como los gastos de bolsillo que deben afrontar, se hacen cada vez más onerosos. A esto se suma la carga fiscal nacional, provincial y comunal que presiona sobre el equilibrio económico y amenaza la sustentabilidad de cada una de las empresas, prestadoras o financiadoras, con o sin fines de lucro.

Por eso, quizás sea el momento de discutir cómo resolver el problema del financiamiento del sector que brinda salud al 70% de la población, con resultados más que satisfactorios. Recordemos que una parte de la población realiza doble o triple aporte: paga sus impuestos, aporta a una obra social y en algunos casos paga un diferencial o una cobertura privada voluntaria por la que vuelve a tributar impuestos.

Por otra parte, los nuevos tratamientos y prácticas no atraviesan estudios de costo efectividad y de evidencia científica que una agencia evaluadora de tecnologías autárquica suele realizar en otros países. Como ejemplo ilustrativo, podemos mencionar que cualquier sistema financiador que deba cubrir una nueva molécula indicada para el tratamiento de una enfermedad genética y que cuesta U$S 2.100.000 necesitará que entre 20.000 y 40.000 afiliados aporten y no consuman ninguna prestación para poder pagar una sola ampolla. Por último, debemos discutir alguna forma de aseguramiento de prácticas de alto costo que, junto a la mencionada agencia, regulen de manera equitativa, el acceso de todas las personas a las nuevas tecnologías, independientemente de la cobertura que tengan. Las crisis provocan grandes oportunidades y el síndrome postraumático puede ser la fuente de energía para dar un salto hacia adelante, pero la historia argentina nos suele atrapar dentro de borgianas ruinas circulares y nos empuja hacia un inexorable eterno retorno.

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