18 de octubre 2001 - 00:00

Acción medieval con un espíritu futbolero

Corazón de caballero.
"Corazón de caballero".
Las justas medievales hace mucho tiempo están lejos de la mente de los productores de cine. La idea de volver a enfrentar a dos caballeros andantes a caballo, con armadura y una enorme lanza no sirve por sí sola para hacer funcionar una película. Pero con un galán rubio y enrulado, anacrónica música de Queen y un planteo argumental digno de «Rocky», la taquilla no podía dejar de sonreírle a Brian Helgeland, conocido sobre todo como guionista del oscarizado policial «Los Angeles al desnudo».

Más allá del hallazgo de diversión cavernícola que puede suponer ver a los caballeros dándose golpes con música de Blue Oyster Cult de fondo, la película daba para mucho más (y podría durar bastante menos). Como por los golpes en las armaduras, la descripción de la violencia es más ruidosa que sangrienta, el mundo medieval queda reducido a una especie de campeonato mundial de certámenes de caballeros, mucho menos salvaje y cruento que un campeonato de fútbol moderno.

Las injusticias y el oscurantismo de la Edad Media quedan reducidas a algún pobre diablo en el cepo -como resto de alguna película de los Monty Phyton-y a la imposibilidad del protagonista, pobre plebeyo sin alcurnia, de participar en las justas. Un tal Chaucer, poeta y jugador empedernido escribe un falso título de nobleza y pronto todos los verdaderos caballeros caen de sus monturas debido a los contundentes golpes de su antagonista trucho, Sir Ulrich de Lichenstein.

La trama ofrece también un villano (Rufus Sewell) que odia al héroe sin mayores motivos, y una doncella vestida con versiones ultra fashion de los diseños medievales para las damas que paseaban por catedrales y festines. Justamente una de las mejores escenas de «Corazón de caballero» es un baile en una fiesta, con la amable música de Carter Burwell fundiéndose graciosamente con un tema de David Bowie para ayudar a encender la pasión de la pareja estelar.

Helgeland filmó con cuidado e imaginación todas las escenas de acción, y es esto y los chistes con anacronismos (no sólo la música, sino la actitud futbolera del público de las justas) lo que le da una tensión especial a una película con un guión muy poco ajustado. Como hace tiempo que no se veían este tipo de imágenes en el cine, los originales tratamientos que el director le da a cada nueva pelea hacen crecer notablemente el atractivo por sobre las posibilidades de lo que se está contando, que en realidad no son demasiado ricas. Precisamente en el campo visual algunas de las mayores proezas del film tienen que ver con el astuto uso de efectos digitales para las escenas finales en Londres, mucho mejor reconstruida que en «Shakespeare apasionado».

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