25 de junio 2002 - 00:00

Alejandro Kuropatwa, una muestra antológica

Alejandro Kuropatwa y Willy Briones
Alejandro Kuropatwa y Willy Briones
En el Museo Nacional de Bellas Artes, se inauguró la semana pasada la exposición de fotografías Manifiesto, una muestra antológica de Alejandro Kuropatwa (1956). En 1929, la fotografía fue incorporada en los museos de arte. El MOMA de Nueva York y el Guggenheim fueron los pioneros en este tema, y sus series de exhibiciones fotográficas se convirtieron con el tiempo, en programas obligatorios en el mundo entero. En las últimas dos décadas ha irrumpido un movimiento que modificó la tradición moderna, dando origen a una nueva fotografía.

Desde los años 70, la avanzada postmodernista se manifiesta también en la fotografía, a partir de artistas como Gunter Brus (1965), Michael Journiac (1969), Dennis Oppenheim (1970), Nancy Holt (1972), Arnulf Rainer (1972), Gina Pane (1973), Dieter Appelt (1979), y los artistas del Land Art Robert Smithson (1969), Michael Heizer (1969) y Walter De María (1977). Si bien los conceptualistas como Joseph Kosuth, Lawrence Weiner o el grupo inglés Arte y Lenguaje no utilizaron específicamente la fotografía, podríamos asegurar sin dudas que han desarrollado indiscutibles relaciones ideológicas y formales con los grandes fotógrafos de los ´70, ´80 y ´90.

En la fotografía contemporánea la realidad estructurada y ordenada se desmitifica. En ese contexto, durante los últimos años, una perspectiva nueva - ejemplarmente explicitada por la norteamericana Cindy Sherman-aparece como característica del postmodernismo fotográfico. Con la capacidad de reproducir y trabajar en serie, posibilidad inherente a la naturaleza propia de la gráfica, el cine o la fotografía, subyace su poder de hacer vacilar las nociones clásicas de autor, obra y originalidad.

En los últimos años del siglo XX, vivimos la experiencia estética como reconocimiento de modelos que anticipan mundos nuevos y comunidades diferentes, pero sólo a partir del momento en que estos mundos y estas sociedades se presentan como multiplicidades, de acuerdo con la propuesta de Gianni Vattimo. El filósofo italiano continúa, revisa y transforma una línea de consideración abierta por Nietzsche y Heidegger: es la que concierne a la crítica de la tradición occidental entendida como tradición metafísica. Lo que llamamos la realidad del mundo es algo que se constituye como contexto de las múltiples fabulaciones.

Vattimo
considera que, según ha sucedido a lo largo de la edad moderna, los rasgos más destacados de la existencia, en la etapa postmoderna, se anuncian y anticipan, con particular intensidad, en la creación estética. Su análisis parte del hoy legendario ensayo de Walter Benjamin, el eminente pensador alemán, sobre La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, publicado en 1936.

Para el filósofo berlinés el aura es «la manifestación irrepetible de una lejanía y atañe al valor ritual, cultural de la obra de arte». Por eso reprocha al siglo XIX no haber sabido «responder a las nuevas técnicas con un nuevo orden social». De ahí su intento de definir un arte auténticamente nuevo que pusiera a su servicio los avances de la tecnología. La reproducción se distingue inequívocamente de la imagen. En ésta, la singularidad y la perduración están imbricadas una con otra, de manera tan estrecha como en la reproducción lo está la fugacidad y la posible reiteración.

Kuropatwa
realizó estudios en Nueva York en el Fashion Institute of Technology (1979-82), y en la Parsons School of Design (1982-85), donde obtuvo el Master of Fine Arts con especialización en fotografía. En 1985 instaló su estudio en Buenos Aires. Trabajó para la tapa de la revista Art News, y realizó fotos de para la revista Harpers Bazaar. Desde los años ´70, incursiona por las posibilidades que la imagen impresa abre como campo de experimentación. Desde entonces, despliega sus condiciones de creatividad, utilizando para sus investigaciones, películas, luces y formatos no convencionales, recurriendo a inesperadas asociaciones sobre fondos neutros, a tomas fuera de foco y a ampliaciones de gran tamaño.

Para sus fotos en blanco y negro «30 días en la vida de A», 1990, utilizó rollos de película vencida de revelado instantáneo. Durante ese período disparó y consiguió cientos de transparencias que dieron lugar a una sucesión de imágenes ricas en formas y recursos. «Cóctel de 1996», homenajea al cóctel médico más eficaz para combatir el virus del sida. En obras de grandes dimensiones y fuerte compromiso personal presenta toda la artillería de pastillas, pastilleros y blisters para combatir la enfermedad.

Atraído por la seducción femenina, realizó fotos color con fondos neutros de un selecto grupo de mujeres elegantes, representantes del glamour de la alta sociedad argentina. El artista amplifica los adornos y el maquillaje, y busca captar el instante de las Divinas. «Son audaces, sofisticadas, desprejuiciadas. No les importa nada. Son o fueron ricas, más bien son o actúan como si fueran primeras damas, como herederas. Estas mujeres no tienen edad. Son preciosas, todo lo que tienen es precioso», insiste el fotógrafo. Es fiel a los postulados de su Manifiesto: hay que aprender a mirar con humor, pero siendo consciente de que cada imagen tiene que ser una búsqueda y un trabajo de composición.

Su exploración del universo femenino lo lleva a explicitar «En cualquier ópera, una
Margarita Gautier, una Carmen, una Callas son mártires-divas. A mí me encanta el ser humano, pero la mujer siempre fue más bella que el hombre.» En «Purpurina en bocas femeninas», 2001, las bocas sensuales y carnívoras de las modelos llenas de rouge, dialogan permanentemente con él, quien nos recuerda que, aunque no es fácil que la eternidad se preste al juego del fotógrafo, cuando un artista saca una foto, se detiene el tiempo.

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