El arte ha invadido las pantallas durante la cuarentena y los programas online se multiplican. La memoria suele ser corta, y el objetivo es capturar la atención de la marea de espectadores que, antes del confinamiento, concurría a museos, galerías, ferias y subastas, para no caer en el olvido. Los operadores culturales y los artistas del circuito global aparecen en transmisiones en vivo, muestran sus obras y opinan sobre temas diversos. Entre ellos se destaca el británico David Hockney. A sus 82 años, aislado en su casa de la Normandía, dibuja en su iPad las flores que despuntan con la primavera. Desde allí, Hockney cursó una invitación a los artistas de todo el mundo, consagrados o en ciernes, a participar de un concurso organizado junto con el teatro Châtelet de París, radio France Inter y el Pompidou, el museo que en 2017 presentó su gran muestra retrospectiva. Hoy, cuando se discute si es posible disfrutar de una experiencia estética a través de las pantallas, Hockney se sirve de la tecnología digital. Así, la especificidad tecnológica de sus dibujos realizados en un iPad, directamente con los dedos o un lápiz óptico, propone un punto de encuentro entre dos universos distantes: el real y el virtual.
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Durante una entrevista con el diario “The Guardian”, Hockney señala: “Me dicen que estos dibujos ofrecen un respiro en este momento de prueba, que son un testimonio del ciclo de vida que comienza aquí con el nacimiento de la primavera. Somos idiotas, hemos perdido nuestro vínculo con la naturaleza a pesar de que somos parte de ella. Todo esto terminará algún día. ¿Qué lecciones aprenderemos?” La directora del Châtelet, Ruth Mackenzie, amplía la convocatoria al concurso hasta para quienes todavía no son artistas. (Para participar del concurso Hope in Spring hay que enviar los dibujos a: [email protected], o publicar en las redes con el hashtag #HockneyPrintemps. La fecha de cierre de las inscripciones es el 21 de junio y se seleccionarán 10 ganadores).
Entretanto, la información llegada del Norte no siempre es agradable. Allí, las instituciones culturales que dependen del aporte privado, luchan por sobrevivir. En EE.UU. hay museos que anunciaron su cierre definitivo y hasta el poderoso MoMA neoyorquino recortó el personal y también el presupuesto. No obstante, los grandes museos aumentaron en la web las visitas a sus colecciones, y quienes disfrutan de la conectividad online consideran que genera oportunidades y que, a pesar de sus límites, “favorece la transparencia, la democratización del arte” y, a la larga, el mercado. Otros, no dudan al criticar las “detestables pantallas que congelan el arte, lo desvirtúan, lo pasteurizan”.
Nunca resultó tan oportuno recordar el célebre ensayo de Walter Benjamin, “El arte en los tiempos de su reproductibilidad técnica” (1936). El pensamiento de Benjamin, en un tiempo signado por la invención, resulta crucial para el arte moderno, anuncia que los nuevos medios de reproducción, la fotografía y el cine (las pantallas de diversos formatos ingresan en esta categoría), iban a provocar alteraciones en la percepción. Para Benjamin, la autenticidad de la obra de arte, “el aquí y ahora” del original, no tiene sustituto: lo genuino no tiene réplica. De este modo, la copia de la obra auténtica trae aparejada la pérdida del “aura”, “una trama muy particular de espacio y tiempo: la irrepetible aparición de una lejanía, por cercana que ésta pueda estar”. De acuerdo con estos postulados, al ser reproducida, la obra de arte pierde su valor de culto, su condición sagrada. Benjamin expresa su “nostalgia del aura” y plantea dilemas que, hasta hoy, no encuentran respuesta definitiva. El film “La rosa púrpura de El Cairo”, de Woody Allen, puede verse como una referencia directa a este problema. ¿Se puede creer en la existencia de un arte post-aurático, carente de “aquello de lo cual el ojo no podrá saciarse jamás”? La obra de arte satisface el deseo de contemplar y nutre en forma continua dicho deseo, pero ¿qué ocurre con las impresiones de las pantallas de David Hockney?
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