5 de febrero 2019 - 00:01

Buena muestra colectiva para seguir viendo arte en el verano

Diferentes trabajos de Marcela Cabutti, Matilde Marín, Fabiana Imola, Luciana Rondolini, Martín Reyna, Axel Straschnoy y Beto De Volder cruzan diversos géneros, como la escultura, el dibujo y la fotografía. En ellos también puede apreciarse los estilos de las últimas cuatro décadas

Martín Reyna. Políptico con 20 dibujos, uno de los trabajos de este artista en la muestra colectiva que exhibe la galería Del Infinito, durante la temporada estival.
Martín Reyna. "Políptico con 20 dibujos", uno de los trabajos de este artista en la muestra colectiva que exhibe la galería Del Infinito, durante la temporada estival.

Al promediar el verano, la galería Del Infinito presenta una muestra colectiva con algunos artistas de su staff. En las obras de Marcela Cabutti, Matilde Marín, Fabiana Imola, Luciana Rondolini, Martín Reyna, Axel Straschnoy y Beto De Volder se cruzan diversos géneros, la escultura, el dibujo y la fotografía. Al ingresar a la sala se divisan las formas sinuosas de Beto de Volder trabajadas en madera sintética. Las líneas enruladas sobre si mismas tienen el mismo color blanco de la pared de la galería, replican con volumen uno de los diseños que el artista dibuja a mano alzada con virtuosísimo. Debajo, los colores del arco iris se deslizan por las curvas de una tabla.

De Volder comenzó a exhibir sus obras en la década del 90. Desde entonces el trazo de su línea serpentea, se pliega y despliega con elasticidad. Su carrera internacional comenzó inesperadamente en el año 2003, cuando presentó una muestra en Sonoridad Amarilla y la dividió en tres secuencias monocromáticas y temporales: una semana en rojo, otra en amarillo y finalmente, la última, en azul. La simplicidad y, a la vez, la complejidad de la propuesta, sedujo a la coleccionista venezolana Patricia Cisneros. De paso por Buenos Aires Cisneros compró varios dibujos y los exhibió junto a las piezas de los grandes maestros de la abstracción latinoamericana, en la muestra “Diálogos”, que recorrió varios países. Marita García señala que la línea del artista “engarza diversos universos: rodea las investigaciones parisinas de los años 30, contornea las reelaboraciones de la abstracción en el contexto argentino, y establece continuidades en el devenir de sus dibujos”.

Martín Reyna está presente con una serie de 20 paisajes dibujados al lápiz. La sutileza de la línea no deja adivinar la sensibilidad de un fenomenal colorista, capaz de representar las cualidades más atractivas de la pintura, la tinta y la acuarela. Pero la muestra está acompañada por el libro “Paralelo 42. Martín Reyna” con textos de Phillippe Cyroulnik y editado en 2017 por la galerista Estela Gismero, donde luce el color. El texto, un recorrido desde el año 1988 hasta la actualidad por las pinturas y dibujos de Reyna, radicado en París desde 1991, ostenta las tensiones, obsesiones, el espesor de los sentimientos que afloran a lo largo de su trayectoria. Cyroulnik, teórico francés ligado al arte argentino, destaca en los trabajos la capacidad de perdurar en nuestra memoria. Describe “una fuerza sutil que la hace persistir en nosotros” y “un ritmo que nos saca de la monotonía de nuestros días”.

Siempre en el libro, figuran desde los árboles esquemáticos y sin hojas de la década del 80, hasta las composiciones de territorios alucinados, las últimas y potentes tintas de colores restallantes. Reyna representa la propia materialidad de las tintas y acuarelas, su condición acuosa, las transparencias veladuras y chorreaduras rojas, verdes, azules o amarillas que se desplazan por los papeles.

El Paralelo 42, ubicado entre el Lago Puelo y El Bolsón, es el lugar donde realizó los dibujos. La experiencia que relata Reyna al dibujar esa línea suave que se desvanece o que, por el contrario, marca la intensidad de las sombras, coincide con las palabras de Walter Benjamin, quien, en 1939, escribe: “Seguir con toda calma en el horizonte, en un mediodía de verano, la línea de una cordillera o una rama que arroja su sombra sobre quien la contempla hasta que el instante o la hora participan de su aparición, eso es aspirar el aura de esas montañas”. Martín Reyna trabaja con frecuencia en la Patagonia, donde viven sus padres. Junto a estos dibujos cuelgan las bellas burbujas de vidrio de Marcela Cabutti. Con sus brillos y reflejos, la serie de esferas azuladas creadas con la técnica del soplado, parecen lágrimas agrupadas con un fin estético, para procurar placer visual al que mira.

En la pared más visible de la galería hay una escultura de Fabiana Ímola, las ramas de un jardín plateado. Frente al protagonismo de la belleza en los trabajos de Ímola, el teórico del arte rosarino Guillermo Fantoni observa que la artista ha “hecho de la búsqueda de lo bello una ética”. Las obras realizadas en acero pulido brillan como diamantes, y están ligadas al sitio del cual provienen, el territorio rosarino. El resplandor proviene de los espejismos que provoca la visión del río Paraná. Las aguas bajo el sol deslumbran al que mira. El fenómeno del reverberar del sol sobre el Paraná recuerda la descripción del santafecino Juan José Saer. El escritor cuenta la historia de un nadador que después de flotar durante horas, en un instante que la memoria no logra precisar, “a su alrededor la superficie del agua se transformó en una serie de puntos luminosos, de número indefinido y quizás infinito”. Agrega que en el horizonte visible “no era posible distinguir el agua de las orillas, parecía haberse pulverizado”.

Ímola se aleja de la metáfora que plantea Saer al mostrar un personaje que pierde la orientación en la existencia. Las obras están hechas de luces y reflejos pero marcan una fuerte conexión con la vida. Las formas ornamentales de la vegetación estaban presentes en la obra de Ímola cuando comenzó su carrera en el Programa para las Artes Visuales Kuitca/ CCRojas 2003-2005.

En el final de la sala hay dos imágenes de Matilde Marín de la serie “Humos”, surgida a partir de un libro realizado junto al teórico José Emilio Burucúa. Marín subraya la atracción que ejercen sobre ella “el humo, la sombra humana y las huellas de unas pisadas”. Agrega que comenzó a reunir noticias de los diarios relacionadas con incendios, las recortó y las pegó junto a sus hermosas y potentes imágenes. De este modo, sus ficciones adquirieron un poderoso verismo. Straschnoy, con el still de un filme de su autoría, y Randolini, con un dibujo de unas figuras femeninas, completan la bella muestra estival.

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