El viernes próximo, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires abrirá al público la muestra retrospectiva de Flavia Da Rin “¿Quién es esa chica?” Más allá de su diversidad y del valor estético, la exhibición curada por Laura Hakel, ofrece un interesante panorama del campo multidisciplinario que se abre en la actualidad para la producción artística.
Da Rin: una muestra que es un manifiesto sobre apropiación
Más allá de su diversidad y valor estético, la exhibición ofrece un panorama de lo multidisciplinario. Sus fotografías, muchas de ellas lúdicas, se destacan por la seducción visual que ejercen
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Con 40 años recién cumplidos y 20 de trayectoria, Da Rin muestra el cruce de la investigación, apropiación, performance y posproducción. La retrospectiva es tan intensa como extensa. Entre las primeras obras figura la imagen de Da Rin en blanco y negro sosteniendo el globo de luz del flash de la cámara entre sus manos. Un espejo reproduce una imagen tan sencilla como memorable.
Las apropiaciones comenzaron con las imágenes de Judith y Holofernes de Gentileschi y la Magdalena de Caravaggio en versiones contemporáneas, por supuesto. Casi como un juego surgieron los disfraces, el artificio, el maquillaje y la manipulación de imágenes. Da Rin acaparó toda la atención cuando trabajó el tema del doble y se autorretrató en escenas íntimas, dialogando tiernamente con ella misma.
Las fotografías se destacan por la poderosa seducción visual que ejercen, característica que se acentúa en los autorretratos con la marcada influencia del comic japonés. Sus rostros tienen los ojos inmensos de la heroína del manga. La expresividad de esta serie conmovió a los espectadores. Da Rin comenzó entonces a sacar partido de sus dotes actorales, se fotografía a sí misma en distintas poses como una actriz consumada. Luego, a partir de estas tomas y con gran dominio de la tecnología, trabaja en la intervención digital frente a la computadora.
En 2009 cambió el estilo y acentúa la teatralidad. Deja de ser una protagonista del comic para encarnar, como buena interprete, diversos prototipos psicológicos inspirados en el cine, la publicidad, la TV y la historia del arte. La huella de sus rasgos sigue presente en todas las fotos, pero la verdadera identidad de Da Rin es una incógnita. El título de la muestra, “¿Quién es esa chica?”, adquiere sentido al recorrer la exhibición.
La serie “El misterio del niño muerto” está inspirada en la tragedia de Oskar Matzerath, el pequeño que se resiste a crecer de la película de Volker Schlöndorff, “El tambor”, basada en la novela de Günter Grass. Las imágenes de la confusa muerte del niño y las extrañas circunstancias que la rodean, se alejan del guión original. Da Rin crea su propia ficción. Con una intersubjetividad extrema configura un ambiguo relato y mantiene el drama en estado latente. Retrata a su Oskar, víctima de una sociedad hipócrita y mentirosa, en una cama de hospital. A partir de esta cita casi literal de la película (pues el personaje, aunque está encarnado por Da Rin ostenta los rasgos del actor David Bennett), se abre un mundo fantástico de celebración y llanto.
Hay una recreación de las tres gracias, unas ninfas danzan en el bosque. Su belleza recrea la tradición pictórica flamenca, pero las figuras anoréxicas y los colores luminosos que utiliza la publicidad las vuelven actuales. El oscuro y siniestro trasfondo del relato flota a la par de esos cuerpos delgados. La sensación de alegría y movimiento que transmite la imagen glamorosa, resulta tan desconcertante e inapropiada frente a la del pequeño moribundo, que termina por acentuar la tristeza que pretende disfrazar.
Unas mujeres expresan su dolor y representan el duelo, pero al igual que las niñas del coro y el resto de los personajes, llaman la atención por la elegancia suprema de sus atuendos. La obra es tan elocuente como un cartel publicitario y la moda juega un papel crucial. El afanoso cuidado de los detalles (encajes, cinturones, collares, carteras, peinados) refleja la vanidad y frivolidad de los protagonistas. De este modo, a la sinceridad de los gestos de dolor se contrapone el artificio. El contrapunto entre los sentimientos que inspira la muerte y la cautivante belleza del contexto donde se desarrolla el drama, descubre un universo cambiante e inestable. No hay nada que resulte totalmente falso ni, mucho menos aún, totalmente verdadero. El mundo perturbador de Da Rin está para ser interpretado.
Con llamativa versatilidad la artista da una vuelta de página e investiga un período glorioso del arte. Así se fotografía vestida de blanco, pequeña y pensativa, en medio de tumultuosos y gigantescos collages de estatuas fragmentadas al mejor estilo del manierismo florentino, rodeada por cupidos, venus y dioses.
La esencia femenina figura en toda la muestra y, sobre todo, en la serie que explorar la vida de Lizica Codreanu, una bailarina vanguardista del inquietante período de entreguerras. Codreanu llega a París en 1919 desde su Rumania natal, busca a su hermana que estudia escultura con Brancusi. Nuestra artista se introduce en la piel de la bailarina y se autorretrata rodeada de esculturas totémicas, ataviada con sombreros cónicos y un vestido de contundente diseño. “Ella misma, Lizica, parece una escultura, con sus movimientos detenidos. La foto fue tomada por Constantin Brancusi cuando preparaba el vestuario para el ballet de Eric Satie ‘Gymnopedies’”, destaca Da Rin. Así se transfigura y representa esas primeras escenas de la danza contemporánea. La maternidad, el caos visual de la actualidad, el peinado y las pelucas, el paisaje y los objetos, completan la exposición.
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