«Yo soy mi propia mujer» de D. Wright. Trad. y Adap.: F. Masllorens y F. González del Pino. Int.: J. Chávez. Dir.: A. Alezzo. Esc.: G. Carrascal. Vest.: C. Villamor. Ilum.: F. Monti. ( Multiteatro)
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La vida de Charlotte von Mahlsdorf (Berlín 1928-2002), el famoso travesti alemán que burló los estrictos controles del régimen Nazi y de la policía comunista del Este (Stasi), supera toda fantasía y abre, además, un sinnúmero de interrogantes. Lo interesante de esta obra de Dough Wright, ganadora del premio Pulitzer 2004, es que aún cuando su autor intenta juzgar la conducta de Charlotte desde su visión de ciudadano norteamericano se resigna finalmente a que el personaje domine la escena con sus enigmas y contradicciones.
Wright entrevistó personalmente a esta anciana de dulces modales y sin pelos en la lengua, y relata ese encuentro con lujo de detalles, incluyéndose a sí mismo dentro de la trama en plan de investigador. Aún así, todo el peso de la obra se concentra en Charlotte quien además de narrar anécdotas muy curiosas, logra arrancar carcajadas con su espontaneidad y picardía. Se trata de un espíritu libre y carente de maldad, pero con la astucia y el egoísmo necesarios como para sobrevivir a cualquier peligro y amenaza.
Composición
Al igual que «El pianista» de Román Polanski, «Yo soy mi propia mujer» es una obra que pone en suspenso el juicio moral del espectador. Pensado para un solo intérprete, el espectáculo debe sin duda su eficacia a la extraordinaria labor de Julio Chávez, que ratifica aquí sus dotes camaleónicas guiado con mano experta por quien fuera su maestro, el talentoso director Agustín Alezzo. Tanto la escenografía como el vestuario y la iluminación acompañan discretamente la composición de Chávez, tan humana y creíble que por momentos se tiene la ilusión de que esa vieja dama, de rostro masculino y manos de carpintero, está allí mismo conversando con el público. Para más datos, su nombre verdadero era Lothar Berfelde, y desde su infancia manifestó una fuerte inclinación por la vestimenta femenina y los muebles antiguos. Apoyado por una tía materna, el joven Lothar decidió asumirse como mujer y ponerle límites a su padre, un hombre terriblemente violento y golpeador que militaba en el partido Nazi. Charlotte lo mata en defensa propia y va a la cárcel, pero es liberada con la caída del Tercer Reich al quedar destruida esa prisión por los bombardeos rusos. De allí en más se dedica a su colección de muebles y enseres cotidianos con la que funda en 1960 el Museo del Gründerzeit (período que va de 1870 al 1900).
Las andanzas de esta extraña dama se convirtieron en un ejemplo de valor cívico y de lucha a favor de la tolerancia, sobre todo para la comunidad homosexual. Con la publicación de su autobiografía, «Yo soy mi propia mujer», y el premiado documental de Rosa Von Pranheim, de igual título, logró una popularidad inusitada, pero a la vez fue objeto de todo tipo de recriminaciones y sospechas. Fue acusada de colaboracionista, de ser una espía de la Stasi y de haber lucrado con las pertenencias de los deportados de origen judío. En 1997 y raíz de las agresiones sufridas a su museo por bandas de neonazis, decidió emigrar a Suecia.
Su biografía ya fue publicada en español, pero vale la pena disfrutar de sus aspectos más poéticos en esta versión escénica que conmueve gracias a la apasionada entrega de un intérprete de lujo.
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