«Carandirú» (Brasil-EE.UU., 2003, habl. en portugués). Dir.: H. Babenco. Guión: V. Navas, H. Babenco, F. Bonassi. Int.: L.C. Vasconcelos, M. Gonçalves, I. de Almeida, M.L. Mendonça, C. Blat, R. Santoro.
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¿Cómo contar la historia real de una masacre en una cárcel brasileña superpoblada? Héctor Babenco, el autor de «Pixote, la ley del más débil», lo hace en forma de comedia dramática, con una sucesión de personajes pintorescos e historias bastante risueñas que, casi de golpe, y durante contados minutos, derivan en espanto, un espanto donde también cabe el humor...negro.
Basado en las memorias del médico de la cárcel de encausados Carandirú, de San Pablo, el realizador da la clave de todo ya en sus primeros minutos: a punto de estallar una pelea entre dos reclusos dispuestos a matarse (justo uno se encuentra con el asesino de su padre, y de otros cuantos más), todo se afloja magistralmente por obra de los propios internos, ante la vista comprensiva del director del penal. Ellos ponen las reglas ahí adentro, y las autoridades sólo vigilan que no se escapen. «Ellos son los dueños de la cárcel», le explica el funcionario al médico recién llegado.
La primera visita es realmente graciosa. Y terrible. Lo más impresionante, la celda de los violadores, alcahuetes y mercenarios que viven voluntariamente encerrados en lo oscuro, sin salir jamás al patio, por miedo a que los maten.
Superada la primera impresión, el profesional se pondrá la máscara de una sonrisita cordial, levemente superior, y se hará cargo, durante años, de una multitud de criaturas gustosas de ser atendidas, y de contar sus vidas, según su propia versión, por supuesto.
Esto da lugar a sucesivos pasos de picaresca (el negro bígamo), policial clásico («fue un asalto muy bonito, no disparamos un solo tiro, pero después...»), o policial con variaciones, drama social, y hasta comedia absurda, tanto en sus relatos, como en la evolución de la vida cotidiana dentro del penal, con algún nuevo integrante digno de piedad, e incluso un casamiento. Ni el médico ni el director juzgan a los presos, ni aun a los peores, tan sólo los escuchan, como a seres humanos que son. Y cuando parezca que ya no va a pasar nada, de pronto pasa. Es notable, cómo Héctor Babenco, en pleno dominio de sus medios, da ejemplo de producción, selección y dirección de actores (son una multitud, pero al espectador no se le va a confundir ninguno), y manejode situaciones, graduando el ánimo del espectador hasta llegar a la ironía final, auténticamente verdadera.
Un poco reiterativo y acaso mecánico en algún momento, es cierto, ya que quizá pudo haber cortado un poco la película, pero aún asi vale la pena verla. Y reconocer que aquí estamos lejos de hacer algo parecido.
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