31 de octubre 2001 - 00:00

Convierte en thriller la historia de un falangista

Convierte en thriller la historia de un falangista
La distancia que lo separa de la Guerra Civil Española le permitió al español Javier Cercas (Cáceres, 1962), tomar en «Soldado de Salamina» un dramático episodio de la vida de un olvidado líder falangista y convertirlo en un thriller, y no parar allí, sino rodearlo de pasión por la literatura. Cercas fue profesor de literatura española en las universidades de Illinois y de Gerona. Dialogamos con él en su visita a Buenos Aires.

Periodista: ¿Cómo tomó el elogio que Mario Vargas Llosa publicó de «Soldados de Salamina»?

Javier Cercas: Fue fantástico por muchos motivos. Vargas Llosa no sólo es un muy buen escritor, sino también uno de los grandes críticos en cualquier lengua, y eso suele olvidarse. De ese ídolo de mi juventud he aprendido el fanatismo del escritor.

P.:A Vargas Llosa le interesó más la historia de su narrador, un periodista, que la del protagonista, un líder falangista...

J.C.: Sostiene que la historia del escritor contamina de energía la otra historia. Y es verdad, en mi libro hay una pelea a muerte entre el escritor y su vocación. Y el triunfo de la vocación es el triunfo de la novela. Ese artículo de Vargas Llosa tuvo un efecto terrible en toda Europa. Muchos editores ya habían contratado mi libro, pero con esa nota se volvieron locos, aceleraron la traducción, compraron mis obras anteriores. Ni en el más megalómano de mis sueños podía pensar que me podía pasar algo así.

P.: Que su libro fuera uno de los preferidos en la Feria de Francfort...

J.C.: Ya había sido vendido a la editorial de Harry Potter en Inglaterra, y en Italia, Francia, Alemania. Para los Estados Unidos hay una oferta de Random House. En Franc-fort hubo ofertas de unas 14 editoriales más, de otros países. Pero mi sorpresa es que haya tenido primero un éxito brutal en España, porque trata una historia ocultada que recién ahora podía recobrar memoria. Estaban, desde ya, esos hispanistas ingleses que viene tratando la Guerra Civil con asepsia porque no es su historia.

P.: Y sí la suya...

J.C.:
Toda mi vida oí hablar de lo sucedido. Mi familia era fascista y el héroe era un joven, un tío mío, que murió en una batalla. Toda mi vida escuché ese relato que era como un modelo de heroicidad. Y me preguntaba, ¿por qué ese hombre se hizo fascista? Creo que he ido encontrando explicaciones gracias a mi novela.

P.: ¿Cómo alguien que no vivió la Guerra Civil vuelve a ella para narrar uno de sus episodios más desconocidos?

J.C.: Nací en 1962, y quizá nosotros, podemos hacer estas novelas porque la guerra está vista con distancia. Cuando está muy viva es muy difícil, porque la literatura exige cierta distancia, cierta frialdad, que cuando se está implicado no se puede tener. Para la gente de mi edad, es algo decisivo pero remoto. Edoardo Mendoza me dijo «es la primera vez que leo una novela sobre la Guerra Civil que es como un western». Y es así, algo mítico que afecta a nuestro presente. La transición española, a mediados de los '60, fue un pacto de olvido que visto desde 2001 fue un mal necesario (permitió a España prosperar, integrarse a Europa) porque si no, nos hubiéramos enzarzado en venganzas y ajustes de cuentas interminables. Pero eso supone el olvido. Olvido que viví como profesor en un Congreso en Amsterdam donde estaba el ilustre Torrente Ballester. Yo había encontrado libros de fines de los años '30 donde se mostraba como fascista convencido. En bibliografías oficiales no aparecen esos libros. Cuando lo dije, la gente se agarró la cabeza y Torrente dijo que mentía, pero yo sabía dónde estaban esos libros. Hay esos olvidos, como los de la gente que luego de ser falangista se hizo comunista, porque le quedaba bien. La reconciliación nos permitió avanzar y nos permite hasta revisar el pasado.

P.: ¿Cómo encontró la historia del ideólogo de la Falange Rafael Sánchez Mazas?

J.C.:
Era prácticamente desconocido, su fusilamiento aparecía en notas brevísimas y con datos equivocados. Nadie se había preocupado en saber qué fue lo que escribió, qué papel tuvo en el fascismo. A mí no me interesa tanto su figura como ciertos sucesos, aquel miliciano republicano que tiene que matarlo, lo mira a los ojos y no lo mata. Eso me intrigó muchísimo. ¿Por qué lo enca-ñona y en el último minuto le perdona la vida? ¿Por qué no lo mata cuando las venganzas estaban a la orden del día, cuando era alguien que había perdido todo, cuando va camino al exilio? ¿Por qué no lo delató? Después descubrí que Sánchez Mazas es alguien que nadie recordaba y es fundamental en la historia de España en el siglo XX. Luego que encontré sus notas periodísticas sobre la Marcha sobre Roma, los historiadores comenzaron a decir que Sánchez Mazas fue muy importante para José Antonio Primo de Rivera, fue el fundador e ideólogo de la Falange, el que le inventó toda sus simbología. Hasta publicar este libro creía, como otros, que estos temas eran de los abuelos, que a los jóvenes o en el exterior aburrían, pero me di cuenta que ocurría todo lo contrario.

P.: Bueno, como dijo Vargas Llosa, usted encontró la forma...

J.C.: Es fundamental, permite escapar a la tópica, a lo dicho.

P.: ¿Y suspender lo ideológico para interesarse por lo humano?

J.C.: Juzgar es muy fácil. Dar a entender por qué ocurrió lo que ocurrió sólo alguien con 38 años, distante de cualquier compromiso podía hacerlo.

P.: Esa distancia que elige pareciera remitir a Albert Camus...

J.C.: Ojalá. Camus está más vivo que nunca. Yo busqué que mi novela no fuera maniquea, que intentara entender a la gente sin dejar de contener una toma de posición, porque hubo quienes defendieron la legalidad y quienes se opusieron a ella. Acaso la forma que elegí para contar la historia es lo que ha hecho que no haya habido reacciones negativas ni de la izquierda ni de la derecha, ni de quienes conocieron a Sánchez Mazas.

P.: ¿Cada lector hizo su interpretación?

J.C.:
Fue gracioso porque Félix de Azúa me preguntó: «¿Tú habrás sido marxista?». Le contesté: «No me dio el tiempo». Como iba a ser marxista si cuando nací ya me habían vacunado, si lo único que vi es su crisis y su fin.

P.: ¿A quiénes considera sus maestros?

J.C.:
A rioplatenses. En España los escritores de mi edad, por ejemplo mi amigo Vila-Matas, somos latinoamericanos de allá. Yo no hubiera sido escritor sin Borges, Bioy Casares, Cortázar. En todas partes se sabe que los latinoamericanos han hecho la mejor narrativa de la segunda mitad del siglo. Luego vinieron, para terminar de confirmarlo, los del boom. No fue bueno comenzar con Borges, porque como dice Auden «es muy malo para un escritor tener como modelo un superescritor» porque te mata. Borges era demasiado bueno, era Dios. Cortázar me salvó de eso. Y Bioy fue el que más me enseñó de todos con su capacidad de decir cosas complejas de una forma muy sencilla.

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