27 de abril 2006 - 00:00

"Crónica de una fuga"

Víctima y victimario: Rodrigo de la Serna y Pablo Echarri en «Crónica de una fuga», deAdrián Caetano.
Víctima y victimario: Rodrigo de la Serna y Pablo Echarri en «Crónica de una fuga», de Adrián Caetano.
«Crónica de una fuga» (id., Argentina, 2006; habl. en español). Dir.: I. A. Caetano. Int.: R. de la Serna, P. Echarri, N. Casero, G. Wolf, L. Orowitz y otros.

El nuevo film de Israel Adrián Caetano («Pizza, birra, faso», «Bolivia», «Un oso rojo») se alinea en la corriente desigual y discontinua del cine sobre el Proceso, iniciado en 1984 con «La historia oficial» de Luis Puenzo, y que a lo largo del tiempo ha venido aglutinando a películas espléndidas, como «Garage Olimpo» o «Un muro de silencio», con productos olvidados y, en algunos casos, oportunistas (y una enorme variedad entre ambos extremos). Un fenómeno muy similar de lo que ocurrió en España con el cine de la Guerra Civil después de la muerte de Franco.

En «Crónica de una fuga» se reconoce el estilo firme de Caetano para narrar historias secas y violentas, su encomiable falta de sentimentalismo, y especialmente su capacidad para dar cuenta de conflictivos trasfondos sociales a través de historias autónomas y reacias a la moraleja. Con todo, la condición de una historia que ya estableció un paradigma tan rígido en el cine nacional, desde la definición de sus víctimas y verdugos hasta las ineludibles escalas en escenas arquetípicas de interrogatorios y torturas, parece haberle tendido al realizador un camino arduo de sortear. Su nuevo film, aun con su personalidad, no llega a ser un Caetano pleno, y en algunos de sus pasajes termina siendo arrastrado por cierta indiferenciación genérica.

La película parte del libro autobiográfico de Claudio Tamburrini, que era arquero del club Almagro cuando fue secuestrado en 1977. No podían entender sus captores para qué un arquero quería un mimeógrafo (la película, más tarde, explica quién fue el que provocó realmente su desaparición, y por qué razón). Luego del secuestro, Tamburrini (bien interpretado por Rodrigo de la Serna) va a dar a uno de los centros ilegales de detención en la época, la Mansión Seré, en Morón, que sería destruida en marzo del año siguiente como consecuencia, justamente, de la fuga suya y de otros pocos detenidos en el lugar, uno de los escasas grietas que experimentó el sistema represivo.

La instancia de la fuga, las condiciones en que se produjo y los riesgos que entrañó para quienes decidieron acometerla, y sobre todo la inmediata y casi fantasmagórica consecuencia del retorno a la vida de sus protagonistas a campo traviesa, desnudos, desprotegidos y fácilmente vulnerables, funcionan, ya desde el título, como el horizonte narrativo de la película. Sin embargo, ese momentotarda demasiado en llegar y se resuelve, del mismo modo, algo rápidamente, al contrario de toda la historia previa: la detención, los interrogatorios, el confinamiento.

En esa parte, lo mejor es cierta ruptura de estereotipos (encapuchado/represor) que practica el libro, con el refuerzo moral que da el hecho de que se trata de la visión de un testigo directo de los acontecimientos; Caetano, por su lado, demuestra no querer regodearse en los escenarios típicos del género, aunque en ese combate no siempre gane y el espectador pueda quedarse con la intriga de conocer, aun más, las características de esa perversa relación entre víctimas y victimarios. Pablo Echarri, como el «jefe de tareas» Huguito, también contribuye sólidamente con los méritos del film.

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