30 de marzo 2022 - 00:01

Daniel Hendler: artista todoterreno, con un pie en el off y el otro en Netflix

Estrena este año varios films rodados en pandemia: “Pequeña Flor”, de Santiago Mitre, “Virus 32”, de Gustavo Hernández y “Lunáticos”, de Martín Salinas; entre otras.

hendler. “Adelfa”, de Florencia Aroldi, cuenta la historia de tres primas a través del tiempo.
hendler. “Adelfa”, de Florencia Aroldi, cuenta la historia de tres primas a través del tiempo.

“En el mundo de hoy, a Buñuel o a Fellini les hubiera sido difícil filmar y exhibir sus obras”, dice Daniel Hendler, quien se reparte entre el rodaje de una serie para Netflix y el teatro independiente. Mientras filma “División Palermo” de Santiago Korovsky, dirige “Adelfa”, de Florencia Aroldi, con actuaciones de Virginia Lombardo, Verónica Piaggio y José Luis Arias, que se presenta los sábados a las 22 en El Camarín de las Musas. Conversamos con Hendler.

Periodista: ¿Qué le atrajo del texto y de cómo la autora plantea los temas de la obra?

Daniel Hendler: En la primera lectura ya se percibía un universo propio y particular de la autora, que implicaba un gran desafío para el trabajo con los actores y la puesta. Lo más importante de la obra es lo que no se dice. Transcurre durante la década de los 70, los 80 y los 90 y, aunque está totalmente atravesada por los contextos políticos, prácticamente no se habla de política, no se la menciona; de hecho, una de las primas es muy explícita en su preferencia por evitar esos temas delicados y repite que es de mal gusto hablar de política. Ahí reconocí algo que puede identificar a cualquiera: la dificultad para hablar de política en ciertos ámbitos, por ejemplo en los familiares. Esa división de miradas, tan fogoneada desde los medios de comunicación, provoca la percepción de realidades paralelas, lo que parece un padecimiento irreversible de nuestras sociedades. En la obra, la familia parece vista a través de una lupa que deforma esas realidades incompatibles.

P.: ¿Qué hay en la obra de las familias disfuncionales, tan visitadas por el teatro local de los últimos años?

D.H.: Yo creo que esta familia, al contrario, es funcional. Funciona con una configuración imposible, pero insiste. Ahí nos surgen las preguntas. ¿Qué es la familia? ¿Es la que nos toca o la que elegimos? ¿Es algo cerrado? ¿Cuál es la familia que merece nuestra lealtad? En la obra la familia es una unidad imposible, y su pretendido funcionamiento dentro de los márgenes del mandato la convierten en una olla a presión, que finalmente estalla.

P.: Está estructurada a partir de tres actos en tres tiempos diferentes ¿Cómo dan cuenta del paso del tiempo y cómo es la transformación de estas tres primas?

D.H.: Los tres actos plantean universos y climas diferentes, y lo que más me gusta es la dificultad de su engranaje. El paso del tiempo no se ilustra ni se expone demasiado, y decidimos potenciar esa atemporalidad, contar algo que podría estar pasando en cualquier época y lugar, que tiene que ver con estos fantasmas que recorren la historia de nuestra región y que se repiten una y otra vez. Los personajes cambian en apariencia pero, en el fondo, son cada vez más iguales a sí mismos.

P.: ¿Cómo se vincula lo familiar con la comida y la cocina?

D.H.: “Una es lo que come”, dice Amanda, una de las tres primas. Ellas se reencuentran a través de los años y la dieta siempre es un tema recurrente, creando una tensión constante entre las tentaciones y las represiones. Se habla mucho de comida, de recetas, de ingredientes; hay algo taponeado ahí, un pasado que no se puede digerir, y que se expresa metafóricamente a través de lo culinario. El veneno las corroe por dentro, pero se empecinan en sobrevivir.

P.: ¿Qué diferencias encuentra entre trabajar para un proyecto teatral independiente y el ámbito de las series?

D.H.: Lo que tienen en común es el carácter colectivo. Creo que el destino de un proyecto y lo interesante que pueda resultar cada experiencia siempre tiene que ver con el espíritu de colaboración y el encuentro de distintas miradas. Los lenguajes, más allá de lo que tienen en común por tratarse de narraciones ficcionales, se parecen poco, y las formas de producción aún menos; en el teatro independiente la producción es más artesanal y la rentabilidad siempre es simbólica. El teatro nos saca de la lógica de la hiperproductividad y nos invita a replegarnos un poco, a detenernos en pequeñas cosas, con el fin de investigar y experimentar.

P.: ¿Cómo ve las artes escénicas y la ficción local de cara a las plataformas?

D.H.: Me atemorizan los algoritmos con los que trabajan las plataformas, que tienden a dejar afuera todo aquello que no pertenece a un género o una etiqueta clara. No es que no valore los géneros, pero la tendencia a traducir todo en tags o tendencias deja afuera esas zonas intermedias o inexploradas que son, en definitiva, lo propiamente artístico. Las miradas corridas de lugar, esas que no pueden explicarse en una sinopsis, van quedando afuera del sistema de producción porque no son fáciles de clasificar y, por lo tanto, no son fáciles de financiar. Más allá de esta visión un poco pesimista, también veo que se está produciendo mucho, y eso es algo para festejar porque genera trabajo y aparecen propuestas novedosas.

P.: ¿Qué está filmando? ¿Proyectos?

D.H.: Ahora actúo en la serie “División Palermo”, una comedia creada por Santiago Korovsky para Netflix y también estamos programando nuevas funciones de “Influencers”, la obra que hacemos con Leo Maslíah. Y se estrenan varias películas que filmé en los últimos dos años: “Pequeña Flor”, de Santiago Mitre, “Virus 32”, de Gustavo Hernández; “Lunáticos”, de Martín Salinas; “Las fiestas”, de Ignacio Rogers y “El Sistema Keops”, de Nicolás Goldbart.

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