13 de marzo 2001 - 00:00

Después de los íconos, ahora llegan las vanguardias rusas

Niña sobre una fiera.
"Niña sobre una fiera".
(12/03/2001) Entre las buenas exposiciones que llegarán este año a Buenos Aires, la que genera mayor expectativa es Vanguardia Rusa, debido al escaso conocimiento que existe en la Argentina y en el mundo en general de un movimiento cuyas expresiones contribuyeron a cambiar el rumbo de la historia del arte.

De las 64 obras que se exhibirán a partir del 20 de marzo en el Centro Cultural Recoleta, varias pertenecen a los célebres Kandinsky, Tatlín, Rodchenko, Popova, Goncharova o Malévich, pero otras, de artistas escasamente conocidos, permiten descubrir la verdadera dimensión del valor estético de la vanguardia rusa y su intensa sensibilidad.

La muestra fue gestionada por Teresa Bulgheroni, quien trajo el año pasado la exposición de Iconos Rusos, que logró el récord de visitantes de la temporada. Bulgheroni, que trabaja desde hace tiempo para lograr que 16 museos y el Ministerio de Cultura de Rusia le presten sus mayores tesoros, conversó con este diario y explicó algunas características de la exposición: «La muestra reúne trabajos realizados entre los años 1907 y 1921, compradas durante los primeros años de la revolución bolchevique para los museos provinciales. El objetivo de esas colecciones era que el pueblo pudiera valorar la producción de sus artistas contemporáneos. En esa época, la selección de las obras estuvo a cargo, primero de Kandinsky y luego de Rodchenko». Dato que de algún modo explica el nivel de excelencia de una selección que no presenta altibajos.

Si bien la vanguardia rusa ganó su gloria en el terreno de la abstracción, el perfil de la muestra no está centrado exclusivamente en esa tendencia, sino que brinda la posibilidad, acaso más interesante, de seguir paso a paso el camino que la llevó hasta esa meta.

Figuran los primeros paisajes de Kandinsky realizados en 1900, pero «Improvisación N°4», un gran óleo de 1909 donde el artista sintetiza las formas hasta reducirlas al simple gesto de su pincelada expresionista, anticipa la acuarela que realizaría en 1910 y que hoy es el mayor referente simbólico del arte abstracto.

Algunas obras provocan asombro porque anticipan el arte que vendrá, pero cuando el espectador se sitúa ante el conjunto, la característica más notable es la fuerza que emanan sus colores vibrantes, al igual que la vitalidad rítmica de los trazos y un emotivo lirismo, rasgos que ponen en evidencia la energía que fluye durante ese período del arte ruso. Un momento especial, signado por la guerra y miserias indescriptibles, pero aún esperanzado, previo a la violencia y el rigor stalinista.Y en este sentido, la poderosa frase de Paul Klee, quien decía que «cuanto más horrible se vuelve este mundo, más abstracto se vuelve el arte», parece haber sido inspirada en el destino de estos artistas.

Otro detalle de interés es que la calidad de las obras de los 24 artistas que integran la muestra, incluso de los desconocidos, supera largamente la alcanzada por la segunda plana de la vanguardia parisiense y es únicamente equiparable a la que lograron figuras como
Juan Gris, Picasso, Léger, Mondrian, Matisse o Delaunay. Sucede que los nombres de los que quedaron detrás de la cortina de hierro no figuran en la historia, pero se trata de una historia que justamente ahora deberá ser revisada.

El criterio elegido para presentar la exposición es didáctico, explica los cuatro principales movimientos que surgieron en esa activa vanguardia: Suprematismo, Constructivismo, Primitivismo y Rayonismo. «No voy a ahorrar un centavo en el proyecto educativo que acompaña la muestra», aclara Bulgheroni. El caso es que, además de los guías, en las paredes de las salas 4, 5 y 6 impecablemente recicladas por el Fondo de las Artes, acompa-ñando los cuadros, estarán los textos con los manifiestos de esa época y las explicaciones necesarias para entenderlos.

Entre esas pinturas predominan paisajes y bodegones de indudable belleza que transmiten una alegría esencial, como «Ciudad», de Rozanova, « Naturaleza muerta de Kuprín» o « Casa color rosa a orillas del río», de Kravchenko. Y entre las escenas y figuras, la dramá-tica « Niña sobre una fiera», pintada en 1911 por Goncharova, como «La vida en un gran hotel», de Malévich, ostentan esa inconfundible e inexplicable condición poética que sólo alcanzan las obras de arte que trascienden su época.

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