23 de julio 2008 - 00:00

"El coraje del duelista se fundaba en la razón"

Para Sandra Gayol, «el honor vino a unir a una sociedad muydiversa y desordenada (...) y entre todos los rituales de clasealta, el duelo fue lo más significativo, donde se ve cómose produce y se legitima la diferencia social y política».
Para Sandra Gayol, «el honor vino a unir a una sociedad muy diversa y desordenada (...) y entre todos los rituales de clase alta, el duelo fue lo más significativo, donde se ve cómo se produce y se legitima la diferencia social y política».
Es raro no encontrar en la Argentina de fines del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX una personalidad pública, un político, un hombre de letras, un acaudalado que no se viera involucrado en una «cuestión de honor», y en muchos casos dispuestos a dirimirla en un duelo. La historiadora y académica Sandra Gayol realizó una deslumbrante investigación en su obra «Honor y duelo en la Argentina».

Periodista: ¿Cómo empezó a estudiar el tema del honor en la Argentina?

Sandra Gayol: Tiene que ver con la investigación que desarrollé para mi tesis doctoral sobre la sociabilidad popular en Buenos Aires a partir de los cafés, en el mismo período, en el de la Argentina moderna o de la gran inmigración, entre 1880 y 1920. Ahí descubro la omnipresencia de la honra, donde el honor era un personaje casi ineludible de las interacciones sociales. En ese momento me pregunté cómo hace una sociedad de extranjeros, como deviene Buenos Aires con la inmigración, para interactuar en un espacio público como el café, que fue una ventana para ver las relaciones sociales que se gestaban. Me pregunté cómo hace la gente que no se conoce para actuar, cuáles son los códigos, cómo se presenta, por qué se pelea, por qué se ama. Y por qué una sociedad tan igualitaria como la Argentina de ese momento, donde no se aceptan privilegios de sangre, no se puede apelar al linaje en público, no se hacen públicas expresiones de discriminación racial. En una sociedad que por lo menos en teoría y por ley todos los hombres son iguales y a priori todos tienen derecho a aceptar, exigir y reclamar honor ¿Cómo se fabrica la diferencia, cómo se establece la distinción en términos sociales y políticos?

P.: ¿Cuándo le aparecen los duelos unidos al honor?

S.G.: El duelo era una práctica-cultural emergente en ese momento. Siguiendo la noción de honor y tratando de desmenuzar la práctica del duelo, aparecieron nuevos interrogantes: ¿quiénes se batían a duelo? ¿por qué unos sí y otros no? ¿cómo era batirse a duelo en 1870 y cómo era 30 años después? En mi obra propongo que el honor vino a unir a una sociedad muy diversa, muy compleja y muy desordenada en términos sociales y políticos. Más allá de lo que la gente entendiera por honor, es lo que viene a unir a la gente, es un referente que genera la ilusión de integración. Y el duelo es una práctica que integra un grupo que puede batirse a duelo, que tiene la posibilidad de hacerlo, que conoce los códigos y que de ese modo se distancia de otros sectores sociales y de otros actores políticos. El honor fue una respuesta a la integración y el duelo fue, es mi apuesta, entre todos los rituales de clase alta el más significativo, donde se ve cómo se produce, se genera y se legitima la diferencia social y política.

Para Sandra Gayol, «el honor vino a unir a una sociedad muy diversa y desordenada (...) y entre todos los rituales de clase alta, el duelo fue lo más significativo, donde se ve cómo se produce y se legitima la diferencia social y política».

P.: Usted da ejemplos que impresionan, como el duelo entre Lucio V. Mansilla y Pantaleón Gómez, donde Gómez que dispara al suelo, mientras cae moribundo alcanza a decir: «Yo no mato a un hombre de talento».

S.G.: A través de esos ejemplos es que construyo la evidencia. Por ejemplo, en esa frase se ve el peso que tiene como generador de prestigio el saber, el intelecto, la razón. Todo eso hace a un hombre honorable, que no es el que tiene sólo coraje físico, el dispuesto a arriesgar su vida y enfrentarse en un duelo con riesgo de muerte, sino también aquella persona que sabe hablar, controla sus impulsos, tiene disposiciones estéticas que se miden en el cuerpo y en las palabras, datos fundamentales para la construcción de la diferencia.

P.: ¿Qué duelos la impactaron?

S.G.: La Argentina tuvo una cantidad de desafíos similar a Alemania y Francia, lo que es muchísimo decir porque son dos países con una tradición importantísima en duelos de honor. Yo tengo una base de datos de unas 7.000 personas que participaron en nuestro país de diferentes maneras en duelos. Un duelo al que dediqué especial atención por la repercusión que tuvo fue el entre los políticos Lucio Vicente López y Carlos Sarmiento, donde muere Lucio Vicente López, el 24 de diciembre de 1894. El duelo parte de cuando López proclama «Hay que terminar con la corrupción» y le inicia un proceso a Carlos Sarmiento. La inculpación de corrupto era uno de los agravios a los que todo el mundo debía responder, más allá de cuán corrupto se fuera. Se lleva a cabo el duelo y por casualidad Lucio muere. Esto fue un escándalo en Buenos Aires porque se suponía que los hombres en los duelos no debían morir, porque lo que hace al duelo más digno y una práctica civilizatoria es que a diferencia de las otras formas de intervenir en política o dirimir conflictos, donde se saca un revólver, el facón o se empieza a las trompadas, el duelo es un enfrentamiento muy ritualizado y predecible. 

P.: Un duelo que sorprende es el del socialista Alfredo Palacios y el radical Horacio Oyhanarte.

S.G.: En la Argentina de ese tiempo, para ser un político que cuente, con capacidad de influir, de tomar decisiones y generar adhesiones, hay que conocer el código del honor y eventualmente batirse a duelo, se sea del Partido Autonomista Nacional, del Partido Radical o del Partido Socialista. El caso Palacios es particularmente revelador. El, como otros socialistas menos conocidos, se batía a duelo. Salvo una minoría como Dickman y Juan B. Justo que no sólo no se baten a duelo sino que además expulsan del partido a Palacios por hacerlo, tienen sus enfrentamientos de honor. Como sostengo en «Honor y Duelo» es un ritual necesario para los políticos de la primera línea de la República. Ahí los que desentonanson los socialistas como Justo. Palacios se batió muchas veces antes que con Oyhanarte, pero si no pudieron expulsarlo del Partido es porque se quedaban sin candidato para las elecciones [Ríe].

P.: Un tema que usted considera es ese «culto del coraje» que Borges llegó a poetizar.

S.G.: El honor y el duelo permiten ver los valores vigentes en esa época. El coraje había sido un objeto de reflexión para los intelectuales del siglo XIX. El proyecto de modernización de la Argentina se piensa como aquel que busca contrarrestar la influencia española y en la cual el culto nacional al coraje va a estar en el primer lugar de todas las diatribas de la Generación del 80. Lo que espanta en el culto nacional del coraje es esa predisposición a dirimir una contienda, un asunto personal, de forma impulsiva, espontánea y hasta brutalmente, Ese duelo criollo que recupera con una poética extraordinaria Borges, donde se pelea no se sabe bien por qué, se pelea por pelear. El coraje de los caballeros duelistas nada tiene que ver con ese culto nacional del coraje, es lo opuesto a esos gestos de bravura y de belicosidad ostentatoria y gratuita. Para ellos el coraje es una combinación entre disponibilidad a afrontar el riesgo y asumir la posibilidad de la muerte, y a la vez una demostración de contención y autocontrol, la exacta medida de sopesar pasión y razón. Ese es el coraje moderno y el que se necesita para la modernidad argentina.

Entrevista de Máximo Soto

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