Susan Sarandon y Penélope Cruz en una escena de «El milagro de Noel», un film para reír, llorar y entretenerse módicamente, si no se busca originalidad ni verosimilitud.
«El milagro de Noel» («Noel», EE.UU., 2004, habl. en inglés). Dir.: Ch. Palminteri. Guión: D. Hubbard. Int.: S. Sarandon, P. Cruz, R. Williams, P. Walker, A. Arkin, Ch. Palminteri.
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El buen actor Chazz Palminteri debuta como director con este film que no lo destaca especialmente ni por la elección del tema ni por su realización (correcta). Antes de entrar en materia, digamos que Penélope Cruz encabeza los créditos, cuando Susan Sarandon es la verdadera protagonista de la película y Robin Williams directamente no aparece en ellos, cuando lo suyo es bastante más que un cameo. Sorpresas del show business. Por lo demás, «El milagro de Noel» no ofrece otra sorpresa que la insistencia de Hollywood con el tema de la Navidad (casi en el mismo rango que la celebración de «thanksgiving»).
Ahora sí pasemos a la película, un cóctel de las fórmulas del subgénero navideño. Transcurre el día de Nochebuena. Susan Sarandon arrastra por una Manhattan desbordante de adornos y villancicos una depresión con fundamentos, empezando por el hecho de que su madre, la única persona que tiene en el mundo, está en un hospital completamente enajenada por el Alzheimer. También tiene un compañero de trabajo, mucho más joven, que sólo quiere interrumpir su prolongado celibato, pero ese tipo de propuesta no se condice con el espíritu de la fecha.
A su alrededor sucede de todo: Penélope Cruz (una latina electrizante, desde luego) padece los celos explosivos e infundados de su novio policía que, a la vez, sufre los embates de un maduro acosador (Alan Arkin). Otro personaje se busca quien lo envíe al hospital (favor a cargo de un oscuro individuo encarnado por Palminteri), porque la única celebración decente que recuerda sucedió en uno al que lo mandó el padrastro golpeador cuando era adolescente. El hospital es el mismo de la madre de Sarandon y allí también agoniza un desconocido que jamás recibe visitas y que dará lugar al milagro del título, inspirado lejanamente en clásicos del género como «Qué bello es vivir» de Frank Capra.
Hay enredos diversos que se van desenredando convenientemente con sus correspondientes moralejas y algunas sonrisas, y hacia el final se llora, como corresponde también. Vale decir que, si no se busca originalidad ni verosimilitud, éste puede ser un discreto pasatiempo que se olvida tan pronto como las buenas intenciones junto al arbolito de Navidad.
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