«Escondido» («Caché», Francia-Alemania-Austria, 2005; habl. en francés). Dir. y G.: M. Haneke. Int.: D. Auteuil, J. Binoche, M. Bénichou. A Girardot y otros.
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A mediados de los años 40, cuando las artes de representación eran más inocentes (pese a las sucesivas generaciones de vanguardias, que nunca llegaron al gran público), el dramaturgo inglés J. B. Priestley estrenó una obra que llegaría más tarde a los escenarios del mundo entero: «Ha llegado un inspector». Su trama se ocupaba de una familia absolutamente normal y corriente, intachable, que en el curso de una fiesta recibía la inesperada visita de un policía que venía a interrogarlos.
Después de la sorpresa inicial, y a medida que transcurrían las preguntas del inspector, cada uno de los miembros terminaba admitiendo alguna falta, alguna ruindad o alguna miseria de escasa trascendencia por sí sola, aunque sumadas (y mucho más si la víctima de esas bajezas era una misma persona, tal el caso de la obra), podían tener consecuencias fatales.
El sofisticado director alemán Michael Haneke («La pianista») no tiene, que se sepa, puntos en común con el candor de Priestley, aunque su nuevo film, «Escondido», se le parezca en su planteo. La película es un examen paranoico y exasperado de las consecuencias que puede tener, sobre una familia aparentemente equilibrada y estable, la aparición de un elemento perturbador y violento como una serie de videos del frente de su casa, y más tarde algunos dibujos anexos sobre -quizás- ciertos episodios del pasado remoto del padre (Daniel Auteuil), un famoso animador de programas de literatura en la televisión francesa (ese aspecto no es ficción: los franceses miran de verdad esos programas).
Haneke, a través de las sucesivas y violentas mutaciones que provoca en la familia ese «ojo» inesperado, explora sin embargo mucho más que el factor «escondido» en la vida de sus protagonistas. La exposición de la culpa, o de la falta de inocencia, no es la simple meta a la que se propone llegar (como Priestley), sino que le interesa arrojar a los personajes a un estallido contenido, sufridamente civilizado, que se vaya deslizando a las antípodas de esa buena conducta; para hacerlo, recurre inevitablemente al entramado social donde se mueven, y a las dos típicas obsesiones francesas: el adulterio y el racismo.
Para la lógica del film (con sus tonos medios, nunca explícitos) no será la mujer, interpretada por la impar Juliette Binoche, la única que pueda reprochar a su marido presuntas conductas que pudieron haber dado como resultado la aparición de esos videos. Para el animador de TV, un viaje a su residencia familiar en la campiña, donde reencuentra a su madre (envejecidísima Annie Girardot), se abre a la otra gran veta del film, la puesta en cuestión de cualquier tipo de «corrección política». Contar algo más sería revelar más de lo conveniente.
El cine de Haneke es un cine exclusivamente preocupado por el lugar de la ética en situaciones extremas. Y, como su interés primordial es avanzar en esa dirección desde múltiples ángulos, sus películas suelen cometer transgresiones no siempre disculpables desde el punto de vista de los géneros en los que se apoya. Esto es: que si «Escondido», desde su inicio, se vale de lo policial, introduciendo enigmas y sembrando pistas, más tarde, una vez que el perfil y los resortes de los personajes hayan quedado al desnudo, al director no le preocupará demasiado traicionar al género, ni hacer actuar a los protagonistas de una manera coherente (por ejemplo, es increíble que Auteuil, en una escena clave, no llame a la policía). Así hay que tomarlo o dejarlo: a Haneke no le interesan los inspectores, le interesan los culpables.
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