Una reedición en los EEUU. de “The making of Evita”, el libro de recuerdos de Alan Parker sobre el rodaje, a veces un tanto accidentado, del musical de Lloyd Webber y Tim Rice en Buenos Aires en 1995, permite volver a asomarse no sólo a algunos de los episodios insólitos de aquella aventura en la que Madonna terminó cantando “Don’t Cry For Me Argentina” en el balcón auténtico de la Casa Rosada, por expresa autorización del entonces presidente Carlos Menem, sino también a un hecho que a veces no se tiene demasiado en cuenta en este tipo de producciones al estilo Babel: el idioma inglés es el que manda pero, como no todos lo dominan bien, el azar y el disparate están al acecho para aparecer en cualquier momento.
Esos caniches no eran para Evita (y otros disparates que se hicieron clásicos)
Alan Parker, el director de "Evita" con Madonna, publicó en su momento un diario de rodaje que acaba de reeditarse en los EEUU. Allí cuenta algunas historias que también recuerdan ciertos bloopers históricos de Hollywood
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Madonna como Evita en el balcón de la Casa Rosada
Cuenta Parker que, una mañana, había llegado muy temprano a una escena que debía rodar en la Boca (“la loca y peligrosa zona portuaria de Buenos Aires” la llama, sin que el pintoresquismo lo conmueva demasiado). Y, como el cuerpo a veces manda, antes de dirigirse al lugar de rodaje debió pasar por al baño de un bar. El periodismo no tenía permitido acercarse al equipo de filmación ni entrar en contacto con ninguna de las estrellas (hay que recordar que, al menos durante los primeros días, el trato que se le dio a quienes venían a filmar ese musical aborrecido por el peronismo más ortodoxo no era exactamente el más cordial), y entonces ocurrió lo que el director cuenta a continuación.
“Mientras estaba cumpliendo con mis necesidades, un hombre entró corriendo y se colocó junto a mí en el mingitorio vecino. Mientras me volvía un poco hacia el lado opuesto para tener un poco de intimidad, el caballero, con una mano en su grabador, que puso delante de mi cara mientras se bajaba la bragueta con la otra, empezó a farfullar una pregunta ininteligible que revelaba que su inglés no había pasado del primer mes de las academias Berlitz”.
Según el director, el periodista le disparó, a boca de jarro, qué pensaba “de la prostituta que interpretaba el papel de Madonna”. Lo único que entendí, cuenta Parker, era que la pregunta era hostil. Nada más. "’Lo hará muy bien’, le respondí en voz muy baja, sabiendo que el ruido de su pis taparía mi voz cuando quisiera escuchar la cinta. Luego, mientras seguía parloteando cosas menos comprensibles, me encogí de hombros y me fui. Finalmente, salió corriendo como si hubiera conseguido alguna primicia. Mientras me lavaba las manos, preguntándome cuánto más loco podría volverse todo esto, oí sonar un teléfono móvil en uno de las cabinas del baño. Detrás de la puerta cerrada, el ocupante decía, mientras tiraba del rollo de papel higiénico: ‘No. Parker no hablará. Pero acabo de oírlo mientras daba una entrevista".
Si bien este tipo de episodios no es infrecuente en los rodajes con estrellas internacional, lo que relata a continuación alcanza a rozar el surrealismo. Parker cuenta que, mientras se dirigía al lugar de filmación, una calle empedrada que la producción había elegido especialmente y estaba cercada para evitar las miradas indiscretas, empezó a oír muchos ladridos chillones. Y que, cuando llegó a la calle en cuestión, se encontró como con veinte caniches.
“¿Qué significa esto?”, le preguntó a su director de fotografía, Darius Khondji. “¿Qué significa qué?” “¡Esto! ¡Los perros! ¿Qué hacen acá?”. “No sé. Yo no los pedí”, le respondió. Parker, dice en el libro que era la primera vez que trabajaba con Khondji, “un francés de ascendencia persa muy amable y profesional. Su personalidad hizo del rodaje una delicia constante, ya que se integró perfectamente con mi equipo habitual. El problema era su inglés”. Y continúa: "¡El departamento de arte ha traído 20 caniches y dice que tú los pediste!”. “Yo jamás pedí eso’. Se encogió de hombros como sólo pueden hacerlo los franceses. ‘Yo pedí lo que tú pediste, caniches [poodles], eso que se forma en el piso cuando llueve’. Los ayudantes de dirección y yo nos queríamos morir: "Yo pedí ‘charcos’ [puddles]", respondió Parker, entre la carcajada y la estupefacción. Nos miró como si estuviéramos locos. "Y bueno, eso mismo, caniches [poodles], no perros."
Para un oído no acostumbrado al inglés, la diferencia entre “poodles” y “puddles” es prácticamente imperceptible. Ahora bien, más allá de lo gracioso de la anécdota, y de la veracidad que le podamos conceder al relato de Parker, lo que sorprende al conocedor de la historia de Hollywood es que se trata de la réplica casi exacta de una de las muchas historias que se cuentan del famoso director Michael Curtiz (1886-1962), el director de “Casablanca”, un húngaro llegado a los Estados Unidos en 1926 por un contrato de la Warner, y que se convertiría en uno de los más prolíficos de la edad de oro del cine de estudios. El problema de Curtiz era, como el de Khondji, que jamás dominó el inglés. “Papá hablaba cinco idiomas”, dijo una vez su hijo. “Y los destruía todos”.
Se cuenta que, justamente durante el rodaje de “Casablanca” (1942), Curtiz tuvo el mismo lapsus. La diferencia era que su carácter nunca fue afable. “Quiero un caniche”, le pidió una vez al jefe de utilería. “¿Un caniche? Está bien, señor, tendré que ir a conseguirlo porque usted no lo había pedido”. “Vaya a conseguirlo entonces”. “¿De qué color?” “¡Oscuro!, idiota, no estamos rodando en colores esta película”. El hombre regresó a las horas con el caniche oscuro. “¿Y para qué quiero ese estúpido perro?”, le gritó entonces. “Usted me pidió un caniche, señor Curtiz”, dijo el atemorizado asistente. “¡Quiero un caniche en la calle, un caniche de agua sobre la calle!”. ¿Demasiada coincidencia o inspiración de Parker en su libro de recuerdos? Jamás se sabrá.
Los errores de pronunciación de Curtiz fueron tan numerosos que podrían llenar un libro entero. Terminemos este repaso con el más famoso, mucho más que el del caniche/charco. Ocurrió durante el rodaje de uno de sus clásicos épicos, “La carga de la brigada ligera” (1936), sobre la guerra de Crimea, también de la Warner, con Errol Flynn, Olivia de Havilland y David Niven, entre otros.
En una escena en la que Curtiz necesitaba una panorámica sobre los caballos, pero sin sus jinetes, tomó el megáfono y le gritó a sus asistentes: “Bring on the empty horses!". Esto es, literalmente, “Traigan a los caballos vacíos”. David Niven y Flynn, testigos del momento, comenzaron a doblarse de risa, al punto tal de enfurecer a Curtiz, que les gritó: “You think I know fuck nothing; I tell you: I know fuck all". Lo cual no necesita traducción. Tal fue el efecto que provocó esa frase en Niven que la segunda parte de su autobiografía, aparecida en 1975, llevó por título “Bring on the empty horses".
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